En Fiebre, Gabriel Wolfson nos entrega una interpretación sobre el ardor de la existencia, de la palabra y del cuerpo de la cotidianidad
Hay libros que se presentan como generadores de temperatura, que prometen una elevación sostenida del impulso vital y poético más allá de las líneas argumentales. Tal es el caso de Fiebre, el reciente título que el escritor Gabriel Wolfson (Puebla, 1976) publicó con Impronta Casa Editora este año.
Objeto pequeño y contundente, cuidado en su manufactura y de tiraje numerado, juega con una apuesta doble: la de contener una historia doméstica y arriesgada, y la de convertir ese material en un laboratorio de alta tensión interior. El resultado es una indagación obsesiva sobre el decir y una historia contemporánea sobre lo que se desgasta por fricción, por el tiempo o por silencio. Este juego literario exige paciencia y escucha pero da a cambio una experiencia donde la palabra se vuelve instrumento y territorio de inflamación.
La trama es doméstica: una casa, un matrimonio, una biblioteca compartida y una invasión de termitas. Eso alcanza y basta. Wolfson busca el efecto en espiral de las presencias minúsculas sobre los cuerpos y las palabras de quienes habitan la casa. Las termitas, como una metáfora, roen lo visible, lo invisible, lo estructural y lo afectivo.
Un rasgo distintivo de este artefacto literario es su tratamiento del lenguaje como materia activa. La prosa logra una atención microscópica, las frases se alargan y se repliegan, se vuelven repeticiones y estribillos. Esa estrategia denota cómo la literatura puede funcionar como fiebre, no en el sentido médico, sino como una elevación que desordena los pliegues del cotidiano a través de la reiteración, de la deriva de las imágenes y de una prosodia casi obsesiva.
Otro rasgo que se agradece es la manera en que el libro como objeto incorpora el cuidado editorial como parte de la experiencia estética. Distintivo ya de la bellísima Impronta Casa Editora (afincada en la ciudad de Guadalajara), sus impresiones en linotipia, la atención tipográfica, el uso de papeles específicos y la idea de un libro que se disfrute en las manos, son coherentes con un texto que exige lentitud, lo que refuerza la idea de que no es un texto pensado para el consumo masivo sino para un público que busca la delicadeza y la intensidad.
Fiebre es ideal para quien se siente cómodo con la literatura que transita por altas tensiones, para quien disfruta de textos donde la música de los párrafos es una prioridad. El lector saldrá de aquí con una experiencia parecida a la de una noche de insomnio: perturbado, pero con el pulso y el oído afinado.
Wolfson, autor de amplísima trayectoria, sabe jugar con ese territorio: su experiencia nos hace ver que la literatura puede ser una temperatura que clarifica, quiebra, transforma y trastoca. Un fenómeno para quien desea experimentar cómo el lenguaje que se somete a una tensión continua, revela fisuras y verdades diminutas. Por eso Fiebre es también una invitación a reparar en lo que pasa por debajo del suelo de la vida y a considerar que lo que parece insignificante, con el tiempo, puede definir nuestro modo de habitar el mundo.
- Fiebre y otros títulos de Impronta Casa Editora puedes encontrarlos en librerías independientes o en el sitio www.improntacasaeditora.com