1 persona, 1 metro cuadrado, 1 derecho

Ciudad

Fotografía: María Isabel Mota

La incertidumbre se teje despacio para crear historias tan fuertes como el miedo. 

¿Ya llegaste?”, el mensaje que todas recibimos cotidianamente. Nos vamos observando a distancia, pegadas a las pantallas que nos informan al segundo si nuestro destino nos encontró sanas, salvas, enteras, en calidad de personas aparecidas. 

Empieza a oscurecer en la Ciudad de México y sobre avenida Reforma, los monumentos tan retratados en los anuncios de inmobiliarias, cuentan la historia de las desapariciones en las últimas décadas. 

¿Dónde vas? 

Cada frase teje un hilo de conversaciones infinitas entre quienes vivimos conscientes de que cualquiera puede ser un caso más. 

No tengo a nadie colgada en la pantalla. En mis conversaciones activas, todas las personas que corren a mi memoria con la misma prisa que la sangre bombea en mis venas, están seguras, sanas y salvas. 

Yo camino por las calles del centro de la ciudad para reunirme con integrantes de Colectiva Hilos, que está creando un tejido para representar con un metro cuadrado de hilo rojo, tejido a mano, a cada persona desaparecida. 

Al 28 de febrero de 2023, se han registrado 1,938 personas desaparecidas y no localizadas que se suman a las 109,000 acumuladas hasta el cierre de 2022. 

En México nos desaparecen. Lo decimos porque no sabemos qué pasa con quienes no responden al llamado de certeza, y no descansamos hasta que un pedazo de su cuerpo nos confirma la muerte. 

Me reúno con mujeres que van llegando convocadas a la tejida y comparto miradas con otras que van pasando, interesadas por vernos tejer ese hilo que derrama sangre por los pisos. 

Yo llego sin aire al encuentro. He vivido 40 años en la Ciudad de México, soy vecina de sus monumentos, esos que cuentan la historia de las desapariciones. Tengo los pulmones llenos de miedo. No puedo respirar. 

¿Quieres tejer?, me preguntan. Asiento y pronto me pongo a la tarea. Mi cuerpo conoce la posición y en ella encuentra refugio. Para tejer hay que abrazarse un poco, hay que estar con una, entender el ritmo de la respiración y el foco ocular para que la tensión de los hombros, brazos y manos dejen correr un hilo inmóvil hasta convertirlo en puntos que arroparan. 

Me dedico a tejer. Es mi actividad primaria. Tejo porque tengo los pulmones llenos de miedo, de incertidumbre, porque me acuerdo cuánta gente ha pasado por avenida Reforma gritando lo que necesita y no hemos logrado más que multiplicar las demandas. 

¿Le enseñas?, pregunta una de las organizadoras. Ahora ya puedo hablar y converso con quienes quieren perderle el miedo al hilo. 

  • Vamos a tejer cadenas, así se empieza esto. Entonces, tomas el hilo por acá, rodeas tu dedo, abres, sacas el hilo, eso mero, así. Eso de ahí es una cadena, luego se vuelve un derecho. Ya quedó. Vamos otra vez. 

Las instrucciones se me caen por la boca sobre las manos y poquito a poco somos montones de manos tejiendo un metro cuadrado de hilo rojo por cada una que nos falta.

Pasan las horas junto con el sol y los pisos se van llenando de rojo. Las puntadas de cada una crean tramos de tela de distintas resistencias y formas. Pienso en las diferencias que a cada persona nos convierten en humanas que pertenecen a la misma especie. 

Colectiva Hilos tiene tejidas en Guadalajara todas las semanas, bajo anuncio de colectivas solidarias en la Ciudad de México y poco a poco comienzan a sumarse otras ciudades fuera del país. 

Las pantallas, espejo y compañía, esas que me recuerdan que hay quienes esperan saber que haya vuelto segura a casa. Me asomo a ellas y confirmo que estoy bien y se teje certeza.

Maríaisabel Mota es chilanga, cuarentona, crazy cat lady y publica sus piensos desde 1993, cuando para leer opiniones había que ir a la esquina a comprar el periódico. Se dedica a tejer y a escribir.