25 de septiembre 2016
Por: Tatiana Maillard

Golpes contra el acoso

Hartas de la violencia de género, activistas fundaron Comando Colibrí, un grupo que enseña defensa personal y ayuda a mujeres agredidas.

ARTE: ANDREE ÁVALOS

El golpeteo de las patadas sobre las figuras acolchonadas es constante. Pam, pam, pam, se escucha en el lugar, donde cinco mujeres entrenan combate con técnicas de muay thai, krav maga y sambo. La mayoría ronda los 20 años, aunque hay otras, como Judith, que son mayores y decidieron hacerle frente a décadas de abuso.

“¡Peguen con intención!”, ordena Darinka Lejarazu, instructora de muay thai y una de las líderes de Comando Colibrí, un grupo feminista que organiza talleres de defensa personal, en los que ha recibido a decenas de participantes.

En sus clases, Darinka parte de un principio fundamental: la mejor pelea es aquella que no se da. Por eso, coloca su cuerpo en guardia pasiva: una pierna delante de la otra, los brazos pegados a los costados y las palmas abiertas.

“Primero intentas razonar con tu agresor, pero si él pasa a la acción, le das en su madre”, subraya.

De pronto, pregunta a sus alumnas si todas han vivido situaciones de violencia. Las asistentes se miran unas a otras, se encogen de hombros y tuercen la boca como si les hubieran preguntado una obviedad. Sí, todas han sido violentadas de alguna forma.

A Yara, un hombre la atacó cuando iba camino a casa, aunque logró defenderse gracias a lo que aprendió de lucha olímpica en sus años de estudiante. Esmeralda y Judith, madre e hija, fueron agredidas por el padre de familia hasta que éste murió.

En tanto, María y Berenice padecen el acoso callejero que sufren a diario miles de capitalinas. Según cifras del gobierno local, casi siete de cada 10 mujeres han enfrentado acercamientos indeseados y nueve de cada 10 han sentido miradas lascivas.

“Defenderse es un deber”

Comando Colibrí nació en 2013 después de que María Teresa Garza, doctora en Ciencias Sociales y entrenadora de muay thai, decidiera aliarse con el entrenador Enrique Medina, para formar un grupo compacto de mujeres que supieran defenderse de ataques que involucraran golpes, armas blancas e incluso armas de fuego.

“Somos una organización de defensa y ataque”, dice María Teresa, quien afirma que la agrupación ha dado clases a 290 mujeres de cuatro entidades del país únicamente durante 2016.

Ella ahora vive en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde este mes inauguró una escuela del comando y busca mantener su meta de formar instructoras que puedan pasar sus conocimientos a más mujeres.

La agrupación toma su nombre de una fábula que cuenta la historia de un grupo de animales que huye despavorido cuando se incendia el bosque donde habita. En contra de la corriente, la colibrí —así, en femenino— vuela hacia las llamas con una gota en el pico. El venado la observa y le advierte que eso no servirá para apagar el fuego, pero ella responde que hace lo que le corresponde hacer.

“Nosotras hacemos eso, lo que nos corresponde: entrenar porque creemos que la defensa personal no es un derecho, sino un deber”, dice María Teresa.

“El rol de víctima es complementario al de victimario”, agrega la activista, quien resume su objetivo en conseguir que las mujeres privilegien tanto el cuidado propio como el de las demás.

En la capital, el contexto que motiva dicha aspiración lo provocan las cifras que dan cuenta de la violencia de género. En 2015, por ejemplo, en la ciudad se registraron 711 denuncias por violación, una de las estadísticas más altas del país. Además, se denunciaron 1,646 casos de acoso sexual, lo que equivale a 4.5 al día.

Políticas poco eficaces

Para responder a la violencia contra las mujeres, el gobierno capitalino comenzó este año la entrega de silbatos para prevenir y denunciar el acoso en las calles. Y frente a la controversia que la medida ha generado entre ciudadanos y especialistas, las autoridades argumentan que es sólo una de varias acciones para encarar el problema.

Dentro de Comando Colibrí, sus integrantes dudan de la eficacia de esta política pública, pues consideran que hay huecos en su implementación.

“No se trata de que [las autoridades] te den el silbato y ya. Hay que crear comunidad, hacer que, cuando suene, se acuda al llamado”, dice Darinka.

“Cuando a mí me atacaron, nadie vino en mi ayuda”, comenta Yara.

Frente a esa realidad, la agrupación tiene claro que mantendrá sus talleres de defensa personal —que suele realizar los martes y jueves en diferentes espacios—, así como sus programas de educación. En ellos, explican las activistas, se organizan dinámicas para rehabilitar a las víctimas de violencia de género y promover su desarrollo personal desde una perspectiva feminista.

“Nosotras no pretendemos agarrarnos a madrazos, sino defendernos si tenemos que hacerlo”, insiste Darinka.

Con ella coinciden sus alumnas y compañeras, convencidas de que desean saber cómo responder en una situación de peligro. Al igual que la colibrí de la fábula, quieren hacer lo que les corresponda hacer si ellas u otras mujeres son agredidas.

En cifras

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