Teatro: la violencia llega a las raíces de la familia

Ciudad
Por: Mayté Valencia

La violencia es un polvo que poco a poco ha invadido nuestras vidas. Un polvo que, propagado por todo el territorio nacional, ha creado emociones que se cuelan con la misma fuerza en la sociedad: temor, incertidumbre, paranoia. ¿Cómo estar tranquilo si cada día cientos de personas son asesinadas o desaparecidas?, ¿cómo no temer que eso le suceda a alguien cercano? La ciénega de las garzas, de la dramaturga Camila Villegas, indaga en estas preguntas y muestra la manera en la que el contexto afecta directamente en una de las esferas más íntimas: la familiar.

Eleazar, Irene y su hija Amelia, de seis años, son una familia en apariencia feliz. Ambos son unos padres amorosos que juegan, ríen y dan cariño a su hija. Sin embargo, hay silencios que develan lo contrario. “Estás todo lleno de polvo. Pareces muert…”, dice Irene, cortando esa palabra que la congela. Eleazar también calla: en esta familia hay cosas de las que es mejor no hablar.

Dirigida por Alberto Lomnitz, en La ciénega de las garzas la potencia recae en aquello que no se dice: la ausencia que se niega; el temor que se cuela; la violencia que jamás se enuncia pero que está ahí, latente. Se trata de una obra que por medio de títeres, música y canto no habla explícitamente del entorno, sino que lo hace a partir de metáforas que aluden a la naturaleza y al mundo animal.

Con escenografía e iluminación del mismo Lomnitz y música de Leonardo Soqui, el dispositivo escénico recrea la atmósfera de una ciénega de algún lugar del norte del país, donde ver “capullos” colgados de un puente ya es un hecho cotidiano. Con las actuaciones de Harif Ovalle, Teté Espinoza y Valentina Rivera (una pequeña actriz que alterna funciones con Majo Vallejo y que sorprende por sus largas intervenciones y su memoria), La ciénega es un trabajo valioso que muestra en una historia íntima y cotidiana cómo ese polvo —que se ha colado en todos lados— nos afecta irremediablemente.