FOTO: ENRIQUE MEDINA

20 de junio 2025
Por: Redacción

Arquitectura chilanga: mezcolanza entre el mundo y lo local

Desde el contexto social e histórico hasta la naturaleza enriquecen la increíble arquitectura del siglo XX de la zona metropolitana, esa que se ha vuelto emblemática para nosotrxs

Por Emiliana Pariente*

En nuestro primer acercamiento a la arquitectura chilanga desarrollada en el siglo XX lo vimos: en algunos casos, las tendencias en diseño y construcción se incorporaron hasta reemplazar a las anteriores; pero en muchos otros, convivieron. Una conciliación que perduró y que dio paso a un sincretismo que podemos apreciar hoy todavía.

“Más que hablar de estilos rígidos, podríamos entender la arquitectura como una transición generacional. Hay generaciones que confluyen en el mismo tiempo y espacio, y trabajan con muchos lenguajes arquitectónicos”, señala el historiador de arte especialista en arquitectura mexicana del siglo XX, Uriel Vides.

Anteriormente hicimos un breve repaso por corrientes que se instalaron (o adaptaron) en la capital como la arquitectura ecléctica, el art nouveau o el art déco. Ahora es turno de cerrar con una mirada a otras que conviven en la ciudad.

Brutalismo a la mexicana

Para la arquitecta chilena radicada en CDMX, Sofía Oyarzún, es clave entender que las corrientes arquitectónicas que se desarrollaron en el siglo XX se pueden haber implementado en distintas regiones y países, pero nunca de una manera totalmente uniformada. En cada lugar, más bien, la corriente se adaptó al contexto local.

“En un país cálido, colorido y con tanta predominancia del trabajo artesanal y lo hecho a mano, es raro implementar un brutalismo gris, frío, de estructuras cúbicas de hormigón, que siga la línea del brutalismo que se hizo afuera y sin considerar los elementos propios del ecosistema local”, dice.

Como es evidente, la arquitectura brutalista (esa que se originó en 1950 y que solemos asociar a las construcciones soviéticas y europeas creadas en la postguerra, así como al uso de hormigón crudo, geometrías audaces y un diseño que prioriza la funcionalidad por sobre el ostento decorativo) también se divulgó en México. Especialmente por los vínculos y la cercanía política, social y cultural que existió con la Unión Soviética. Pero eso no quiere decir que el brutalismo de aquí sea igual al de Europa, Rusia o el resto de Latinoamérica.

“Es un brutalismo adaptado, y no solamente una réplica de un vaciado enorme de hormigón. La arquitectura brutalista de todos lados comparte la monumentalidad, y México no es la excepción, sobre todo porque esa monumentalidad existía aquí desde antes de la Conquista. Pero a esa característica se le da una vuelta más orgánica y cercana”, comenta Oyarzún.

Ejemplos de eso son los edificios de El Banco Nacional de México, el Museo Tamayo y el Auditorio Nacional (todos de Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky), que tienen una terminación martelinada hecha a mano y que siempre integran algún detalle decorativo de la simbología mexicana. También lo son las obras de Alberto Kalach, entre ellas la Biblioteca Vasconcelos, el proyecto del Parque Texcoco y el edificio en Roma Norte que hoy alberga el Bar Form + Matter (FO+MA); los diseños de Luis Barragán, y la Nueva Basílica de Guadalupe de Pedro Ramírez Vázquez.

Regresar al refugio original

Cuenta la arquitecta y colaboradora del estudio de Javier Senosiain, Adriana Cerón, que el exponente mexicano de la arquitectura orgánica habla mucho del significado y las implicancias sociales de las cajas y la figura cuadrada. Con esas estructuras, según reflexiona el arquitecto, perdemos libertad de movimiento, creatividad y espontaneidad. 

Es por eso que las construcciones de Javier Senosiain proponen otros volúmenes y formas, más parecidas a las que se encuentran en la naturaleza. Desde sus primeros acercamientos a la bioarquitectura, en los años 70, y teniendo de referentes a Antonio Gaudí y Frank Lloyd Wright, las formas por las que optó fueron circulares, esféricas, y amables. 

La premisa básica de la arquitectura orgánica es la de crear espacios que armonicen la relación entre el ser humano y su entorno, tomando en cuenta la naturaleza y el medio ambiente como parte integral de todo el ecosistema arquitectónico. Una suerte de reintegración del ser humano a lo más esencial, explica Cerón.

Y en eso, el Conjunto Satélite, construido en 1995 en un predio de 30 metros cuadrados en Naucalpan de Juárez, Estado de México, es un claro ejemplo. Podría parecer una construcción antigua, de la época de las cavernas, o incluso futurista, dependiendo de dónde se ponga el énfasis. Pero lo cierto es que esa misma ambigüedad temporal y esa posibilidad del juego es la que propone intencionalmente Senosiain.

¿Qué diferencia a la arquitectura orgánica mexicana?, pregunto. “Principalmente el uso de los materiales, como las piedras, y en general la denominada plástica mexicana, que se caracteriza por una volumetría pesada. Senosiain explica que esto tiene que ver con la presencia de las montañas, tan representativas de nuestro territorio. De ahí que los indígenas replicaron estos volúmenes creando las pirámides. Luego, en la época colonial, se hicieron catedrales y conventos, que también son constitutivos de arquitecturas pesadas. Esa volumetría robusta siempre ha estado presente”.

En el siglo XX también se desarrolló la arquitectura rara, una intersección entre la herencia colonial, el ostento de la abundancia económica y el excentricismo y eclecticismo de la época. Como corriente, es difícil de ubicar en un único contexto. Se puede apreciar en el Hotel Posada del Sol

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