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4 de junio 2019
Por: Fernando Hernandez Urias

Ana V. Clavel: El deseo de ser alguien más

Platicamos con la escritora chilanga, Ana V. Clavel, a propósito de la reciente publicación de Breve tratado del corazón

Platicamos con la escritora chilanga, Ana V. Clavel, a propósito de la reciente publicación de Breve tratado del corazón, editado por el sello Alfaguara

Con 14 títulos publicados, entre ensayos, novelas y cuentos, Ana V. Clavel es una de las escritoras más constantes y reconocidas de la escena literaria nacional. En su libro más reciente, Breve tratado del corazón, la narradora da voz a cuatro personajes muy diferentes entre sí cuyas vidas están unidas por un delgado hilo: Sandra, una mujer que, a punto de suicidarse, descubre que no puede morir sin antes conocer el Taj Mahal; Horacio, un astrónomo que cambia de personalidad tras una operación del corazón; Casandra, una joven cuyo cuerpo es desmembrado y dejado dentro de una maleta en el Metro San Antonio y cuyo espíritu ahora vaga por la CDMX, y un sangriento sicario que parece no tener corazón.

Como el nombre de la novela lo indica, la intención de la autora fue hacer un tratado, por lo que, intercalados entre las historias, aparecen imágenes y textos —como leyendas, noticias, minificciones, etc.—. “Me gusta pensarlo como una suerte de red capilar que está entrecruzándose en ese flujo sanguíneo que son los discursos narrativos de cada uno de los personajes”, explica.

¿De dónde surgió la idea para escribir Breve tratado del corazón?

En un principio, por ahí de 2010, me enteré de un conocido que había entrado a quirófano por un asunto de una válvula mitral que, cuando salió, la familia de su esposa juraba que le habían cambiado el corazón.

Ese asunto me pareció un poco novelesco, porque yo me preguntaba si realmente se podía dar un cambio tan drástico de personalidad, y pensé que sería interesante trabajar el tema del corazón. Y conforme fui leyendo material sobre el tema pensé que sería interesante buscar el modo también de articular esa información y ese fue el inicio de manejarlo como una suerte de tratado. Pero la idea de adjetivarlo como “breve” era poner en tela de juicio hasta dónde puedes abarcar todo sobre un asunto tan basto como es el tema del corazón.

¿Qué tanto interviene el corazón cuando escribes?

Mi trabajo ha ido más por el lado de los deseos y del cuerpo. Claro, el corazón es cuerpo, pero también el cerebro es cuerpo, y entonces no lo hubiera pensado como una temática romantizada, idealizada.

Al contrario, por ejemplo en 2014 publiqué un libro que se llamaba CorazoNadas, para acentuar el asunto de las naderías del corazón y que trabaja mucho a nivel de ironía y de juego y de burla de esa carga simbólica que se le ha adjudicado al corazón.

El epitafio del corazón, que cierra Breve tratado del corazón, es un juego un poco burlón de la nota suicida que caracteriza a la mayoría de estos casos y cómo se reutiliza en la novela para que sea el propio corazón el que se convierta en el sujeto voluntarioso y rebelde y caprichoso de los destinos que va urdiendo, de las decisiones que aparentemente muy razonadas pero que tienen más que ver con una lógica que a veces nos es desconocida.

Cuando se habla del corazón en la literatura y en otras artes, por lo general se piensa en historias de romance, pero en Breve tratado del corazón lo vinculas con muchos aspectos más de la vida…

En principio de cuentas hay una mirada más crítica, más cínica, más deconstructiva. Entrarle al corazón desde el lado del tema amoroso está bastante trabajado. Pero el asunto es que, curiosamente, entre los motivos de estos lobos que son estos personajes no está el amor básicamente en ninguno. Se asoma un poco en algunos de ellos, pero no es una fuerza motora, ni está particularmente representada en el simbolismo de los corazones que están aquí.

Tiene que ver más con un asunto de inquietud personal, de duda o de ponerse a prueba, pero no desde la perspectiva de estar completo a través de la pareja, sino de la confrontación del individuo consigo mismo y con la realidad que lo circunda.

La Ciudad de México es uno de los personajes principales en el libro

Fíjate que en mi primera novela, Los deseos y su sombra, la presencia de la ciudad es muy importante. Es un personaje que, cuando apareció Casandra, en el asunto de la enmaletada y que ya despierta en calidad de alma en pena, me di cuenta de que estaba reconectando con el personaje de aquel libro, porque ahí el personaje entra en crisis y de pronto desea desaparecer y se vuelve invisible en plena CDMX.

No es que me lo proponga de manera deliberada, sino que los propios personajes son los que van pidiéndote la densidad y el paisaje, porque brotan en un lugar específico aunque ese espacio sea imaginario.

A lo largo de tu carrera, el amor y el deseo han estado muy presentes en tu obra. ¿Por qué te interesa escribir sobre eso?

Porque yo creo que lo que nos caracteriza como personas, más que el lenguaje, es nuestra capacidad de deseo.

Si tú piensas en un gato, un perro, un pájaro, una liebre, no creo que quieran ser otra cosa que lo que son. No hay esa conciencia. Pero en el caso de los seres humanos apenas estamos prendiéndonos del pecho materno y ya queremos fusionarnos con él y dejar de ser algo individual.

En el caso del pequeño de siete años que de pronto se ve en el espejo y ve por ahí una peluca de la mamá y se la pone y empieza a jugar con otros yos posibles. Y ya no se diga cuando eres adolescente, donde entras en buena crisis de edad. Y así sucesivamente. O querer ser el reportero más afamado, con mejores entrevistas. Siempre estamos deseando ser algo más.

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