Especies como el ahuejote y el ahuehuete cuentan la historia viva de una ciudad que fue una con el agua y la naturaleza, y que ahora respira entre el asfalto
Por Francisco Arjona*
La historia de la CDMX está ligada a los árboles desde su fundación. Aunque nos parezca una ciudad gris donde nada crece, realmente es más verde de lo que pensamos y mucho menos de lo que esperamos y merecemos.
Las especies de árboles aquí son muy variadas, algunas, como los truenos, resisten muy bien; otras, muy sensibles, no prosperan en las condiciones tan difíciles que tenemos aquí. Pero, al final, todas cuentan algo de la ciudad. Así que en esta ocasión nos centraremos en sus árboles nativos.
Ahuejote
La CDMX no existiría sin los ahuejotes, y aun así son árboles que fuera de Xochimilco son poco comunes y conocidos. Utilizados en la época prehispánica para la construcción de chinampas, se convirtieron en los cimientos de México-Tenochtitlán.
Las raíces de los ahuejotes se enredan y sostienen el lodo, la tierra y la materia orgánica con la que se rellenaban las chinampas, lo que los convirtió en el primer árbol de alineación que existió en las poblaciones asentadas en el lago de Texcoco.
Con la conquista y la desecación de los lagos, los ahuejotes fueron poco a poco expulsados de la ciudad, aunque siguieron siendo uno de los árboles más abundantes durante décadas. Fue en los siglos XVIII y XIX que comenzaron a ser vistos como ordinarios y debido a la urbanización del siglo XX y la introducción masiva de especies más llamativas, quedaron relegados a las zonas lacustres de Xochimilco y Tláhuac, donde aún son parte de su identidad y cultura.
Hay dos tipos de ahuejotes: el característico de Xochimilco de copa estrecha, y una versión más silvestre de ramas caídas que recuerda la forma del sauce llorón, del que es pariente.
Tepozán
No hay árboles feos, pero en la ciudad tenemos a los tepozanes, asociados a sitios perturbados: crecen en techos, entre escombros y en lugares abandonados. Y bueno, también hay otras razones por las que son “poco apreciados”, tanto que, a pesar de ser nativos y crecer prácticamente por todos lados, son poco comunes en banquetas y en parques.
Son mal vistos porque dicen que se llenan de gusanos, que tiran mucha hoja, que son una plaga, que son maleza, y todo es cierto. Pero desde otra perspectiva, todo eso lo hacen uno de los mejores árboles que podríamos tener. Son un imán de polinizadores y a muchas larvas de insectos les gusta alimentarse de sus hojas; pero atraer más insectos también significa atraer más aves. Tiran muchas hojas, sí, pero funcionan como abono.
Son resistentes a las condiciones urbanas, a la contaminación y a la sequía. Entonces, todo eso que se les ve de feo, visto desde otra perspectiva se refiere a un árbol ideal para la CDMX.
Fresno
Este árbol ha acompañado a la ciudad desde su fundación. La primera mención que existe sobre los fresnos fue en la creación de la Alameda Central, cuando los álamos con los que se pretendió engalanar este parque no prosperaron y se optó por esta especie. Posteriormente, el fresno se convirtió en el árbol por excelencia de los paseos y calzadas novohispanas; y en los siglos XIX y XX fue plantado masivamente por toda la ciudad.
Los fresnos más viejos y grandes de la CDMX están en Chapultepec, Tlalpan y Coyoacán, donde encontramos ejemplares patrimoniales de aproximadamente 150 años. Son árboles nativos del centro del país y prosperan en lugares de mucha humedad. Su rápido crecimiento, sus dimensiones y su longevidad los convirtieron en el árbol ideal del siglo XIX.
No obstante, las altas temperaturas y las lluvias irregulares están impactando en su salud. Los fresnos han sido afectados por plagas como el muérdago y barrenadores que están arrasando con los del poniente de la ciudad.
Ahuehuete
El árbol más importante para la ciudad y el país es el ahuehuete. Según la leyenda, fue bajo un ejemplar de esta especie que lloró Hernán Cortés tras ser derrotado por los mexicas; en un ahuehuete de Chalma, las personas danzan o dejan mandas en agradecimiento; y uno de Oaxaca, llamado El Tule, es el árbol más grande y famoso de México. Por algo es el árbol nacional desde 1921.
Algunos de ellos, como el Ahuehuete de Santa Catarina en Azcapotzalco y el Sabino de San Juan en Xochimilco, superan los 500 años de edad y se sabe que su plantación fue simbólica para conmemorar episodios importantes de la historia prehispánica. Estos dos árboles son los más monumentales de la CDMX, pero hay varios de más de 100 años en distintos puntos que se han convertido en íconos locales.
Los ahuehuetes eran sagrados para los mexicas debido a su grandeza, longevidad y a que crecen junto a fuentes de agua dulce. Hay mitos que mencionan que los manantiales fueron creados gracias a los ahuehuetes; y todavía existen lugares de México donde se danza alrededor de las iglesias con ramas de este árbol para pedir que termine una sequía.
Aunque ya hay pocos ahuehuetes sagrados, alguna vez existieron más que murieron por la sobreexplotación y contaminación de los cuerpos de agua o por el desvío de los caudales. Este fue el caso de los de Chapultepec y Texcoco, plantados por Nezahualcóyotl y Moctezuma.
Los ahuehuetes son coníferas de la familia de los cipreses y las secuoyas. Pueden vivir hasta 2,000 años y alcanzar diámetros de hasta 14 metros y alturas de 40 metros, como en el caso excepcional de El Tule.
- Los ahuejotes viven máximo 80 años, pueden tener alturas de hasta 15 metros y diámetros de 1.5 metros
- Los tepozanes alcanzan alturas máximas de 10 metros, su ancho puede ser de hasta 80 centímetros y pueden vivir 80 años
- Los fresnos miden hasta 30 metros de altura, su diámetro puede llegar casi a los 2 metros y pueden vivir hasta 200 años
- Los ahuehuetes viven por lo general alrededor de 1,000 años y tienen diámetros de 2 a 3 metros
El ahuejote (Salix bonplandiana), el tepozán (Buddleja cordata), el fresno (Fraxinus uhdei) y el ahuehuete (Taxodium mucronatum) no sólo son testigos de la evolución de la CDMX, también son dignos de admirar por seguir adaptándose a una urbe como la nuestra
*Texto adaptado para Chilango Diario