28 de julio 2016
Por: Iván Ramírez Villatoro

Guardianes del tiempo

La Cuauhtémoc es la delegación con más relojes emblemáticos y tiene una cuadrilla especialmente de dedicada a cuidarlos.

FOTOS: LULÚ URDAPILLETA

La mayoría de los relojes, sean de pared o de pulso, posee cinco grandes órganos: un mecanismo que genera fuerza motriz, un sistema de rodaje que transmite esa fuerza, un sistema de escape que dosifica la energía, un órgano regulador —como un péndulo— y un sistema de engranes que se encarga de mover las manecillas.

Si alguno de ellos falla, los relojes dejan de funcionar adecuadamente o incluso ‘mueren’. Pero así como los seres humanos podemos recurrir a médicos para solucionar nuestros males, estos instrumentos cuentan con sus especialistas.

La delegación Cuauhtémoc, donde se encuentra la mayoría de los relojes emblemáticos de la Ciudad de México, desde hace 35 años tiene su propio grupo de expertos: la cuadrilla que conforma el Taller de Relojes Monumentales.

Joel Palma, uno de sus fundadores, cuenta que la agrupación comenzó a trabajar cuando el reloj de la Catedral Metropolitana empezó a tener fallas y el entonces jefe del Departamento del Distrito Federal (DDF), Carlos Hank González, ordenó que relojeros le dieran mantenimiento.

“Él era un fanático de la relojería. Era coleccionista. Le interesaba mucho que el reloj de Catedral funcionara adecuadamente”, recuerda Joel, quien en esa época tenía 27 años de edad.

Para ‘darle cuerda’ al taller y echarlo a andar, las autoridades capitalinas los eligieron a él, técnico electricista de profesión, y a Ernesto Camargo, quien entonces estudiaba en la escuela vocacional.

Como ninguno de ellos sabía arreglar relojes, buscaron cursos y bibliografía para documentarse sobre el oficio. Además, Joel entró a estudiar la carrera de técnico profesional relojero, la cual terminó en tres años; mientras estudiaba, pasó un mes al cuidado del reloj de la Catedral.

Para esa labor, le dieron una radio para que escuchara la hora del observatorio y sincronizara con exactitud un reloj de pulsera, que también le fue proporcionado. Luego tenía que ir a corroborar la hora en el reloj de la Torre Latinoamericana —que entonces funcionaba— y posteriormente verificaba la marcha del reloj de Catedral. Subía al campanario a las seis de la mañana, bajaba una hora para comer y se iba de ahí a las seis de la tarde.

“Durante todo ese tiempo, la indicación del regente [Hank] era que ese reloj no se parara, aunque una persona tuviera que estar ahí todo el tiempo”, dice.

Al cuidado del tiempo

Cuando el taller se formó en la década de los 80, una de sus primeras tareas fue localizar relojes monumentales, es decir, aquellos que están colocados en edificios públicos o privados y tienen vista a la calle, como los que hay en iglesias, oficinas, escuelas o parques.

La cuadrilla encontró 24 en la delegación Cuauhtémoc. Después, hizo presupuestos de mantenimiento y ofreció su ayuda a los dueños de los inmuebles o a quienes estuvieran a cargo de ellos.

En total, 16 propietarios o encargados aceptaron el apoyo y, de ese conjunto de relojes, 12 siguen bajo el cuidado del taller. Entre ellos están los dos relojes de la Catedral Metropolitana —el que da la hora y el que hace sonar las campanas—; el reloj chino de Bucareli, que está en frente de la sede de la Secretaría de Gobernación (Segob); el del Museo de Geología, en Santa María la Ribera, y el reloj otomano, que se ubica en la esquina de Venustiano Carranza y Bolívar, en el Centro Histórico.

Actualmente, en el taller trabajan cinco personas: Joel, Ernesto, Víctor Manuel, Hilario y Daniel. Este equipo programa visitas con base en las necesidades de cada reloj. Por ejemplo, algunos requieren que se les dé cuerda cada tres días, mientras que otros deben ser revisados cada que ocurre un sismo o cuando se interrumpe el suministro de energía eléctrica, debido a que sus mecanismos son delicados y se desajustan con estos eventos.

“Lo primero que hacemos es llegar a ver cómo está la hora. Si va a tiempo, sólo subimos a darle cuerda”, dice Víctor Manuel.

Del mismo modo, la cuadrilla debe actuar si los relojes son vandalizados o si alguien roba sus piezas para venderlas a depósitos como fierro viejo.

“No saben lo que valen, son piezas de monumentos históricos. Cada reloj tiene su historia”, comenta Joel, y agrega que cuando hay robos el repuesto debe mandarse a hacer con un tornero.

“Tenemos un trabajo único”

Víctor Manuel, otro veterano del taller —en el que tiene 24 años—, defiende la importancia de su oficio y asegura que lo hace sentir satisfecho.

“Mucha gente se basa en los relojes [para sus actividades diarias]”, dice. “La gente que pasa corriendo ve el reloj y a veces nos va diciendo si va bien o no, cómo está nuestro trabajo, si está bien o está mal”.

Joel, quien a sus 62 años sabe que está cerca del retiro, tiene una opinión similar: “Tenemos un trabajo único y, aunque no es muy popular, el que visitemos relojes a los que únicamente nosotros podemos entrar lo hace un trabajo delicado, especial, que nos da mucha satisfacción”.

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