Foto: Lulú Urdapilleta

“La ciudad se ha convertido en otra sin cambiar su nombre”: Juan Villoro

Ciudad

Galardonado con los premios Xavier Villaurrutia, Mazatlán de Literatura, Herralde y el grado Honoris Causa por la UAM, Juan Villoro publicó el año pasado su tercer libro de ensayo bajo el sello editorial de Anagrama. En dicho título, el autor de El testigo revela su admiración hacia escritores como Gógol, Joyce, Puig y Handke. Durante el pasado Festival Letras en Tepic, platicamos con él sobre sus proyectos recientes y la Ciudad de México.

¿Nos puedes hablar sobre La utilidad del deseo, tu libro más reciente?
Es una recopilación de ensayos literarios que escribí motivado por mis propias iniciativas y por editores o amigos generosos que me invitaron a hablar de ciertos temas afines: la literatura de Europa y América Latina, la relación entre la medicina y la literatura, la literatura infantil y la cultura, la traducción…

¿Mantiene algún tipo de relación con Efectos personales?
Sí, he escrito tres libros de ensayo: Efectos personales, De eso se trata y La utilidad del deseo; todos son un razonamiento sobre mis pasiones literarias. Vladimir Nabokov dijo que una sensación de escalofrío en el espinazo es la prueba más concreta de que un texto te gustó. En otras palabras, es la constatación animal de que fuiste cautivado. Y a través del ensayo puedes explicar esto. Para mí, ese género literario es el arte de razonar escalofríos. Ejercer la crítica negativa es muy fácil; mucho más difícil es decir por qué te cautivó una obra y por qué perdura en nuestra tradición. Eso es lo que he tratado de hacer al retomar a los autores que me interesan: desde clásicos universales como Defoe y Dostoyevski, hasta escritores mucho más cercanos a nosotros como Ibargüengoitia y Monsiváis.

¿En qué trabajas en este momento?
Estoy a punto de publicar un libro que vengo arrastrando desde hace casi 20 años. Se llama El vértigo horizontal y aborda a la Ciudad de México a partir de testimonios, crónicas y pasajes autobiográficos. Es el registro de cinco décadas marcadas por la última fase de expansión horizontal de la ciudad. La Ciudad de México creció como una marea de casas bajas; era un espacio extendido que se ha ido convirtiendo en una ciudad vertical. Por supuesto, es un libro muy caprichoso y personal: hay cientos de ciudades distintas adentro de la Ciudad de México. La ciudad que yo propongo es la que he conocido. No pretendo mostrar una erudición urbanística, solo transmitir la experiencia de vivir en esta ciudad.

¿De qué forma la Ciudad de México ha influido en tu obra?
Es imposible que un escritor se coloque al margen del paisaje que lo circunda. No podemos pensar en López Velarde sin remitirnos al pueblo de Jerez, en Zacatecas. Lo mismo sucede con Pessoa respecto a Lisboa o Borges y su vínculo con Buenos Aires. Sin compararme con ellos, creo que vivir en la Ciudad de México ha sido para mí una experiencia definitiva. He pasado la mayor parte de mi vida en esta ciudad y seguramente moriré en ella. Cuando nací, la ciudad tenía un promedio de cuatro millones de habitantes (en la actualidad esa cantidad es incierta porque los censos pueden ser muy relativos). Sin embargo, nunca antes en la historia de la especie humana se había dado una expansión urbanística de este tipo; nunca antes la gente había visto que su ciudad se multiplicara de tal forma: la ciudad se ha convertido en otra sin cambiar su nombre y se ha expandido de forma avasallante. Esta es una experiencia desconocida para generaciones anteriores y solo se ha podido constatar en el siglo XX. La ciudad es diametralmente distinta si se piensa en zonas disímbolas como Chalco o Santa Fe, donde se combinan realidades sociales, económicas y culturales diversas. En ese sentido, es un microcosmos o una asamblea de ciudades. No obstante, no toda la gente está comunicada con el resto de la ciudad. Hay muchas personas que nunca han salido del reducido círculo en que se mueven; hay quienes, por ejemplo, viven en Ciudad Satélite o Milpa Alta y nunca han ido al Zócalo.

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En una vieja entrevista destacabas el talento de Yuri Herrera y Guadalupe Nettel antes de que tuvieran la relevancia actual. ¿A qué autores jóvenes recomiendas ahora?
Recomendaría a Fernanda Melchor, a quien hace tres años incluimos en una antología de jóvenes escritores. Pero creo que ya se me está yendo la voz de profeta. Si lo hubiera dicho en ese momento, habría sido una revelación porque no era tan conocida. Sin embargo, su novela más reciente, Temporada de huracanes, quizá fue la mejor del año pasado. Melchor ya está consolidada como una gran escritora. Otro nombre que destacaría es el de Verónica Gerber, quien también formó parte de la antología que menciono, y es una gran artista plástica y escritora. En las generaciones más recientes está Jorge Comensal. Tuve la suerte de leer el manuscrito de su novela Las mutaciones, y creo que es un escritor extraordinario.

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