30 de junio 2016
Por: Gabriel Rodríguez Liceaga

LA PEOR COLUMNA SOBRE MESSI DEL MUNDO

El otro día me desperté aterrado. Me atacó por sorpresa la idea de que había alguien en el mundo que soportaba mejor que yo la diaria maldición de abrir los ojos. Es decir: dentro del infinito azar de gentes avivándose con rumbo al nuevo día, una persona destacaba por su sobresaliente manera de renunciar al fantástico mundo de los sueños. Me lavé los dientes haciendo gala de otra clara inseguridad. ¿Realmente aquellos circulares movimientos del cepillo empastado me procuraban un aseo bucal digno de mención? Fue espantoso. Supuse que personas más duchas que yo se lavaban los dientes con mayor notabilidad. Seguí con mi vida y, de alguna manera, amarré las agujetas de mi calzado. Los nudos conciliatorios se me presentaban como anodinos afianzamientos. Fue espantoso. Abordé el peor camión, acoplé mi ascenso a una tanda de escaleras eléctricas sumamente mediocres, lentas, automáticas y atrapadas en su condición. Mi jefe me pareció un líder más bien zopenco. Una tía me marcó para preguntarme si irá a su bobo cumpleaños. Yo hubiera deseado ser sobrino de una mujer con logros más subrayables. Mis uñas crecían torpemente. Mis axilas apestaban conforme el día transcurría y yo hubiese deseado poseer un aroma más acre. El sol, a mi parecer, podía estar más vivo. Las gotas de lluvia no caían en los mejores sitios que la superficie planetaria ofrece. Estornudé nueve veces con el anhelo truncado de que mejor hubieran sido trece sacudidas.

¿Cómo?, ¿cómo le haremos para vivir en un mundo donde el mejor jugador de futbol del mundo renunció frente a nuestras narices a la posibilidad de seguir siéndolo? Comeremos gelatinas mediocres, amaremos sin amor, calzaremos medio número mal, escucharemos los peores discos de nuestras añoradas bandas… Messi lloró para nuestro regocijo y pavor. Sus lágrimas no competían en Copa América Bicentenario alguna, así como nuestro llanto no está en certamen. Construimos un edificio impecable sólo para verlo caer. Ahora: ¡a comer añicos! Caramba, fue pésimo el trato que Messi hizo con Satanás o con una pata de mono.

LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA: NO ES LA LLUVIA DE FUEGO BÍBLICA, ES MÉXICO

Es importante mencionar que no me simpatiza Lionel Messi, no adquirí por miles un jersey con su nombre en la espalda. Jamás me han apantallado sus cabriolas y siento que es más un producto que un líder. Un diez protegido y rodeado de superestrellas en el Barcelona, concretando racimos de goles a equipos de minusválidos en una liga donde la competencia deportiva es inexistente y la gloria se ha monopolizado. Es curioso y sintomático que a Messi ya nadie le diga La Pulga, mote con el que se dio a conocer antes de la barba y los tatuajes y las finales perdidas. Una de las piernudas del noticiero deportivo de TvAzteca dijo el lunes: “Ahora que Messi falló el penal, podemos darnos cuenta de que es humano”. Vaya, no era tan difícil notar tal circunstancia, sin embargo la observación de la chica es muy pertinente.

Lloremos nosotros, tristes humanos evidentes, pues nos hemos quedado, hasta nuevo aviso, sin nuestro Mejor Jugador de Futbol del mundo. ¡Qué orfandad!

Hay que poner aquí un alto. Ninguna vida es mejor que otra. Todos somos impecables milagros del azar y las circunstancias. Nadie posee las mejores uñas del mundo. La humanidad no es un certamen masivo. Messi no duerme mejor que tú, ni se amarra las agujetas mejor que tú, ni tiene patrones empleadores mejores que los tuyos. La mamá de Messi no lo adora más que tu madre. Los sobacos de Messi no emanan pestes valiosísimas. Messi falló un penal con la misma naturalidad con que tú has puesto mal una coma. ¿Recuerdas aquella vez que le dijiste Angélica a Laura? ¿Evocas con afecto cuando decidiste estudiar leyes en vez de artes visuales? Sospecho que la vida es fallar penales y, por ende, renunciar a nuestros sueños.

Ya lo sabíamos.

Gracias, Messi, en todo caso. Sonríe, te ves lindo cuando lo haces.

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