13 de septiembre 2016
Por: Lydia Cacho

En medio de este caos, tú y yo

Hace años, cuando era directora de CIAM Cancún, una organización que fundé para dar refugio y atención a mujeres, niñas y niños víctimas de violencia, tuve una epifanía que hoy recuerdo. El nuevo gobierno había abierto las puertas a la delincuencia organizada por la vía del abandono de la seguridad pública, varios factores climáticos y sociales implicaron despidos masivos en la industria turística y, como suele suceder en esos casos, incrementó la violencia y, por tanto, las denuncias. Al mismo tiempo las mafias de tratantes, gracias a los permisos del gobierno local, reabrieron las puertas de prostíbulos que tenían cooptadas a niñas menores de 18 años como esclavas al servicio del turismo sexual. Después de varios días de atender casos complejísimos, de rescatar víctimas de violencia extrema y de documentar amenazas, nos reunimos en junta. El ambiente revelaba angustia y desesperación; las compañeras expresaron que no había suficiente espacio en el refugio para tantas víctimas, que no nos daríamos abasto atendiéndolas ni aunque todo el equipo (éramos 45) trabajáramos día y noche sin parar. Respondí algo que no a todas les agradó: haremos solamente lo que esté en nuestras manos y lo haremos lo mejor posible, habrán víctimas que no se salven, recordemos que sólo somos humanas, la soberbia no tiene cabida en la defensa de los derechos humanos. De pronto supe que no trabajábamos para el futuro, sino para el breve presente; con lo poco que teníamos hacíamos tanto, éramos una tribu plural de activistas, hombres y mujeres dispuestas a trabajar para erradicar la violencia una persona a la vez, un día a la vez. Construíamos la paz con la acción congruente, no con el discurso a futuro.

Recordé esta epifanía hace poco, mientras estaba conectada al suero de la quimioterapia al lado de una niña de 13 años. Ambas teníamos nuestros audífonos y cada una escuchaba música. De pronto comenzamos a platicar, me preguntó por qué cada vez que estaba en tratamiento me tomaba una selfie sonriendo. Respondí que es mi forma de mandarle un mensaje a las personas que amo, una imagen que no necesita explicación: aquí estoy, en tratamiento para tener calidad de vida, aceptando esta circunstancia día a día. Ella entonces se tomó una foto sonriendo, hicimos nuestra lista musical para sesiones de quimioterapia. Ambas, a pesar de la gran diferencia de edad, sabemos que vamos a morir algún día y hemos perdido el miedo a esa idea. Ambas entendemos que todas las personas sufrimos en diferentes etapas de nuestras vidas (algunas más que otras, sin duda).

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Los diálogos que encontramos en las áreas de tratamiento oncológico muestran la diversidad con la que las personas enfrentamos los problemas y retos. Hay quienes lloran las seis horas de tratamiento, quienes leen, quienes platican, quienes se quejan sin parar, quienes duermen para olvidar o ven películas o series en sus tablets; hay quienes leen las noticias y trabajan en su computadora. Hay quienes se ven consumidas por el miedo, la ira y el dolor. En esos espacios el futuro no existe y al mismo tiempo ese futuro imposible representa la mayor fuente de su angustia. Esta desazón se parece mucho a la que viven millones que tienen salud, la congoja del caos que nos rodea que a ratos parece insostenible, inagotable, devastador incluso.

Nos enfrentamos a la polarización todos los días, en el mundo entero atestiguamos opiniones que por radicales resultan absurdas, pero por simples son tomadas como verdades por muchas personas. Creer que Hillary Clinton debe renunciar porque es humana y le dio neumonía (la enfermedad pasajera como una debilidad inaceptable para el machismo recalcitrante), revela la absurda noción de que los líderes políticos deben ser, superhumanos. Pensar que unos son dueños de la palabra Familia y otros no tienen derecho a usarla, linchar a las personas religiosas que creen poseer la verdad en lugar de analizar ideas y ponerlas sobre la ley y el beneficio de las mayorías; fustigar a las víctimas de un mal gobierno por haberse equivocado al votar por alguien en quien creyeron (con esta manía de culpar a las víctimas e indultar al victimario). A diario escuchamos discusiones que revelan el hartazgo que vivimos como resultado de tantos problemas descubiertos al mismo tiempo, de un latente caos que resulta insostenible para la vida cotidiana. Buscamos certezas, pero sobre todo buscamos paz donde es difícil encontrarla. Cómo culparnos por descansar un día de leer o escuchar noticias, cómo fustigar a alguien por expresar que necesita espacios de alegría y silencio, de simple gozo y disfrute de la vida. Cómo negarnos el derecho de reírnos un poco con los memes que sacan humor de la tragedia como estrategia de supervivencia frente a la impunidad o la estupidez, y a la vez reírnos de nosotras mismas. Cómo olvidar, en medio del caos, que mientras estamos vivas tenemos la posibilidad de hacer lo que está en nuestras manos, sólo por hoy, y creer que gracias a ello otras personas en el futuro vivirán mejor.