En 1985 miles de personas experimentaron el colapso de su salud mental y emocional; un impacto inesperado
Por Saúl Hernández*
Han pasado 40 años, pero el psicólogo Edgar Aníbal Galindo lo recuerda como si fuera ayer. El caos en las calles, cientos de personas llorando y buscando desesperadamente a sus seres queridos, los cuerpos inertes tendidos en la acera, gente atrapada en edificios reducidos a escombros, albergues abarrotados de damnificados que lo habían perdido todo, el penetrante olor a muerte…
A las 07:19 de la mañana del 19 de septiembre de 1985, la capital mexicana fue sacudida por un terremoto de 190 segundos y 8.1 grados en la escala de Richter, lo que causó destrucción material y miles de pérdidas humanas. Y aunque la mayoría de las afectaciones se concentraron en las colonias céntricas, la angustia y el desconcierto se apoderó de toda la población chilanga.
Muchas cosas cambiaron para la ciudad (y el país) desde aquel sismo devastador. Se establecieron nuevas normas de construcción, se implementó la alerta sísmica, se creó el Sistema Nacional de Protección Civil y cada año hay simulacros para preparar a la población ante otro terremoto.
Entre todos estos nuevos protocolos hay algo de lo que poco se habla: la atención psicológica a las víctimas más expuestas a la catástrofe, aquellas que no logran recuperar su bienestar emocional, incluso años después de ocurrido el trauma. “Nos tomó totalmente desprevenidos, no sabíamos nada de catástrofes, cada quien hizo lo que pudo”, reconoce Galindo, quien también fue miembro del Servicio Exterior Mexicano (1990-2002 y 2008-2012), con funciones diplomáticas en Alemania, Hungría, Bulgaria, Portugal y Panamá.
A esto se agrega que por esos años la salud mental era considerada un tabú, una cosa de locos, y el trabajo psicológico era poco valorado.
La salud mental en 1985
Superado el shock, la ciudadanía se organizó y como pudo auxilió a las zonas golpeadas ante un Estado paralizado por el desastre. En aquel tiempo, Galindo era docente de la FES Iztacala de la UNAM y coordinó un trabajo pionero en estudiar un fenómeno que se ignoraba incluso entre sus colegas: la psicología de la catástrofe.

“Evidentemente hacía falta agua y comida, pero queríamos saber, como psicólogos, qué podíamos hacer”, comparte el también exdiplomático mexicano en entrevista con Chilango.
A cuatro días del terremoto, el equipo liderado por Galindo envió brigadas de diagnóstico a los albergues improvisados en gimnasios, escuelas, canchas y más sitios sin daños. El experto estimó en sus investigaciones la apertura de entre 131 y 159 refugios que acogieron a alrededor de 20,000 personas damnificadas en las semanas que siguieron a la tragedia, además de los campamentos a pie de calle.
Las brigadas de diagnóstico pronto se convirtieron en brigadas de intervención (conformadas por profesorado y estudiantes con experiencia práctica) para asistir a las personas de 12 albergues en distintas situaciones emocionales.
¿Qué personas son las más afectadas en un terremoto?
El sismo de 1985 fue punto de partida para que cada vez más profesionistas se interesaran en conocer la relación entre los fenómenos destructivos y sus efectos en la salud mental; y también para que las autoridades trabajaran en planes y protocolos de atención psicológica ante eventos traumáticos.
Galindo destaca que estos eventos súbitos impactan de forma diferente a cada persona según dos variables: qué tan cerca o lejos estuvo del epicentro y qué tan resiliente es.
El primer factor tiene que ver no sólo con la distancia, sino con el grado de pérdidas materiales o familiares y su relación con otras personas perjudicadas. La resiliencia, por su parte, se relaciona con la capacidad de un individuo para resistir sin perturbaciones situaciones de riesgo estresantes. Caso contrario, parte de la población no es capaz de lidiar con los efectos de un desastre y le cuesta trabajo recuperar su bienestar emocional.
Lo que falta por hacer
A diferencia de 1985, la CDMX ya cuenta con planes de atención a la salud mental en caso de un sismo. El 17 de septiembre de 2021 se publicó en la Gaceta Oficial el Protocolo del Plan de Emergencia Sísmica de la Ciudad de México, que incluye la instalación de mesas de apoyo psicológico y programas de atención en refugios temporales y zonas afectadas. Incluso en los sismos del 7 y el 19 de septiembre de 2017, la atención a la salud mental fue parte de la labor de las autoridades sanitarias y la sociedad civil, aunque con ciertas deficiencias y falta de coordinación.
“Creemos que la mejor forma de honrar a las víctimas de aquellos sucesos es estar preparados. Que cada uno de nosotros sepa cómo actuar ante el impacto de un sismo con características superiores o similares a las mencionadas, para que sus efectos no sean similares a los experimentados en 1985 y en 2017”, apuntó Myriam Urzúa, secretaria de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil capitalina, en abril de 2025, al recordar los protocolos de emergencia sísmica. Y sí: lo peor para todos es que otra vez un terremoto nos tome por sorpresa.
Ansiedad generalizada, insomnio, llanto incontrolado, depresión, anorexia, agresividad y trastornos psicosomáticos fue lo que el equipo de psicólogos liderado por Edgar Galindo encontró días después del terremoto entre los damnificados de 12 albergues
- 28% de las personas damnificadas en albergues desarrolló trastorno por estrés postraumático, según un estudio de la Secretaría de Salud federal
- 80% de la población puede retomar su vida normal después de una catástrofe, 15% logra superarla con ayuda de especialistas y 5% sufre profundamente los efectos
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*Texto adaptado para Chilango Diario