Jugar a ser libre

Opinión
Por: Lydia Cacho

Estaba frente a un grupo nutrido de niñas y niños de entre dos y ocho años, tuve el honor de ser la cuenta cuentos de la librería Gandhi de Cancún. Un chico de seis años llevaba su tableta, la miraba de vez en cuando, poco a poco dejó de ver el aparato que sostenía en sus manos como amuleto, mientras se integraba en la conversación.

¿A quién le gustan los libros de papel? Pregunté. A mí, porque desde que era chiquita mi papá me lee cuentos de papel, responde la pequeña de tres años; además cuando no tengas internet o tu tableta esté descargada puede leerlos a cualquier hora, dice el chico tímido de tres años. Y ¿qué es internet? Pregunto. Una chica de seis años desenvuelta y platicadora dice: Internet es donde ves videos de Youtube y bajas unos juegos muy bonitos, asegura mientras el resto asiente ¿y cuáles son sus videos favoritos? Pues los de gatitos y perritos, así de animales y de cosas chistosas, ¡y de Pepa Pig! dice saltando un nene de dos años ¿Y cuando no tienen internet? Inquiero, otro niño responde con un tono de académico del CIDE: pues en la memoria de tu Tablet tienes los libros y los juegos. A donde vayas tienes que pedir la clave, asegura el chico de cinco años con un lenguaje de alguien mucho mayor. Otra nena termina la idea: debes asegurar que esté cargada antes de salir de casa. Les provoco ¿y saben qué hacer cuando aparece algo en internet que no deben ver los niños y niñas? ¡Claro! responde la nena de cuatro años con un tonito de sabiduría mientras mueve las manos como conferencista que da por sabida su respuesta: le dices a tu mamá que aparecieron cosas feas, como en casa de mi abuela que tienen internet para grandes y salen cosas de sexo que las niñas no debemos ver (más tarde confirmo con las madres que varios de sus hijos han visto pornografía involuntariamente en las computadoras o tablets de algún familiar adulto que no borra su historial de navegación o no pone filtros).

Antes de contar cuentos quiero saber qué piensan las y los pequeños sentados en una librería en sábado por la tarde. Les encanta hablar; llama la atención que la mayoría tienen algún libro ilustrado, tocan el papel y hojean los libros coloridos de pasta dura con un cuidado que denota que han aprendido a tomar los objetos con la delicadeza con que debe asirse un aparato electrónico. Vamos por más y les pregunto ¿Ustedes saben qué son las noticias? Sí, sí espeta emocionada la nena más participativa: las noticias es lo que ven los papás cuando matan a alguien, cuando un policía hace algo malo o cuando tenemos nuevo gobernador; la banda infantil asiente y reitera las historias de horror, se miran entre ellos, a su alrededor mamás y papás les observan con orgullo y azoro, algún padre por allí está en shock ¿eso piensan los niños? Mas tarde descubro que él es periodista. Me doy por aludida, vaya crítica lapidaria al periodismo que hacemos y al país que tenemos. La conversación ha tomado vuelo, se emocionan y atropellan para hacer comentarios, los pequeños le temen a los fantasmas, las mayorcitas al secuestro y a los narcos. Levantan la mano y una nena aplaude después de haber sido escuchada. No puedo ocultar mi emoción y descubro que todas las personas compartimos allí ese sentimiento que rebela las ganas inmensas que niñas y niños tienen para explicarnos cómo ven y sienten el mundo. Les leo un par de cuentos mientras pregunto de todo; se ríen, aplauden. Al final se acerca un pequeño de tres años, me toca la cara con ternura, dice que lo hice muy bien y me da un beso; así nomás nos toma una selfie. Vienen más, aparecen los teléfonos de las madres en manos de ellos y ellas, fotos, abrazos. Salgo de la librería como niña feliz. En este país atrapado en una crisis derechohumanista, sin habilidad de negociar conflictos, con gobiernos tiránicos, de vez en vez jugar a ser libre, a decir la verdad y ser feliz es una buena cosa.