17 de junio 2017
Por: Miguel Angel Trejo

Algunos se ganan la vida con los autos, yo, me la gasto

por Frankymostro @frankymostro

¿Cómo andan? Yo les confieso que al ser invitado a colaborar en MásporMás estuve pensando un par de horas en cómo adornar el texto, pues es la primera vez que escribo para un periódico. Pero, ¿saben qué? No puedo. Intentaré que se me lea “domesticado”, pero no prometo nada.

“Frankymostro” es mi nombre de batalla, sin embargo, hasta mi mamá cuando está enojada me llama así. Llevo poco más de 20 años en esto de los “fierros”; manejando, probando, escribiendo y construyendo autos desde CERO. Para que me entiendan, no soy ingeniero de escritorio usando palabras domingueras para ocultar la falta de callos que deja una llave de tuercas. Y si bien soy un tanto “primitivo” para algunas cosas, el sentimiento por todo aquello que queme gasolina lo traigo en el ADN (no es mi culpa). A mí los autos no “me entraron” por necesidad, sino por herencia. Sí, tengo el cromosoma maldito. Y claro, solo basta un pequeño detonante para dispararlo sin control. Les aconsejo que vean un buen un “burnout” callejero con un V8 de tracción trasera, y si el humo blanco de las llantas derritiéndose huele a Chanel No. 5, bienvenido, eres uno más de la pandilla.

El siguiente paso es cuando esta misma locura empieza a invadir tu casa. Esa pasión que hace que los mejores anaqueles de tu librero estén reservados para los mejores autos de Le Mans, la cosecha de “muscle cars” de 1970, o simplemente un manual de tornillería de un Ford A 1929, que, aunque sabes que nunca lo utilizarás, es bueno saber que ahí está. Bien, si tienes la fortuna de traer esta locura y trabajas en lo que más te gusta, pues estás del otro lado. Si no, aquí estoy yo, para que mueras de envidia. Por aquí nos encontraremos.

 

(Foto: cortesía)

 

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