Nuestros ojos en la oscuridad

Rabia e indignación son dos de las emociones que se presentan de manera más frecuente cuando conversamos acerca de la realidad nacional. Impotencia y desesperación podrían ser otras. Ante nuestros ojos desfila un horror de tal magnitud que la alternativa que se le presenta a muchas personas es anestesiar los sentidos. Calibrar las dimensiones de lo que sucede complicaría la marcha de la vida cotidiana. ¿Cómo andar por el día a día como si nada cuando en la última década han muerto cientos de miles de personas en México? ¿Cómo atender las nimiedades de lo cotidiano cuando existen funcionarios públicos como Javier Duarte cuya corrupción, cinismo e ineptitud (en el mejor de los casos), o franca complicidad (en el peor de ellos), ha provocado la muerte de decenas de periodistas en Veracruz?

 

Atajar la realidad y, más aún, combatirla requiere de una fortaleza y una convicción personales que pocas personas poseen. En un país como el nuestro cuyo máximo emblema es la impunidad, en donde la justicia se ejerce como brazo al servicio del poder, en donde el poder acumula fortunas mientras el país acumula cadáveres, en donde la corrupción y los pactos criminales están a la vista de todos sin que esto tenga consecuencias, la voluntad por la denuncia y el combate se vuelven doblemente valiosas.

En 2005, la periodista mexicana Lydia Cacho publicó uno de los libros más importantes en la historia reciente del periodismo nacional: Los demonios del Edén. En él, Cacho destapó una red de pornografía infantil y trata de menores en la que estaban involucrados altos políticos y empresarios que encubrían al dirigente de la organización: Jean Succar Kuri. Ese mismo año, un desproporcionado comando armado detuvo a Cacho en Cancún y la trasladó por vía terrestre hasta Puebla con motivo de una demanda por difamación impuesta por el empresario Kamel Nacif, el denominado Rey de la Mezclilla. Cuando meses más tarde se difundió una conversación cuya abyección se encuentra dentro del olimpo de la infamia mexicana (lo cual ya es mucho decir) entre Kamel Nacif y el entonces gobernador Mario Marín, el caso de Lydia adquirió notoriedad internacional, lo que quizá constituyó el mayor escudo de la periodista mexicana contra la maquinaria estatal y empresarial en su contra.

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Lydia Cacho fue torturada y su vida corrió grave peligro por su ejercicio como periodista. Muchos otros y muchas otras después de ella han tenido menos “suerte”. El último caso: la desaparición en Veracruz de Anabel Flores y el posterior hallazgo de su cadáver, con muestras de tortura, en Puebla. El trabajo de periodistas como Lydia Cacho carga sobre sus hombros la inacción y la indiferencia de la mayoría de la población frente al oprobio y la criminalidad que se ejercen en ciertos circuitos del ámbito político-empresarial. Si aun el destape de los escándalos de corrupción (Guillermo Padrés, Rodrigo Medina, César Duarte, Humberto Moreira, Ulises Ruíz, Fidel Herrera, etcétera, etcétera, etcétera) más flagrantes no detiene las prácticas que hoy desangran a nuestro país y condenan a la miseria y al abuso a millones de personas dentro de él, sin voces como las de Cacho la realidad estaría condenada a la sumisión perpetua ante los poderes fácticos que hoy dictan la realidad en México. No es casualidad que uno de los enemigos máximos de los regimenes totalitarios es la libertad de expresión.

El pasado martes 9 de mayo Lydia Cacho recibió, junto con el periodista norteamericano Jeremy Scahill (“Dirty Wars: The World is a Battlefield” y “Blackwater: The Rise of the World’s Most Powerful Mercenary Army”), el Premio ALBA/Puffin al Activismo en Pro de los Derechos Humanos: uno de los reconocimientos en la materia más importantes que hay en el mundo. “Cacho y Scahill brillan como ejemplos notables de periodistas de investigación que sitúan a los derechos humanos como foco de atención de su trabajo. Sus informes no sólo influyen las políticas gubernamentales sino que también buscan proteger las vidas de las ciudadanos más vulnerables”, dijo la ganadora del premio en 2012 Kate Doyle al anunciar el galardón. El modo de vida contemporáneo, sea a través de la enajenación o de la explotación, es ajeno a la reflexión y la resistencia. El trabajo de mujeres y hombres como Cacho y Scahill está ahí para evitar que la oscuridad engulla por completo la vida de millones de pesonas que en este país se encuentran a merced de la tortura, el abuso, la corrupción y la auténtica ausencia de un estado de derecho. Cacho, y otros y otras como ella, son nuestros ojos en esas zonas oscuras y tenebrosas de la realidad a la que difícilmente nos atrevemos a voltear.