17 de febrero 2017
Por: Pedro Kumamoto

Mi primer trabajo

Para el gran equipo de Máspormás Guadalajara, con admiración y gratitud total.

 

Esta semana fue la última de Máspormás Guadalajara, un espacio periodístico lleno de talento, que apostó por personas jóvenes y dejó huella en la ciudad. Pensando en este ciclo que se cierra, la nostalgia me ganó y recordé el día que nació la generosa oportunidad que este medio me brindó para escribir la columna “Manual de jacarandas” a mis 24 años.

Mi último año en la universidad apenas había iniciado. Para un estudiante a punto de egresar, es difícil mesurar y narrar la angustia que genera el reloj de arena que marca el final de esta etapa. No se trata de una ramplona y cursi tristeza de abandonar el nido universitario. No, tiene más que ver con el miedo al futuro, con esa sensación de vacío cada que preguntan sobre trabajo o próximos planes.

Como cualquier estudiante de este país, la incertidumbre era mi única constante. El sube y baja de emociones se hacía presente; si bien es cierto que añoraba las etapas venideras, también sentía una losa por mis condiciones. Sin seguridad social, sin un fondo para el retiro, sin trabajos formales, sin cotizar para poder comprar una casa, sin muchas posibilidades de obtener un empleo por tener título universitario, vaya, con todas las promesas de la modernidad rotas, debatía mi devenir.

Acababa de dejar la presidencia de estudiantes. Dos años de mucho trabajo y de entender a la política estudiantil como reflejo de la política “allá afuera”. Fueron momentos de muchísimo aprendizaje, dos años grandiosos, pero también dos años en los que no aboné ni un peso a mi crédito educativo. Como parte de los tratos con mis padres para ir a la universidad, consensuamos que ellos se harían cargo del pago mensual de mis estudios, pero concluidos estos, yo me encargaría del crédito educativo. El abismo se veía cercano.

LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE PEDRO KUMAMOTO: UN BALANCE DE #SINVOTONOHAYDINERO

Justo en esos inicios del 2014 me enviaron un mensaje extraño: conocían mi trayectoria y  querían hacerme una propuesta laboral. Acepté sin chistar al café que me invitaban para hablar sobre la propuesta. Ahí fue cuando me enteré de un medio nuevo que empezaría su circulación en la ciudad. Buscaba hacer un contenido que alternara reportajes a profundidad, periodismo de ciudad, entretenimiento y plumas con temas diversos. Querían darme la oportunidad de escribir dos veces al mes. Ese mismo día acepté. Nunca entendí por qué me dieron el espacio junto a plumas consolidadas, pero estaré agradecido por siempre.

Mi primer columna arrancaba así: “La política es la alameda a la que acudimos con ideas y pasión al debate público, es la búsqueda comunitaria más sublime en la que nos encontramos con las otras personas para que cada quien desarrolle lo que cada cual busca y necesita. La política somos las personas con nuestras iguales para construir la libertad.” Es maravilloso ver el tiempo pasar, regresar a los textos propios y reencontrarte. Un motivo más para agradecerle a este diario.

“Manual de Jacarandas”, título que le di a mi publicación quincenal, me dio la oportunidad de cuestionarme sobre la coyuntura, pero también sobre mis ideas políticas, de pensar el futuro y de hacer homenajes a la ciudad. Si bien es cierto que durante un año y meses no pude cobrar mis honorarios en este trabajo (no me había dado de alta en Hacienda y me era imposible expedir factura), este encargo me dio satisfacciones, paz y muchísimos debates importantes. Alguien había confiado en mí, había logrado mi primer trabajo formal.

Seguiré como columnista de Máspormás Ciudad de México con la misma dicha. Seguiré pagando mi crédito educativo. Seguiré atento al acontecer nacional. Pero, sobre todo, seguiré agradecido con ese primer empleo toda mi vida.

Salir de la versión móvil