31 de enero 2017
Por: Aníbal Santiago

Milagro, nuestra existencia

Desde el aire, el cielo azul con que el viernes amanecía el límite norte del país transparentaba por la ventana del avión dos realidades así de cristalinas: hacia arriba de la valla fronteriza se expandía el estado de California, con casas de dos aguas, calles bien trazadas, parques, greens acicalados con lagos de ornamento. Ese primoroso mundo de cuento era Estados Unidos.

Pero si en ese cielo uno apenas bajaba la pupila, irrumpía, junto a la misma valla, el borde norte de Tijuana: amorfa estructura de casas de tabique entre montañas de basura, mancha pardo-negruzca con tinacos, callejuelas anárquicas, terracería, lodazales. Ese desastre humanitario era México.

Dos realidades disímiles como un pastel bicolor acuchillado en medio por láminas y alambres de púas que avanzan hasta el océano.

En la parte inferior del pastel, México, caminaba unos minutos después. Entré al callejón Ignacio Ramos, atestado de perros callejeros que olisqueaban entre niños en andrajos. Al buscar testimonios para un reportaje de Newsweek en Español toqué a la puerta de David Mosqueda: su casa está a 10 metros de la valla colocada hace casi 25 años por el ejército estadounidense. Padre de tres, me dijo: “Si Estados Unidos hubiera tenido un solo año a un Salinas u otro de nuestros gobernantes, no se levanta. A México lo desfalcan, lo dejan moribundo y desde ahí, quién sabe cómo, nos levantamos”.

David quería que viera a ese suelo lleno de enfermedades sobre el que estábamos como un fenómeno maravilloso. Pese la falta de electricidad y pavimento, pese a la basura que envicia el alguna vez diáfano arroyo Pachuli que corre junto a su hogar, pese a la pobreza apabullante originada en políticos que succionan sin ley la riqueza de todos, el asentamiento del que David y sus hijos son parte, existía.

Y ése era el milagro. Simplemente, la existencia.

Hoy, de regreso en la ciudad, a tres días de ese diálogo fui a buscar pan a un súper de la Del Valle. Antes hice una escala técnica. El hombre que entró delante mío y que me ganó el único mingitorio libre, apoyó en el lavabo un libro; no quería jugar al equilibrista de axila y que el texto acabara hecho caldo. Durante la espera vi el título: “Un curso de milagros”; la portada detallaba su contenido: “Prefacio. Texto. Libro de ejercicios. Manual para el maestro. Clarificación de términos”. Por lo visto, estábamos ante un prolífico tratado para obrar hechos sobrenaturales, seguro positivos. Y entiendo cómo alguien lee eso: al observar a nuestro país y ahora al mundo que Trump amenaza fundar con su muro al frente, es razonable asumir que sólo un milagro los salvará.

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Milagros, milagros, pensaba de regreso a casa con el pan en la mano, y por un momento creí que ese llamado de Slim, intelectuales, ciudadanos y políticos para dar tregua al presidente de México y respaldarlo en la guerra política contra USA que se avecina, era un milagro. Era un milagro decir “éste es nuestro líder” y detrás de él nosotros, prestos a arropar a nuestro calamitoso Napoleón. Y milagro, también, era poner todos nuestra bandera en WhatsApp y Face, una especie de “más si osare un extraño enemigo”. Inofensivo milagro, pero milagro al fin.

Pero ayer que retomé las noticias me enteré que nuestro líder nombró a Virgilio Andrade director de Bansefi. Sí, el secretario de la Función Pública que lo exoneró de conflicto de interés pese a que un majestuoso contratista del gobierno le construyó una mansión, dirigirá el sistema de crédito para gente de bajos recursos.

Al hombre que defendió el actuar descarado e inmoral del poder y del empresariado aliado a ese poder, ahora Peña le encarga —qué ironía— el financiamiento a los pobres.

Había estado a nada de poner en el WhatsApp mi banderita nacional y unirme con dolor al grito colectivo de “Peña, our leader”, pero Peña nos contestó: “Gracias, y en retribución les regalo la vuelta de Virgilio”.

Sin que hubiéramos leído “Un curso de milagros” el milagro ocurría (hacíamos que ocurriera), y así nos pagaron.

Me sigo quedando con el milagro (pese a todo) de nuestra existencia.

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