25 de octubre 2016
Por: Lydia Cacho

Rendirse ante los explotadores

Intento imaginar qué hubiera sucedido si todos los países se hubieran rendido al nazismo durante la Segunda Guerra Mundial bajo el argumento de que era tan poderoso, implacable y, en ese momento aparentemente imparable que lo mejor esa someterse a sus reglas y dejarlos ser. En tal escenario imaginativo, el racismo, la xenofobia y el ostracismo de ciertos grupos sociales y étnicos serían contemplados como algo irrefutable, más poderoso que las leyes, que el progreso, que los derechos humanos; en particular el derecho a la igualdad. La historia nos demuestra que cada tanto tiempo algún grupo intelectual, político o civil, abreva de los argumentos que suscita la rendición ante la costumbre. Tal es el caso de quienes persisten en asegurar que la forma de capitalismo que vivimos hoy en día nunca cambiará y por tanto debemos someternos a él imponiendo reglas que admitan abierta y clandestinamente toda forma de explotación y esclavitud.

Tal es el caso de la discusión que hoy en día se lleva a cabo en el Constituyente de la Ciudad de México, este instrumento indispensable en que el debate álgido y abierto nos está aportando una lección de cómo debe discutirse en sociedad: con transparencia y pluralidad (aunque esto ponga nerviosos a muchos). Un grupo de influencia importante encabezado por una de las intelectuales feministas más mediáticas, la antropóloga Marta Lamas, está impulsando la legalización del comercio sexual para integrarlo en la Constitución de la Ciudad de México como trabajo sexual, reconocido plenamente en la ley. Lamas ha asegurado en sus textos— en su tesis doctoral y en debates públicos— que el capitalismo es lo que es, que las mujeres pueden utilizar su cuerpo como su oficina (un símil desafortunado para quien ha sido la líder de la defensa de los derechos sexuales y reproductivos reconociendo la humanidad de las mujeres y las niñas). Como una mujer en el mundo del comercio sexual utilizaría su cuerpo como instrumento de trabajo, según los argumentos, tendría derecho a contar con un administrador o gerente de ese negocio o trabajo. Los padrotes, sean esposos, novios, amantes o proxenetas profesionales, perderían su calidad de delincuentes, de explotadores y maltratadores de mujeres y se convertirían en socios legales. Cualquiera que critique esta posición de rendición ante la filosofía del libre mercado integrado a las seres humanos y en particular a los cuerpos de las mujeres como instrumentos de la economía, es tachada de conservadora moralina.

LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE LYDIA CACHO: VAMOS A COMPRAR ARMAS ¡YA!

A lo que nos enfrenta este debate en realidad es al retroceso de leyes de gran trascendencia para abatir la creciente delincuencia organizada y la punzante violencia contra mujeres y niñas. Desde 2011 México se sumó al Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de Prostitución Ajena, junto con otros tres tratados fundamentales de protección de los derechos a las mujeres a vivir libres de violencia y sin ser explotadas. Dichos tratados existen porque durante siglos se ha documentado la desigualdad y el trato esclavizante que el comercio sexual ha dado y da a millones de mujeres, niñas, niños en todo el mundo. Dicho trato promueve la violencia sexual, la cosificación de las mujeres, el machismo, el incremento del negocio en que unos compran y venden personas. El fenómeno de Tenancingo en Tlaxcala ha demostrado que los tratantes se adelantan a las leyes, hoy ya no secuestran a las mujeres, se casan con ellas y como esposos las explotan en burdeles caseros en toda la región. No hay un solo país que haya legalizado la explotación de la prostitución ajena como trabajo legal. Lo que se ha hecho efectivamente es proteger los derechos de las mujeres adultas en el comercio sexual, evitar que tengan explotadores, proteger sus derechos a la salud (eso es sin duda fundamental) y debe ir de la mano del acceso de ellas a educación, seguridad, trabajos que no las sometan al maltrato y la cosificación y las liberen de la violencia de género.

La creación de la Constitución de la CDMX debe experimentar con el sueño posible de una ciudad que vea en la igualdad el progreso, y en la no violencia la democracia. Rendirse ante el capitalismo salvaje y fomentar mayor desigualdad para las mujeres en un país donde las mafias controlan el comercio sexual y el feminicidio incrementa a diario es inaceptable.

Salir de la versión móvil