Llenar de color la Central de Abasto

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Hace casi cien años, Vasconcelos llamó a los artistas a usar los muros no solo como lienzo, sino como herramienta política. Hoy son ciudadanos quienes transforman sus barrios mediante murales

Han pasado seis meses y nadie se ha atrevido a hacer un solo tag sobre ellos. Por ejemplo, el mural de la nave K —un jaguar rosa con manchas azules, pintado por el japonés Kenta Torii— luce exactamente igual de colorido que en octubre del año pasado: nadie lo ha tocado desde su inauguración.

Lo mismo ocurre con los 44 murales pintados hasta ahora en la Central de Abasto. Itze González y su socia Irma Macedo son las responsables de todo. Desde hace más de medio año, pasan la mayor parte de su tiempo en el mercado ubicado en Iztapalapa. Su colectivo We Do Things trabaja bajo una premisa: el arte y el diseño son herramientas capaces de transformar espacios y personas.

En 2017 lograron un convenio con la Central de Abasto con el objetivo de crear una galería a cielo abierto. Hoy son ya 44 murales, realizados por artistas nacionales y extranjeros, los que conviven con las frutas, las verduras, los huacales y los diablitos de los comerciantes. Lograr que una iniciativa como Central de Muros se convierta en realidad requiere de un andamiaje delicado y elaborado, en el que participan varios sectores. “Este tipo de proyectos suceden con el apoyo tanto del gobierno como de la industria privada. Pero, al final, el ciudadano es el brazo ejecutor —explica Itze—. De esta forma, la industria privada también puede aportar socialmente”.

El comienzo fue difícil: los trabajadores de la Central miraban con recelo a los artistas y al equipo que los acompañaba. No entendían muy bien qué hacían allí. Curiosos, algunos locatarios se acercaron a los primeros muralistas que dibujaban sobre esas paredes de más de seis metros de alto por 20 de ancho y que, hasta hace pocos años, no interesaban a nadie. Pronto, algunos niños y jóvenes se apuntaron para asistir en la pintura.

Algo ocurrió entonces: los locatarios, los clientes, los administradores, los transeúntes ocasionales, todos adoptaron el proyecto como si se tratara de algo propio. Los muros permitían un minuto de descanso visual en el ajetreo diario del mercado de mayoreo más grande del mundo.

La repercusión de la iniciativa no ha sido solamente local, sino que ha llamado la atención de organismos internacionales. Hace unos días, Central de Muros obtuvo un reconocimiento por parte de la Organización de las Naciones Unidas debido a que, durante la segunda etapa del proyecto, 25 artistas incluyeron en sus obras alguno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible para la agenda 2030. Muros que han asumido la labor de generar conciencia en busca de un mejor planeta.

A seis meses del inicio de Central de Muros, no solo nadie ha dañado los murales con que inició el proyecto: incluso el espacio donde se exhiben parece mucho más limpio de lo que antes estaba.

“Tiene mucho que ver con que integramos artistas locales. Chavos que trabajan en la Central”, explica Itze. Para ella, los murales aportan algo más que un goce estético: permiten que la comunidad cree una identidad colectiva, forje nuevos vínculos y se reconozca en el espacio. ¿Quién vandalizaría algo que es suyo