9 de diciembre 2016
Por: Pedro Kumamoto

¿Cooperar o competir?

Hoy todos los aspectos de nuestra vida tienen algún grado de contacto con los desarrollos tecnológicos de los últimos años. Nuestras cuentas de banco, las computadoras, las llamadas, el wifi, los telescopios que ven otras galaxias o los autos con sus bolsas de aire, son ejemplos claros de la manera en la que estos hallazgos influencian nuestras vidas. La ciencia ha alcanzado a la ficción y nos permite ser personas más informadas, comunicadas y sanas que la generación de nuestros padres.

Cada día me asombra más la capacidad humana de crear inventos novedosos que cambian nuestra vida. Gracias a los avances científicos y tecnológicos vivimos más, observamos nuevas cosas y conocemos fenómenos universales. Se han hecho más baratos los vuelos transatlánticos, las llamadas a otros países o las prótesis; hemos aprendido a curar enfermedades, hemos analizado el Big Bang y también hemos logrado llegar a Marte.

Estos cambios a nuestra vida también vienen con nuevas preguntas éticas consigo.

Clonación, inteligencia artificial, automatización de la producción, límites de la libertad en la red o la defensa al acceso libre y gratuito del internet. Todos son temas muy interesantes y altamente divulgados. Por eso, quisiera hablar brevemente de una noción que quizás no goza de tanta popularidad pero que es igual de importante que los otros tópicos: el software libre.

Este término se refiere, según la Fundación del Software Libre, como “el programa informático que por elección manifiesta de su autor, puede ser copiado, estudiado, modificado, utilizado libremente con cualquier fin y redistribuido con o sin cambios o mejoras.”

Para entender mejor este concepto sirve imaginarnos un pueblo de cientos de habitantes que todos los días se forman en la fila de un restaurante de comida rápida para poder hacer sus tres comidas. En los alrededores del pueblo se produce todo tipo de alimento, pues es una región rica en recursos naturales. Entre sus habitantes nos encontramos a agricultores, a cocineros y quizás a un par de nutriólogos, todas estas personas han trabajado de alguna u otra forma para el restaurante de comida rápida, pero sólo en tareas específicas, pues este negocio trae su comida ya procesada y congelada desde su matriz, a miles de kilómetros de distancia, y por lo tanto es imposible conocer sus recetas, contenidos y procesos.

¿Qué detiene a los habitantes para producir sus propias comidas? ¿Por qué no se ha usado el talento y recursos existentes para lograr su autonomía alimentaria? ¿Qué pasaría si este pueblo decidiera ya no comprar la comida del restaurante? ¿Qué mejoras en su alimentación podrían tener si los habitantes del pueblo decidieran qué comer y en qué momento?

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Ahora imaginemos que ese restaurante del que hemos hablado es, en realidad, las empresas de software más grandes del mundo. Y el efecto antes descrito es, por así plantearlo, la dependencia tecnológica en el que nuestro país está sumergido. Un fenómeno que no tiene explicación sensata si tomamos en cuenta que contamos con todos los recursos humanos y tecnológicos para desarrollar nuestros propios avances. Encima, es un despropósito revisando las enormes cifras que le dedicamos a pagarlo y el ahorro que podríamos generar.

El espíritu de nuestra época, o del sistema económico, nos dice que debemos competir. Afirma que debemos ganarle al de enfrente, generar desde una visión egoísta nuestro éxito y trazar una ruta de vida basada en los logros financieros sobre cualquier cosa.

Por eso, el espíritu del software libre es disruptivo, pues en estos tiempos propone cooperar, enseñar, conectar, colaborar y difundir antes que competir. Busca que el conocimiento sea divulgado, construye autonomía tecnológica y abraza la idea de que todas las comunidades deben tener acceso a los avances de la humanidad.

Como podemos darnos cuenta, este tipo de tecnología no propone cambios exclusivamente en los programas que usas en tu computadora, sino también cambios en cómo percibimos al mundo, al conocimiento e, incluso, a las demás personas. Quizás nos hace falta competir menos y cooperar más.

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