28 de septiembre 2016
Por: Gabriel Rodríguez Liceaga

A moon shaped writer

Entre los escombros de la Torre de Babel se debieron de quedar un par de necios, intentando comunicarse entre sí. Quizá así nació la primera banda musical. Se sabe que en esos temas soy bastante ignorante y que llevo siete años escuchando a los mismos dos grupos de manera desenfrenada, paciente y gozosa. Una de esas dos agrupaciones vendrá a dar dos conciertos al Distrito Federal a inicios de la siguiente semana.

Radiohead entró a mi vida una noche en las Cumbres de Maltrata. Veníamos varios amigos en un auto rodeado de una neblina jarocha espesísima y entre tráileres ojetes de tan rápido que nos aventajaban. Mario Flores, hoy ilustrador y locutor de radio, venía ducho al volante. Básicamente, él venía siguiendo con veloz paciencia los escasos centímetros de líneas en el piso que la carretera iba ofreciendo mientras los demás decidíamos si le rezábamos o no al dios de nuestros padres. Veníamos asustadérrimos, juvenilmente crudos y en silencio. El Greñas, un entrañable hombre de perfecta barba, propuso: “Pues si ya vamos a morir por lo menos que sea escuchando buena música”. Quizá empleó otras palabras pero el contenido es el mismo. Y ahí, rodeados de un infierno blanco, o quizá entre nubes, escuché por vez primera un importante cacho del Ok Computer.

Resultó que en casa tenía el disco. Una ex iracunda que salió estrepitosamente de mi vida lo dejó en una esquina de mi sala. Le prometí al Ángel de la Independencia que jamás escucharía “Let Down” sin que se me enchinara la piel de los brazos. Un par de años después salió el In Rainbows. Recuerdo esa mañana en la que el secreto que todos escondemos adentro de nuestros audífonos era “15 step” al unísono. Ya para ese entonces había yo celebrado algún empate del Cruz Azul, caminando todo Insurgentes con el Hail to the Thief de acompañante. Esa musicalización del fin del mundo que es el Kid A me hacía sentir que las gotas de lluvia no me mojaban. Descubrir el Amnesiac coincidió con una fase de poca mesura en la ingesta de alcohol. Creo que más que beber como contratado, me gustaba regresar a pie desde el Centro o la Roma escuchándolo: feliz. Tengo medidos varios tramos de ciudad en tracks de Radiohead. Siempre en orden, obvio, porque la banda planea sus discos como objetos perfectos y circulares. Cada disco es una cosa íntegra, indivisible. El Best Of fue una impertinente tarugada. Con “Nude” pensé seriamente en arrojarme del tercer piso de Reforma 222 recién lo inauguraron. Escribí todos los cuentos de mi libro Perros sin nombre con el King of Limbs sonando en su versión From the Basement. Estoy convencido de que el tiempo se sucede a una velocidad distinta cuando suena “No surprises”, todo se ralentiza vivificado de belleza. Hay tramos en “The National Anthem” que se me antojan música empapada. Y sólo hablo de las más conocidas. Cada disco esconde uno o dos o cinco canciones de inolvidable hechura, contundentes antes y después. En fin. Radiohead me ha acompañado un trecho relevante de vida, los escuché conforme perdía la juventud casi sin darme cuenta. La gente que no los aprecia del todo siempre era endilgándoles una fecha de caducidad. A Moon Shaped Pool es un disco precioso, como dice el poeta: un sol reflejado en mil espejos.

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¿Se acuerdan de que alguna vez en mi blog candoroso quemé el boleto de un concierto de Radiohead sólo por el gusto de que un fan no entrara? Eran otros tiempos. Este año no podré asistir. A veces hay Alka Seltzer y a veces no. Estoy seguro de que Mario y “El Greñas” y Daniela y Ruy sí asistirán. Enhorabuena.

¿Quién es el filósofo griego que dice que ya conocemos todo pero simplemente no nos acordamos? Bueno. Esa sensación me provoca la íntima música de Radiohead. Voces que estaban atrapadas en mi cholla con antelación, superpuestas como un muy lejano follaje. Si acaso tenemos reminiscencias de nuestra existencia antes de haber nacido, es probable que se manifiesten la siguiente semana cuando la rola que uno prefiera principie, quebrando la noche en dos. Coreemos con los puños cerrados y sonriendo, celebremos que nos tocó vivir en los tiempos de enloquecedora ternura del imperio entre ruinas llamado Radiohead.

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