FOTO: RAFAEL AMED RIVERA

La adopción como secreto de familia

Por: Redacción

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Cuando era niña, Jessie Loopz supo que había sido adoptada, pero no pudo hablar del tema: era un secreto familiar. Hoy, la standupera lo cuenta con franqueza, sin idealización y con humor

Por Chío Sánchez*

Jessie Loopz tenía sólo ocho años cuando una niña soltó una frase que le cambió la vida: “Tú eres la adoptada”. Ese momento marcó el inicio de una búsqueda interior. “Me enteré que era adoptada a los ocho años. Pero no lo pude hablar porque era un secreto de familia”, relata.

Desde entonces, Jessie cargó con el peso de ese silencio. “Tuve mucho rencor. No por ser adoptada, sino por la mentira”, admite la comediante, creadora de contenido y conductora de un podcast que busca normalizar hablar de la adopción sin idealizarla.

Hoy, con 30 años, la standupera habla sobre lo que significó crecer sin saber sus orígenes: del enojo, el abandono y, también, de cómo el humor se volvió una forma de sanar.

“Fue un shock”

Jessie tenía apenas cinco meses de vida cuando fue adoptada en una casa cuna de la Ciudad de México. Tiempo después, sus padres adoptivos tuvieron dos hijxs biológicxs. 

Durante las visitas a la casa cuna (en las que sus padres compartían su experiencia como adoptantes), Jess y sus hermanxs quedaban al cuidado de su abuela. Pero un día, la abuela no pudo hacerse cargo, así que lxs tres hermanxs acompañaron a sus padres. 

Mientras jugaban con otrxs niñxs, una niña se acercó y preguntó: “¿Quién es el adoptado?”. Luego señaló a Jessie y dijo: “Tú, porque tus hermanos son blancos y tú eres morena”.

“Para mí fue un shock muy grande saber que no saliste del vientre de tu mamá, o que no eres hija de tus papás, que no eres sangre de tu familia. Fue difícil”, recuerda. 

“Tuve mucho rencor. En los primeros años que me enteré, yo los odiaba. No por la adopción, sino por la mentira. La mentira, el esconder la adopción, como si fuéramos algo malo. No somos nada malo”.

Vivir tres vidas

“Yo digo que tengo tres vidas: la bebé que dejaron, la bebé y la niña que quisieron mis papás, y Jessie, que es la que se está formando ahorita y que está entendiendo la adopción desde un lado en el que ve neutras todas las partes de la adopción”, afirma.

Jessie ha ido deshilando su historia, cuestionando lo que antes parecía intocable. Reconoce que para muchas personas la adopción se asocia con gratitud, pero también hay quienes la viven desde un lugar más complejo, con heridas y muchas preguntas.

“A veces creen que todas las historias son las mismas, que a todos les va súper bien en la adopción, pero existen muchísimas historias detrás de la adopción. Hay adopciones que no son tan buenas”.

El paso del tiempo le ha dado calma. Aunque no todo está resuelto, Jessie ha aprendido a convivir con sus dudas sin dejar que la consuman.

El humor como camino de sanación

“‘Oye, no pareces adoptada’. ¿A quién se supone que debo parecerme?, ¿a Stuart Little?”: es una de las anécdotas con las que Jessie Loopz arranca su rutina de stand up.

Jessie comparte que, pese al tiempo, a su mamá le costó aceptar que ella hablara abiertamente en internet sobre ser adoptada. “Mi mamá me decía: ‘No, en Facebook, no, porque ahí tienes a tus tíos, a tus primos; ¿para qué quieres que se enteren?’”, cuenta.

Sin embargo, revira: “Esta ya es mi historia. Tu historia llega hasta el momento en que me adoptaste”. La standupera insiste en que se debe hablar de la adopción con franqueza y dejar de tratarla como un secreto de familia.

“En México, seguramente hay una o dos personas adoptadas en cada familia sin que nadie lo sepa, porque simplemente no se habla”, dice. 

Y aunque todavía queda camino por recorrer, voces como la de Jessie abren paso a conversaciones más honestas y necesarias sobre lo que significa ser adoptadx.

Herida de abandono

A los 26 años, Jessie comenzó terapia y enfrentó por primera vez su herida de abandono. Al contarle a su psicóloga que había llorado porque se le fue un globo, descubrió un apego ansioso en sus relaciones. Desde entonces, entendió que vincularse (especialmente en lo afectivo) la hacía sentir en constante riesgo de pérdida. “No me gusta entregarme. O sea, si voy a tener un novio, una pareja, una amistad, me cuesta mucho entregarme, porque me da miedo que en cualquier momento se vaya a ir”.