El misterioso caso de Blablacar México

Por: Arlen Pimentel
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Pese a que cerró operaciones en el país hace siete años, la famosa plataforma de viajes compartidos aún funciona, ¿cómo lo hace? +Chilango se puso el cinturón de seguridad y te lo cuenta

Me citó a las 12 del día afuera del metro Chabacano. Después de la media hora que pasé buscando el punto exacto de su localización, el conductor, a quien vamos a llamar Chanti, quitó el freno de mano y arrancó la camioneta-casa con dos perritas a bordo y una humana que contactó por medio de la famosa aplicación de Blablacar,  que presume contar con 90 millones de usuarios en el mundo. 

El precio estaba bien y la idea de saltarse a las terribles líneas de autobuses que unas veces se quedan varadas a mitad de camino, otras te sorprenden con guardias nacionales que te hacen cantar el himno nacional, sonaba bastante bien. Lo de los agentes migratorios que acompañan a la guardia es otra cosa.

¿En qué momento se nos hizo normal que a mitad de carretera un cuerpo migratorio baje del autobús a una, cinco, 10 personas morenas, prietas, que están huyendo de la violencia y miseria de su país? Y una que nació con esta cara, con este color de piel y con esta estatura que la hacen universal en el entero hemisferio sur. En fin. 

El punto es que teníamos que pasar por dos pasajeros más, cuyo destino final era Puerto Escondido, después de un rápido intermedio en el que tendrían que atravesar la ciudad de Oaxaca para dejarme a unas cómodas cuadras de mi hogar. Ese era el plan.

El primer contratiempo sucedió cuando llegamos a recoger a los dos nuevos pasajeros: un DJ que traía una sustanciosa bolsa del mandado llena de vinilos y una italiana radicada en la Costa oaxaqueña.

Ambos trajeron consigo sendas maletas, cuyo peso evidenció claramente que una de las llantas traseras del auto se quedó sin aire. Una hora después, neumático parchado de por medio, las seis personas humanas y no humanas salimos a carretera, rumbo a Puebla. 

Calculo que dentro de las primeras dos horas del viaje aconteció un segundo infortunio: la vieja camioneta comenzó a chorrear agua mientras el motor ganaba temperatura.

Tuvimos que pararnos en un pozo en plena carretera. Uno de esos espacios en los que puedes estacionarte sin bloquear el paso, en los que se supone que una podría abastecerse del líquido que necesita, si no fuera porque estaba completamente vacío.

Un intento de estafa de un “mecánico” de carretera (quien intentó convencernos de que el problema era el termostato y había que extraerlo) y una hora después, estábamos en el poblado más cercano, esperando a que operara la magia de la talachería. 

Avanzamos de nuevo, hasta que otra de las llantas se ponchó y nuevamente tuvimos que recorrer ese loop silencioso en el que el conductor nos miraba con gran pena mientras las personas a bordo intentábamos darle buena cara al mal tiempo. Al final no llegamos a Oaxaca ese día, nos quedamos a una hora de la fatídica carretera que pasa por Tehuacán, en donde todo mundo dice que si no te asaltan es que no pasaste por ahí. 

A mí me dio un ataque de pánico y todo se arregló cuando al final nos terminamos quedando en casa de un conocido de la pareja méxico-italiana, quien nos trató con toda la amabilidad posible, hasta que salimos de nuevo en la madrugada del siguiente día. 

Para ser mi segundo viaje en Blablacar, fue bastante. Más si se considera que mi primer viaje fue una maravilla. El conductor, un señor ameno y tranquilo, platicó durante todo el viaje y me llevó hasta la puerta de mi destino en la hora prevista.

Una de las tantas cosas que me dijo, y que yo iba reflexionando durante esa segunda y eterna experiencia, versaba sobre el misterio de cómo funciona Blablacar México.

En mis cálculos, no me salían las cuentas de cómo es que este negocio capta dinero de sus usuarios, cuando no hay transacciones electrónicas de por medio, ya que el pago es directo en mano. Ese conductor, a quien ahora llamaremos El Señor Amable, me reveló que la plataforma lleva funcionando años sin supervisión, sin que nadie sepa cómo lo hace. 

Según las noticias, la empresa cerró sus operaciones en el país en 2017, tan sólo dos años después de su establecimiento en las carreteras de estos territorios, cuando compraron lo que antes se llamaba Aventones.

Desde entonces, la plataforma sigue funcionando en el país, pero no monetiza. Es decir, auténticamente funciona en los límites de lo que llamamos economía solidaria, sin ser el gran fiasco gentrificador en que resultó Airbnb, que al principio presumía que se manejaba bajo los criterios de este concepto.

Según Blablacar, su esquema mundial permite ahorrar 1.6 millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono al año y genera 120 millones de conexiones humanas.

En el lado menos amable, nadie atiende las llamadas, mensajes, quejas o dudas de las personas usuarias, por lo que cada problemática tiene que ser resuelta por las personas que están involucradas en cada viaje. Esto ha creado una comunidad que a veces puede ser muy comprensiva y en otras ocasiones, desastrosa.

Hay de todo: desde personas que auténticamente tienen que hacer el recorrido que ofrecen, y de paso buscan apoyo en los gastos de gasolina y casetas, hasta quienes lo han convertido en su negocio y exigen compensaciones económicas si no llegas.

Pese a los contratiempos, pienso seguir usando la plataforma y me interesa seguir conociendo personas a través de ella. No obstante, tengo claro que, tal como lo aplico en mi vida personal, tendré que hacerme responsable de en quién deposito mi confianza, sin saber mucho al principio y enterándome de todo cuando, metida entre las cuatro puertas de un vehículo en carretera, ya no haya vuelta atrás. 

Al final, cuando la camioneta llegó a mi parada en la ciudad de Oaxaca, un día después de lo planeado, entregué al conductor el billete de cien pesos que fue lo único que quise aceptar de regreso la noche anterior, cuando apenado intentó devolverme mi dinero, ante el inminente fracaso de llevarme a mi destino en el día acordado. Al final del día, él tuvo que pagar múltiples arreglos y yo llegué sana y salva a mi destino, por lo que, desde mi punto de vista, el acuerdo quedó saldado.