Alejandro Otaola, guitarrista. Foto: Lulú Urdapilleta

Alejandro Otaola, guitarrista. Foto: Lulú Urdapilleta

31 de octubre 2016
Por: Tatiana Maillard

El motivo de la música

El exguitarrista de Santa Sabina, Alejandro Otaola, nos habla sobre los motivos de un músico que le quiere poner sonido a la Ciudad de México

[hr gap=”null”]El exguitarrista de Santa Sabina, Alejandro Otaola, platica sobre las razones que mueven a quien quiere ponerle sonido a la ciudad.

FOTO: LULÚ URDAPILLETA

Alejandro Otaola eleva el dedo índice de su mano derecha y lo estrella contra la palma abierta de su mano izquierda. “Ni por fama”, dice.

Enseguida, vuelve a extender el índice y repite la operación. “Ni por dinero”.

Esas son las dos motivaciones que jamás deben mover al músico a tocar o componer.

¿Cuál es la razón correcta de la música? Otaola lo supo años antes de que fuera guitarrista de Santa Sabina. Muchísimos años previos a ser músico de La Barranca. En un tiempoen el que no existía San Pascualito Rey y, por ende, tampoco tocaba con ellos.

El motivo correcto de la música se le reveló, incluso, antes de que supiera tocar la guitarra: cuando era un niño de primaria, habló a casa de un compañero de escuela para pedirle la tarea. Al fondo, pudo distinguir el sonido de una guitarra, un bajo y una batería reproducidos en el tocadiscos.

—Oye, ¿qué es eso que suena?— le preguntó a su amigo.

—Quién sabe. Es un disco que nada más trae un viejito en la portada.

Cuando colgó el teléfono, y sin saber que eso que escuchaba era “Black Dog”, de Led Zeppelin, Otaola tomó una decisión: “Quiero ser guitarrista”.

No por fama. No por dinero. Él está convencido de que el motivo, si no correcto, al menos auténtico, de la música es uno sólo: “Se trata de transmitir”.

No ser el mismo

“Transmitir”. En eso se reducen los veintidós años de carrera musical de Alejandro Otaola. Un camino que inició cuando se integró a Santa Sabina en 1994 y que desemboca en su último proyecto junto con el compositor Javier Lara: Astrolab-iO, proyecto que presentó hace unas semanas en un concierto gratuito en el Centro Cultural de España, en el Centro.

Este camino lo ha llevado a algunas certezas: como que cada melodía es como un dardo que apunta a una parte específica del cuerpo. Hay música externa, que va dirigida a mover el cuerpo. Música emocional, que ataca el interior de las personas. Y también hay “música para volar la cabeza”.

Y para conseguirlo, el músico cuenta con 12 notas y el silencio.

“En estas 12 notas existe una elusiva sencillez al alcance de cualquiera —dice Otaola—, aunque no cualquiera puede extender el brazo y atraparla. Las notas están ahí, como peces, en un océano. El reto es salir todos los días con la caña de pescar, en espera de que atrapes algo chido”.

Parte del ejercicio es juntarse con otros pescadores de confianza. En su camino, Otaola ha enseñado música y también ha aprendido de músicos. Cursó guitarra clásica y aprendió a leer partituras y hacer cantar al instrumento. Pero para aprender fue más provechoso observar, escuchar y preguntar a sus compañeros de banda.

En específico habla del tecladista Juan Sebastián Lach, con quien tomó clases de armonía, o con la cantante Iraida Noriega, “cuyo instrumento es ella misma, porque tiene un registro vocal fregoncísimo”.

La pesca también depende de qué tan dispuesto estés a navegar lejos de lo que estás acostumbrado. “Yo no quiero un proyecto en el que tenga que tocar como tocaba con Santa Sabina hace 20 años. Qué flojera”, dice Otaola. Y por eso, sus intereses se ven influenciados por la improvisación y la experimentación.

Así desarrolló su primer disco de música electrónica, Fractales (2007). También de esta manera incursionó en la musicalización de películas silentes, como El Hombre de la Cámara (2010).

Incluso, decidió prescindir de los límites del disco, en el que “siempre suenan las cosas de la misma manera” y ha diseñado, en colaboración con Iraida Noriega, Infinito: un disco dentro de una app para iOS y Android que tiene la particularidad de sonar distinto cada vez que se reproduce.

“Lo que me interesa de los proyectos es que sean propuestas distintas que me obliguen a tocar de maneras distintas”, explica.

El último eslabón de esta cadena es el disco Astrolab-iO, donde prescindió, en algunos momentos, de cargar la guitarra y optó por dejarla sobre la mesa y experimentar con los sonidos procesados que podía extraer deslizando sobre ella objetos como un pequeño cilindro metálico.

“Quitarme la lira de las manos me hizo tocar de una manera que ni sabía que existía —dice — y tocar de manera distinta me hace un músico distinto”.

Improvisar, el nombre del juego

“La vida diaria es improvisación, aunque lleves una agenda”.

Astrolab-iO es un disco que surgió en una sola grabación, de una improvisación experimental entre Otaola y Javier Lara, y reconoce que es un modo de trabajar no apto para todos porque “es como irte de espaldas. Tienes que estar seguro de que la otra persona no te va a dejar caer”.

Otaola se involucra en proyectos como este porque se resiste a la idea de que las cosas suenen siempre de la misma manera. Lo compara con la vida de oficina: “Hay personas que cumplen horarios, checan tarjeta y cumplen con un orden, como hay músicos que salen al escenario con el orden de las canciones y la rigidez para interpretarlas de una sola forma. No es lo que me interesa”.

En cifras:

 

 

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