Juan Gómez Bárcena

Foto: Lulú Urdapilleta

20 de febrero 2018
Por: José Quezada Roque

Juan Gómez Bárcena habla de Kanada, su novela contra la barbarie

Hace unas semanas, Juan Gómez Bárcena, uno de los escritores jóvenes más destacados de Iberoamérica publicó Kanada, novela multipremiada.

En términos muy generales, Kanada, la novela más reciente de Juan Gómez Bárcena, podría emparentarse con La escritura o la vida, de Jorge Semprún, y Velódromo de invierno, de Juana Salabert, obras escritas por autores españoles que han vivido entre dos culturas y cuyo tema central es el Holocausto.

Con apenas 32 años, Gómez Barcena ha apoyado su exploración creativa con su carrera como historiador para sumergirse en los pliegues inadvertidos del pasado. En palabras de su autor, Kanada es “un retrato distinto del Holocausto. Mi objetivo fue no poner el acento sobre los lugares comunes y presentar una visión distinta de las víctimas. No se trata de los afectados que pertenecen a una masa anónima, casi cubierta por un halo de santidad, sino de seres humanos que afrontan dilemas éticos y que, en muchas ocasiones, estuvieron obligados a cierto nivel de complicidad con sus verdugos. A la par, es una novela que no aborda el Holocausto como tal; se concentra solo en el regreso de las víctimas a casa para crear una historia nueva que se ha contado en pocas ocasiones”.

No es raro que la historia sea manipulada, ¿crees que siempre recibimos una teatralización de ella?

Aunque la historia siempre es manipulada, hay otro aspecto que debemos entender: su simplificación. Como no podemos comprender que tras la máscara de la civilización se esconde una barbarie, que emerge de manera terrible en momentos puntuales, le hemos dado forma a un discurso maniqueo en el que los alemanes eran, en su conjunto, criminales, y las víctimas están pintadas de la mejor forma posible. En este sentido, la simplificación sirve para entender un suceso muy complejo y mostrar una imagen idílica de la lucha entre el bien y el mal. Todos sabemos que las víctimas no siempre son santas, pero pareciera que las obligamos a no actuar como seres humanos.

En términos vivenciales e intelectuales, ¿qué te inspiró?

Como historiador, he publicado varios artículos sobre el Holocausto, aunque nunca creí que escribiría una novela acerca de ello. Gracias a una beca, viví en Hungría y habité una casa que, presumiblemente, fue ocupada por judíos. Se trató de una experiencia muy intensa que me llevó a empatizar con la situación de sus antiguos dueños. Al mismo tiempo, una visita a Auschwitz también me volvió partícipe de dicho clima. Poco a poco, la suma de estas experiencias fructificó en Kanada y me hizo ver ciertas lagunas que no habían sido tan tratadas.

Foto: Especial

¿Cuál fue el mayor reto de escritura que enfrentaste con este proyecto?

Sin duda, encontrar el punto de vista del personaje principal, quien tiene un trastorno de estrés postraumático y no puede contar con facilidad lo ocurrido. No sabía cuál era la manera correcta de darle voz: si usaba una tercera persona, el resultado sería frío, y con la primera todo se prestaría a la incoherencia. Así, descubrí que la segunda persona me permitiría que el personaje dialogara y chocara consigo mismo bajo una especie de escisión de la conciencia. Funcionó para manifestar la locura.

Uno se convierte en lo que lee y escribe, ¿cuál de tus rasgos posee el personaje?

Siempre tomamos elementos reales y los amplificamos, de una forma muy similar a la búsqueda interna aplicada en el método de Stanislavski. El protagonista tiene un carácter obsesivo y, en un sentido vital, la obsesión con la muerte es un tema que siempre me ha preocupado. Escribo sobre ello cuando amplifico mis obsesiones y las traslado a un personaje.

En un tiempo tan turbulento como éste, ¿qué valor le darías a tu novela?

En Kanada nunca se menciona, por ejemplo, a Hitler o al nazismo. Aunque el lector entiende que se trata del Holocausto, prescindí de toda referencia concreta para crear una fábula que pudiera relacionarse con el presente. Empecé a escribir el libro en Budapest, cuando se cerró el acceso a los inmigrantes sirios en la estación Keleti. Al escuchar la opinión de mis amigos húngaros que justificaban por qué no debían entrar los inmigrantes, no podía dejar de ver ciertos ecos difuminados del lenguaje que operó durante la Segunda Guerra Mundial. Me gusta pensar que la novela habla más allá del Holocausto y reflexiona sobre el presente.

Diez libros favoritos de Juan Gómez Bárcena

Ficciones, de Jorge Luis Borges

Las armas secretas, de Julio Cortázar

Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño

El extranjero, de Albert Camus

El fin del «Homo sovieticus», de Svetlana Aleksiévich

Cuentos de Antón Chéjov

Sonata de otoño, de Ramón María del Valle-Inclán

Franny y Zooey, de J. D. Salinger

Diccionario jázaro, de Milorad Pavić

Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro

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