Ciudad de necios | Una (trágica) familia chilanga

Opinión

Necias que creen que la violencia contra ellas es normal. Necios que no permiten que las mujeres accedan a la justicia.

“Me arrepiento por no haber denunciado a mi marido a tiempo”, dice esta mujer mientras recuerda la golpiza que le dio el padre de sus hijas. La pareja lleva 20 años casados y no existía episodio alguno de violencia física, “aunque sí los gritos ‘normales’ de todas las parejas”. “¿Normales?”, le pregunto. “Sí, lo normal”, me contesta. Hoy, se da cuenta de que está pagando un precio altísimo por haber creído que era normal la violencia familiar. “Cuando me golpeó, yo estaba embarazada y me provocó un aborto”, pero el terror no terminó ahí: meses después, el hombre regresó para atacar con una navaja a sus dos hijas.

Le insisto, quiero saber cuál fue la razón por la que decidió no denunciar al hombre que la golpeó. “Yo estaba muy confundida, nunca antes me había golpeado y no sabía cómo reaccionar”. No, quiero saber por qué no lo denunció y entonces me responde: “No quería que mis hijas vieran a su padre en la cárcel”. Mala decisión con graves consecuencias, porque el hombre, enfermo de celos, decidió que ella no era digna de ser madre de sus hijas. Él creía —sin razón— que su esposa le era infiel, así que, con el corazón roto y la razón ausente, el hombre escribió una carta entre cuyas líneas se lee “Quiero que me entierren junto con mis hijas”. Por eso una mañana acudió al colegio de ellas armado con un cuchillo para matarlas.

Fanny Alejandra Ramírez Márquez es el nombre de la mujer que fue golpeada por su marido (enero de 2017), el mismo hombre que, luego de dejar de vivir en el mismo hogar, le hizo creer que le firmaría un divorcio consensuado y con los matices más civilizados que pudiera haber. Ella, confiada, no se sorprendió al verlo, meses después (marzo de 2017), en la puerta del colegio de las niñas (entonces 9 y 10 años). “Vengo a despedirme de ellas, me voy a trabajar a Los Ángeles”, le dijo.

Fanny Alejandra dejó que las saludara, aunque después él le pidió que los dejara solos: “Quiero despedirme a solas de ellas”. Ella retrocedió algunos pasos, sin perderlas de vista. Él las abrazó al mismo tiempo y, mientras buscaba de entre sus ropas el cuchillo, les dijo: “Cierren los ojos, quiero darles dinero”. Las niñas lo hicieron y extendieron la mano y fue cuando Miguel Ángel “N” les navajeó el rostro y a una de ellas el cuello. El conserje de la escuela intervino para ponerlas a salvo, pero al intentar neutralizar al presunto asesino, resultó herido de las manos. La madre corrió hacía donde estaba él. “Qué sucede”, gritó. Otra madre de familia le dijo: “Cuidado, tiene un cuchillo”. Y cuando él volteó a verla, ya tenía el abdomen sangrando por la herida que él mismo se causó.

Las niñas se recuperan en medio de crisis psicológicas severas. Él sobrevivió y está preso en el Reclusorio Sur. Ella logró que lo acusaran de tentativa de homicidio (antes solo lo acusaron de violencia familiar y lesiones dolosas) como consta en la carpeta de investigación 007/396/2017 que se encuentra en la Unidad de Gestión número 7. Los hechos ocurrieron en Tlalpan. Es probable que reclasifiquen el delito a uno menor que permita que Miguel Ángel “N” salga de prisión y siga su proceso en libertad. Ella teme por su vida y la de sus hijas. Es una madre que no denunció a tiempo. Son dos niñas que están en peligro. Es un sistema de justicia que… ¿hace de todo menos justicia?