coleccionar discos en vinilo
1 de febrero 2018
Por: José Quezada Roque

¿Moda o culto a la música?

En el último lustro, la venta de discos ha renacido, pero los expertos en coleccionar discos en vinilo dudan que este fenómeno permanezca.

Tres expertos en la materia nos muestran aspectos distintos de coleccionar discos en vinilo, una moda que resurgió con fuerza en los últimos años y por la que muchos chilangos sienten interés. 

Hace tres años, el ensayista y editor Pável Granados dejó un promedio de 3,000 vinilos en resguardo de la Fonoteca Nacional. Un acervo que, si fuera acomodado en línea recta, formaría una fila de 13 metros de largo.

Granados, autor de Mi novia la tristeza —biografía de Agustín Lara, coescrita con Guadalupe Loaeza—, cuenta también que en ese entonces solo decidió conservar alrededor de 1,500 piezas para su colección particular, y que cada una de ellas fue producto de una búsqueda exhaustiva, centrada en la música mexicana de la primera mitad del siglo pasado. Sin embargo, el rastreo fue peculiar: obtuvo muchos discos debido a la amistad con artistas mexicanas de las décadas de 1920 a 1940 (Chelo Flores, Lupita Palomera, Ana María Fernández); otros ejemplares —al menos 500— llegaron a sus manos gracias a su amigo Armando Pous, famoso coleccionista de material histórico y raro, cuyo acervo se estima en 60,000 vinilos.

Pável puntualiza un aspecto fundamental en su tradición de coleccionar discos en vinilo: los discos deben ser anteriores a 1960. “Los vinilos se han grabado desde 1950 hasta el presente. Antes de la década de 1950, el material ocupado para fabricar discos era el shellac, una goma vegetal que traían de Brasil. Se podría decir que, por una convención social, y porque nadie recuerda el shellac, todos los discos son conocidos como vinilos. El vinilo es un hidrocarburo con otra proporción y mayor resistencia que el shellac; se escucha mejor y representó la llegada de la alta fidelidad. Antes, los discos duraban hasta tres minutos por lado, pero con la llegada del vinil su capacidad se amplió a 13 minutos”, afirma.

“Los discos, por llamar así a todo el sonido grabado hasta hace 30 años, implican una experiencia distinta a la escucha de música: es un culto al objeto, al coleccionismo y a la certeza de que se poseen títulos irrepetibles. El coleccionista conoce el ritual íntimo que se produce al sacar un disco de su funda y colocarlo bajo la aguja; ritual que descarta a las plataformas digitales de la vivencia que solo un disco puede darnos. Se trata, también, de una arqueología del gusto auditivo que revive. Hay mucho material desconocido por las nuevas compañías que solo puede encontrarse en LP’s y discos de shellac”.

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Entre el culto y el mainstream

Un siglo después de la producción en masa de los discos de vinilo, y en un momento histórico —la era digital— que debería favorecer su desaparición, empresas multinacionales como Sony han apostado por su regreso comercial. Es muy probable que la vuelta de los 12 pulgadas no haya sido deliberada por la nostalgia, sino por su creciente demanda en los últimos cinco años.

“En un país como México, pagar 500 o 600 pesos por coleccionar discos en vinilo es un capricho burgués”, dice Hugo Coyote, quien, a la par de su coleccionismo, ha desarrollado Postwar Reich, un proyecto de música experimental.

“Cualquier canción puede encontrarse en internet y, aunque es cierto que en el vinilo la calidad del sonido mejora, en potencia todo está en la red”, continúa.

Desde hace dos años, Hugo ya casi no compra discos. Su colección es breve; él calcula que apenas posee unos 500 vinilos, pero es muy consciente de que la calidad es prioritaria ante la cantidad.

Su primer vinilo lo obtuvo hace 17 años. Se trataba de un promocional de “Idioteque”, octavo track del Kid A, de Radiohead. Hoy, su biblioteca musical es muy ecléctica: va de géneros como el barroco al industrial, pasando por el punk, el avant-garde o la electroacústica. Álbumes de compositores y agrupaciones de culto como Julián Carrillo, Karlheinz Stockhausen, Scott Walker, Faust y Coil, por solo enlistar algunos de los nombres, provienen de cacerías hechas en Nueva York, Inglaterra, Francia y México.

“Siento que la historia se va a repetir: cuando pase este high la gente revenderá sus vinilos mainstream. Los títulos de Oasis, Coldplay y Adele seguro se van a dilapidar. Pero el acto de coleccionar discos en vinilo permanecerá intacto y el flujo de mercancía provocado por quienes buscan rarezas y piezas históricas nunca dejará de incrementar su valor”.

Educación necesaria

Al igual que Hugo, Arturo Castillo, uno de los principales coleccionistas mexicanos, es consciente de que la calidad debe prevalecer ante la cantidad. Arturo tiene unos 5,000 vinilos, y frente a la existencia de acervos privados que se conforman por cientos de miles de discos, antepone dos factores esenciales: la cultura del coleccionismo es diametralmente distinta y más especializada en Japón, ciertos países de Europa y Estados Unidos, si se le compara con el escenario mexicano.

Además, las cacerías ya no son iguales, puesto que “internet está devorando todo; si encuentras el disco que buscas, llegará en tres o cuatro días”, cuenta Castillo.

“Es importante preservar la tradición de coleccionar discos en vinilo. En México hace falta mucha educación musical. Un corredor de vinilos debe formar su buen gusto a partir de la investigación apasionada y, en cierto sentido, tiene la responsabilidad de revelarle al público trabajos sobresalientes del mundo de la música”.

Para cerrar, Arturo está detrás del relanzamiento del vinilo Cromometrofonia N.1, Cometa 1973, de Óscar Vargas y David Espejo, discípulos de Julián Carrillo, creador del Sonido 13.

Numeralias

60 mil es el estimado de vinilos que posee el coleccionista mexicano Armando Pous.

5% del total de álbumes vendidos en el mundo corresponde a vinilos.

1989 es el año en el que Sony decidió dejar de fabricar y vender vinilos.

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