26 de septiembre 2016
Por: Wilbert Torre

Los cabos sueltos del Presidente

En las oficinas ejecutivas de Los Pinos —esa burbuja yupi de colaboradores íntimos y súper asesores que se instituyó en el gobierno de Fox— hace un par de semanas se escribieron unas tarjetas informativas que llegaron al despacho principal tras el despido del secretario de Hacienda. Una de las más extensas llevaba un título revelador: “Los cabos sueltos de Luis Videgaray”.

Un cabo suelto es una pieza perdida cuya ausencia rompe la estructura de un cuerpo. La partida de Videgaray significa esto para el presidente peña y la concepción de su gobierno: la pérdida del cerebro vital detrás de la escenografía de Los Pinos y la desaparición de una figura fundamental; Videgaray no sólo era el hombre con mayor influencia en Peña, sino el eje articulador del grupo más cercano al presidente, un núcleo amplio que construía un proyecto de continuidad hacia la elección de 2018.

Las tarjetas de los asesores del presidente sitúan entre los principales cabos sueltos de la caída de Videgaray a Enrique Ochoa, el exdirector de la Comisión Federal de Electricidad que en un acto presidencial de restitución del dedo elector —el que se amputó Zedillo en 2000— fue impuesto por Peña —con el consejo de Videgaray— de manera autoritaria en el PRI para asegurar el control del partido hacia la elección presidencial que tendrá lugar en dos años.

Videgaray era mucho más que un secretario; era el número dos en la presidencia, el hombre con más ascendencia en el Presidente y el gabinete, de modo que los cabos sueltos se extienden a los secretarios Aurelio Nuño, Claudia Ruiz Massieu y José Antonio Meade, quienes formaban parte de su grupo político.

Si todos ellos orbitaban alrededor del planeta Videgaray no sólo como parte de su grupo, sino de la concepción intelectual y estructural del gobierno, ahora que él no está ¿alrededor de quien se alinearán y qué juego jugarán?

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Las tribulaciones del primer equipo del Presidente parten del reconocimiento de que la renuncia propició una realineación en los grupos de poder dentro del régimen y si antes de agosto de 2016 el hombre con más poder era Videgaray, ahora este contexto ha cambiado y el nombre del juego lleva otro apellido: el grupo del Estado de México.

Esa facción dentro del régimen formada políticos de viejo forje como los Del Mazo, Arturo Montiel, el líder de los diputados priistas César Camacho, el secretario Luis Miranda y el gobernador Eruviel Ávila, tuvo un rol fundamental en la caída de Videgaray.

Antes de que los analistas de Peña revisaran los escenarios del futuro, otras tarjetas llegaron al escritorio principal de Los Pinos con una serie de mensajes desde el terruño de Carlos Hank. Una de ellas resumía el estado de ánimo de los hombres del Estado de México: Videgaray debía marcharse para saldar el error histórico de la visita de Donald Trump. El titular de Hacienda no debía ser despedido como un héroe cuando —de acuerdo con ellos— era el principal responsable del hundimiento del barco peñista. Por eso junto con Videgaray renunciaron el subsecretario Fernando Aportela y el jefe del Sistema de Administración Tributaria, Aristóteles Núñez, dos hombres de todas las confianzas del exsecretario de Hacienda.

Un maso de tarjetas tiene mucho más significados de los que uno podría imaginar vagamente: es un reflejo de lo que piensan y tienen en la mira los hombres que gobiernan justo cuando este país vive uno de sus momentos más grises y aciagos y puede ser también una brújula indicadora de las guerra que se anuncia entre los grupos que se disputarán el poder en 2018.

En el peor momento de un presidente en la historia reciente, Peña —con un grado de aceptación que apenas supera dos de cada 10 mexicanos— perdió a su hombre más fuerte y muy probablemente el control de la nominación del candidato a la presidencia, un proceso que para que la cuña apriete podría estar ya bajo dominio de sus paisanos del Edomex.

En un partido vertical como el PRI estas no son buenas noticias para nadie. En Estados Unidos un presidente recibe el calificativo de “pato cojo” cuando pierde los hilos del poder. A dos años de concluir su mandato, Peña es un presidente secuestrado por los grupos de poder que se disputan desde ahora la candidatura priista.

Un Presidente puesto en jaque por sus propios cabos sueltos.

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