4 de octubre 2016
Por: Aníbal Santiago

El vino tinto y la sangre

La hermosa sonrisa de Karen Rebeca Esquivel me ha perseguido todos lo días desde que dentro de un café de Tacubaya agarré mi celular y apareció esta línea: “Localizada sin vida dentro de una maleta en el municipio de Naucalpan”.

Días antes, Becky Espinosa rogaba en las redes sociales ayuda para encontrar a su hija desaparecida de 19 años. Intrigado, busqué a Becky —conocida productora artística— y vi que en Facebook teníamos varios amigos en común.

Esta vez, el feminicidio sobre el que leía una noticia no era de una desconocida en un desconocido paraje, esas coordenadas e identidades nebulosas que, casi como un mecanismo químico de defensa, nos ayudan a seguir la vida con algo parecido a la normalidad pese a saber que muy cerca de nosotros, en ese otro campo de concentración que es el Estado de México, a cientos de mujeres les toca sufrir un horror final y que a sus deudos los atormentará hasta el día de su propia muerte otro horror pero multiplicado: mataron a una mujer que yo amaba y viviré con ese dolor perpetuo.

Para la búsqueda de su hija, Becky se había encargado de divulgar fotos. Y entonces se reprodujo aquí y allá la sonrisa de Karen que era pura alegría: blanca, espléndida, franca, estruendosa, como si festejara lo que había sido hasta ese momento su existencia y encarara con plenitud el misterio de lo que vendría, años y más años repletos de vida a los que tenía derecho. Pero sus derechos acabaron el 28 de septiembre ocultos en una maleta, convertidos en una difunta, arrojados con crueldad sobre la calle El Tejocote.

Horas después, a un feminicidio más se le volvió a disipar la identidad: en Twitter vi la foto de una chica de espaldas, amarrada sobre la tierra, bajo un título como: Asesinan a mujer en el Edomex. Otro feminicidio, pensé. En lo que va del 2016 podríamos repetir la palabra otro 232 veces, las mismas que en esa entidad han sido asesinadas mujeres. Aunque, seguramente, cuando esto aparezca serán más veces porque habrá transcurrido desde la mañana del lunes hasta el martes y ese lapso, breve para en cualquier lugar, en el Estado de México es inacabable porque ahí nuestro Holocausto se consagra a matar día y noche. La industria de la muerte es en el Edomex una maquila sin tregua. Sólo en el rato en que Eruviel Ávila da su quinto informe de gobierno dos mujeres más son ejecutadas. ¿Y qué dice el gobernador?: “aún cuando en la entidad se registran menos feminicidios por cada 100 mil habitantes respecto a otros estados del país, en 2015 el gobierno estatal decidió promover y solicitar la declaratoria de alerta de género en los 11 municipios más poblados de la entidad”.

Esa decir, tranquilos, no es para tanto, hay casos peores.

Eruviel prosigue: “Durante el periodo enero-julio 2016, la suma de feminicidios y homicidios dolosos de mujeres fueron 192, mientras que en el mismo periodo de 2015 fueron 196. Lo anterior es resultado de la atención del justo reclamo en el sentido de atender todas las muertes violentas de mujeres bajo el protocolo de feminicidio y con perspectiva de género”.

O sea, Eruviel está orgulloso pues en ese lapso hubo cuatro asesinadas menos. Cuatro menos, sí, cuatro. A Eruviel lo conmueven sus enormes avances estadísticos, precioso resultado de su estrategia.

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Y mientras tanto, ¿qué ocurre en el avión presidencial?

Lo mostró Aristegui Noticias. Pañuelo en la solapa de su traje negro, el modelo y galán de la tele Eduardo Verástegui, estadista, asesor del mandatario y pieza clave en la paz de nuestra nación viaja gratis, se solaza en su sillón aéreo y muestra a la cámara su copa de vino tinto.

La imagen muestra al fondo, en su mullido sillón verde, al presidente Peña. Toma del tallo su copa y mete sus narinas en el cristal, acaso para detectar la cepa, percibir los taninos, sentir el aroma a roble. Tinto en mano está volando no a la festiva Marsella sino a Ciudad Juárez, donde unas 700 jóvenes fueron asesinadas. Deliciosos los sorbos con que celebra su traslado al infierno.

Pero más abajo, donde termina el vacío entre el avión y la tierra, lo que hay bajo sus fosas nasales tiene el color del vino tinto pero no es vino tinto. Es la sangre de Karen y la multitud de mujeres vueltas cadáveres arrojadas a calles, descampados, canales de aguas negras, asesinadas ayer, hoy y mañana, mientras usted da vueltas la copa alrededor de sus narices, señor Presidente.