Foto: Lulú Urdapilleta

Contracultura pop | Un genio incansable: David Byrne

Opinión

A finales de enero pasado, el legendario músico David Byrne anunciaba una gira de 80 fechas, incluyendo México, a propósito del lanzamiento de American Utopia. Fue muy claro al describirla como una de las más ambiciosas de su carrera.

Y tenía razón. Lo que presentó el martes 3 de abril en el Teatro Metropólitan de esta ciudad fue una reinvención total y muy exitosa del concierto de rock como lo conocemos, agregándole generosas dosis de teatro (por momentos recordando el musical tipo Broadway), danza contemporánea y arte conceptual.

El escenario, erigido frente al público durante la primera canción, funciona como un cubo expositivo, pero que en lugar de contar con muros blancos completamente desnudos, tiene como paredes unas cortinas de hilo metálico. Las luces son discretas. Mínimas. No se ven en ninguna parte las gigantescas estructuras robóticas omnipresentes en cualquier concierto de medio pelo para arriba. Sin embargo, el tipo encargado de encenderlas y apagarlas es un genio. Con muy poco, crea atmósferas, sensaciones, emociones.

Aparece una docena de músicos, todos usando los mismos trajes grises, todos descalzos. La mitad con percusiones. Los otros son un tecladista, una guitarrista, un bajista y un par de coristas. No hay un cable o un amplificador en el escenario. No hay instrumentos fijos. Está completamente despejado. Cada quien carga lo que toca. Y la banda suena increíblemente amarrada, poderosa, con el ritmo en primerísimo plano. David Byrne, a pesar de su edad —está a nada de llegar a los 66—, sigue siendo un delantero espléndido, uno de los mejores y más originales en la historia del rock. Canta muy bien, posee un magnetismo que impide que la mirada de la audiencia lo abandone, y cuenta con un sentido del humor afilado y elegante. Combinación ganadora. Cada número es una pieza coreográfica-musical-visual-histriónica que comanda Byrne con gran solvencia.

David Byrne repasa su vasta discografía, pero sin dejar de darle importancia a su nuevo disco, cuyas canciones, en este contexto, brillan mucho más que sus versiones grabadas. Los momentos que generan más emoción en el público son, predeciblemente, las excursiones al mundo de los Talking Heads. Aparecen por ahí grandes éxitos como “This Must Be The Place (Naive Melody)”, “Once In A Lifetime”, “Blind” o “Burning Down The House”. Sin embargo, el resto del repertorio, que incluye temas de los discos que ha hecho como solista y de los realizados con colaboradores como St. Vincent y Fatboy Slim, no palidece ante estos tremendos clásicos.

El teatro sabe que está ante un espectáculo único, ante un clásico instantáneo de los conciertos de rock. Ante un músico que no sirve su historia recalentada, como tantos de su generación, sino que al contrario, constantemente se mueve de su zona de confort, siempre buscando soluciones refrescantes. Y se entrega. No hay razones para escatimar aplausos, lágrimas o gritos. La euforia que genera se transforma en una breve utopía que ojalá pudiéramos llevarnos a casa.