2 de julio 2018
Por: Carlos Acuña

El libro vaquero: erotismo de bolsillo

Todos reconocemos el peculiar estilo de esta publicación, una de las más populares del país. Platicamos con Jorge Aviña, quien, durante más de dos décadas, se encargó de dibujar sus portadas

 

Hace unos cinco años, las portadas de El libro vaquero llegaron a la Galería Divus Prager Kabarett, en Praga. No fue la única ocasión que Jorge Aviña, el responsable de dibujarlas por más de 20 años, pisara las galerías europeas. Ya antes había presentado más de 90 ilustraciones en Le Grand Café, Centro de Arte Contemporáneo de la ciudad de Saint-Nazaire, en Francia, y junto a un grupo de artistas conceptuales participó con 50 ilustraciones en “Resisting the present”, una exposición del Museo de Arte Moderno de París.

“En la inauguración estaba todo el mundo. Jodorowsky y un montón de artistas franceses”, dice.

Jorge Aviña habla desde su departamento, muy cerca del Parque Hundido. Sobre la mesa descansan pilas de ilustraciones originales hechas para El libro vaquero: mujeres voluptuosas siendo rescatadas por indios apaches, mujeres de escotes pronunciados cabalgando junto a apuestos vaqueros… Institución de la historieta mexicana, con tirajes de millones de ejemplares, El libro vaquero le debe gran parte de su personalidad al estilo desarrollado por Aviña, este hombre que rebasa ya los 80 años y hoy intenta salir de una gripe que por poco lo obliga a posponer un viaje a Montevideo.

Junto a Juan Gabriel, José José y las canciones rancheras, El libro vaquero educó sentimentalmente a todo un país: erotismo de bolsillo, romance de puesto de periódicos, todavía es común encontrarse a personas leyéndolo mientras esperan el microbús. Y aunque se suele menospreciar en términos literarios, su éxito es tal que incluso escritores de cierto renombre como Jordi Soler, Eusebio Ruvalcaba y Yuri Herrera escribieron algunas de sus tramas.

“Estoy convencido de que mucha gente aprendió a leer gracias a El libro vaquero”, opina Aviña mientras pasea por su casa. Como sucede en otros casos, hoy la historieta mexicana sobrevive a expensas del mercado de cómics de superhéroes y del nicho de la novela gráfica. Sobreviviente de otra época, Jorge Aviña aprendió a dibujar de manera autodidacta en un mundo donde La Familia Burrón, Lágrimas y Risas, Memín Pinguín y Kalimán dominaban los estanquillos.

Aviña hace a un lado los dibujos de las chicas voluptuosas. Al fondo de la mesa, aparece un retrato de un viejo sacerdote chino. Aunque conserva el estilo de pinceladas de las ilustraciones que lo han hecho célebre, algo parece distinto en esta imagen. Sin los cuerpos semidesnudos de las mujeres, sin la temática western, el talento de Aviña reluce: el cuidado de cada trazo, la expresión congelada y solemne del retrato.

“Hago muchas más cosas además de El libro vaquero —dice mientras hurga en unos cajones de su estudio—. Ilustraciones infantiles, caricatura política. Pero todavía me siguen pidiendo que haga un dibujo ‘estilo vaquero’ para una boda o para portadas de libros de poemas. Mira, por ejemplo, estos retratos: son empresarios mexicanos, es un trabajo que me comisionaron”.

Sus manos barajan una serie de estampas hechas con plumilla, minuciosas. Una expresión distinta en cada una, rostros perfectos todos. Al mirar cada línea de Jorge, es inevitable preguntarse cuál es la diferencia entre el arte popular y el arte a secas.

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