Lluvia asustapendejos de noviembre

Opinión
Por: Gabriel Rodríguez Liceaga

A poco más de un mes de que Radiohead nos entregó las primeras dos canciones de su nuevo y precioso disco acompañadas de sendos videoclips, me acordé de cuando ibas en la prepa y le preguntabas a un compa si ya había escuchado tal o cuál rola en inglés. , te respondía en el recreo. ¿Y de qué trata?, le preguntabas en las canchas de básquet. No lo sé, no he visto el video, te decía antes de darle una mordida a su emparedado de mortadela.

Qué bonito puede llegar a ser el pasado.

Cuando tenía 18 años trabajé en un Blockbuster (en efecto, así de noventero puedo llegar a ser). Durante el día, en la hilera de teles empotradas en las esquinas de la tienda, transmitíamos tráileres de los próximos estrenos y publicidad de promociones y descuentos en rentas y palomas. Una vez cerrado el changarro, cada uno de los empleados sacaba el casete VHS en el que había grabado los videoclips musicales que había capturado en la semana viendo MTV. Realmente todos recopilábamos los mismos. Que yo recuerde, destacaba Crazy de Aerosmith, el sueño americano a tope. Había uno en el que Puff Daddy le rapeaba en las fauces a la embarazada Godzilla. Cake, obvio. Marilyn Manson, ay nanita. Bon Jovi y su imponente tatuaje de Superman que en paz descansaba. Escoba en mano y con mi pantalón caqui y mi polo azul marino, fui empleado del mes y subgerente del Blockbuster Minerva, frente a cinemas Manacar, en febrero de 1999. Creo que es el único empleo y logro del que me siento orgulloso.

En fin. Nunca he entendido por qué en los restaurantes de sushi y en los bares donde el deporte es irrelevante insisten en pasar el canal de los videoclips viejitos sin cortes comerciales. Una sucesión infinita de audiovisuales del pasado. Quizá la melancolía ayuda a la digestión. No lo sé. Quizá sea un paquete de televisión por cable exclusivo para ese tipo de establecimientos. O simplemente los dueños de los restaurantes ponen esos canales porque los del restaurante de enfrente también lo hacen.

Veo a los jovencitos en las otras mesas, mucho más duchos que yo en el uso de los palillos chinos, riéndose por lo kitsch de los videos que pasan en tiesas pantallas de  plasma. Lo que no saben es que antes de que se den cuenta sus canciones más entrañables aparecerán en ese despeñadero. Todo se vale menos envejecer, me comentó alguna vez alguien que ahora está muertísimo.

El calvo de los New Radicals en cargo pants canta debajo de su gorro estúpido mientras sus amiguitos atrapan a varios hombres de traje en jaulas para perros. Madonna tiene un affaire con un sirenito. Blondie le canta a un Darth Vader insecto. El pasado hecho muégano. Aparecen Lady Gaga y Shakira hippie. ¡Tú sigues, Miley Cyrus!

LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA: (8) LA MELANCOLÍA YA NO ES LO QUE ERA (8)

Reconozco el piano de November Rain y de inmediato me da el Ratatouille.

Evoco mis primeras quincenas, fumar a escondidas, cuando robé el vhs triple de La última Tentación de Cristo, aquel día de San Valentín en que salió a la renta Loco por Mary y yo acabé el día extenuado y sin nadie a quien amar.

Me emociono y mastico a las carreras mi Chilanguito Roll para poder tararearla a placer. Disfruto de la historia de amor de Axel Rose con aquella chamacona alta adentro de su mini vestido de novia con el liguero a la vista. No recordaba al Cristo sin cabeza. Imágenes religiosas y ropa interior sensual. Este video era impresionante, una cúspide épica, un logro humano insuperable. Luego siguen varias escenas intercaladas del vocalista apesadumbrado en su camita, del concierto siendo tocado en vivo adentro de un templo, de la tornaboda en un bar clandestino lleno de vitrales religiosos y mujeres perfectamente maquilladas que masticaban el chicle con la boca abierta. Güey. Veo y soy feliz. Acontece el bendito contrato, la madre de todas las tramas: el sagrado sacramento del matrimonio. Slash entrega el anillo y, acto seguido, se avienta un solo de guitarra en medio del polvoso desierto. Se me enchina la piel hoy como en aquel entonces. ¡Esos eran los días! Uno alcanzaba el cenit de algo enorme y fascinante viendo ese larguísimo video de Guns que ahora revivo gracias a la espantosa moda de poner música de antier en los restaurantes de fast food.

Y justo cuando está a punto de llover e interrumpirse la ceremonia matrimonial. Justo cuando la esposa de Axel Rose enigmáticamente morirá de tristeza… cortan de tajo el video. No habrá lluvia de noviembre.

Hoy en día no pasan la versión íntegra de November Rain. No la pasan. Para no aburrir a los comensales, me imagino. No pasan los diez minutos de historia. La parten salvajemente. La doblan como popote. El kushiage se me presenta como algo previamente digerido. La sopa miso sólo es agua caliente con plantitas. La Coca-cola es negra. Los tiempos actuales no tienen paciencia ni siquiera para evocar algo con cariño. Maldigo a VH1 y sus operadores. Maldigo esta monstruosidad que es editar el pasado.

Pago mi sushi con un billete de quinientos y el Ignacio Zaragoza acre me mira desde allá. Si la gente no rebobinaba las cintas VHS, Blockbuster Video les cobraba un cargo de dos pesos y yo salía más tarde de trabajar. Me recuerdo frente a cinco máquinas ruidosas mientras en la tele el siglo pasado se disolvía como una pastilla de jabón. Una sombra pronto seremos.