9 de diciembre 2016
Por: Diego Rabasa

Realidad virtual

Dice Pascal Quignard que la vida es el recuerdo más conmovedor del tiempo que ha producido este mundo. Este mundo lleno de misterios y de enigmas tiene en la necesidad humana de darle sentido a la existencia a través de la formulación de mitos y narraciones uno de sus puntos medulares, uno de sus rasgos más fascinantes. A lo largo de la Historia, diversas civilizaciones alejadas en el tiempo y el espacio han recurrido a mitos que enarbolan tramas muy semejantes entre sí sin que pueda mediar una explicación para ello. En su monumental estudio sobre los arquetipos que se repiten en civilizaciones distantes en el tiempo y en la geografía llamado El molino de Hamlet, los antropólogos Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend concluyen que el elemento unificador de estas narraciones se encuentra en el cosmos. Lo que tienen en común prácticamente todas las civilizaciones humanas es que han mirado al cielo y de ahí han fabricado historias y producido conocimiento para darle cuerpo y sentido a la ambigüedad que causa nuestro paso por el mundo.

Según un artículo publicado por el periódico The Guardian, dentro de unos años será imposible vislumbrar la Vía Láctea desde la Tierra (ya lo es para 1/3 de la humanidad). La luminosidad que conlleva nuestra idea de progreso y desarrollo, creará una especie de nata refractaria que hará imposible ver más allá del resplandor ocasionado por los postes de luz de las calles pavimentadas. Tampoco es que esto vaya a ser notado por mucha gente: el tránsito de la enajenación y del desprendimiento de la colectividad para sumirnos, nunca mejor dicho, en una realidad virtual, parece ir en un tránsito imparable hacia la des-conexión y des-vinculación totales.

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Como si no fuera suficientemente triste la imagen de ir por las calles o en el Metro y ver a hordas de humanoides con la cabeza agachada, sumergida en las pantallas de sus “teléfonos inteligentes”, los genios de Silicon Valley se aprestan a darle una vuelta de tuerca más a la posthumanización con el lanzamiento al mercado de los lentes de realidad virtual: estos antifaces tétricos y lúgubres que nos llevan a “experimentar” paisajes, emociones y situaciones que se encuentran fuera del alcance de nuestra vida.

Mientras el mundo se desgaja y se desangra, mientras la división entre el reparto de la riqueza va sembrando muerte y horror a su paso, los barones de la tecnología continúan modelando las sociedades del futuro y lo que se alcanza atisbar no es muy prometedor. Como bien han anticipado pensadores como George Monbiot, uno de los aspectos más nocivos de la ideología neoliberal que domina el planeta es la atomización y pulverización de cualquier impulso colectivo. Los antifaces que nos transportan a “nuevas y prometedoras” realidades, acentúan el cambio de perspectiva que hemos ido forjando como especie: de la honda infinitud del cosmos de donde se desprenden mitos y narraciones que nos cohesionan a todos a la miserable soledad de los antifaces de plástico.

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