Organillos: ¿tradición o ruido ambiental?

Por: Redacción
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¿Cuál es la historia de estos instrumentos que llegaron durante el Porfiriato a nuestro país y de los cuales ya no hay refacciones desde hace un siglo?

Hace menos de un mes, una modelo de origen estadounidense se quejó lastimosamente de los organilleros de la CDMX en sus redes sociales: “Darles dinero a estas personas es como decirles que está bien que contaminen con su ruido, por eso yo no lo hago”. Sus comentarios “se hicieron virales” y, por supuesto, las respuestas que recibió oscilaron entre señalar su desconocimiento de la cultura y la historia que hay detrás de los organilleros, acusarla de ser parte del problema de la gentrificación y hasta pedir que la expulsaran del país. Las consecuencias de sus posteos llegaron al grado de que fue despedida de la agencia de moda para la cual trabajaba; otros aseguran que sólo se trató de una simulación para “calmar los ánimos”, tan caldeados por el enojo colectivo que ocasionó. 

El episodio trajo de vuelta una discusión que lleva un rato entre nosotros: ¿Son los organillos una tradición o parte del ruido ambiental que abruma a la CDMX?

El origen

El mecanismo del organillo se inventó en Francia en el siglo XVIII, se llamaba serinette y se usaba para enseñar a cantar a los canarios, por lo que también se le llamó “caja pajarera”. Entonces se trataba de una caja pequeña que contenía sólo una melodía corta y repetitiva; resultó ser muy popular entre los vagabundos y los “desocupados”, quienes sólo tenían que mover la manivela para pedir dinero a cambio. 

Con el tiempo, los ejecutantes (por lo regular artistas callejeros o de circos) demandaron un sonido más armónico y mayor variedad en las melodías; los fabricantes se propusieron crear un “instrumento” con fuelles, flautas y un cilindro que girara sobre un teclado en lugar de un peine: el teclado abre las válvulas necesarias (como en un órgano) para que suene la nota adecuada. El gran avance en los “organillos modernos” fue adecuarlos a un sistema de papel perforado (como las pianolas), que es más práctico, ligero y con un mayor repertorio.

La “molestia” por el sonido estridente de los organilleros no es exclusivo de “nuestra era”: en 1825 un periodista inglés publicó una nota sobre cómo un organillero “era pagado por su silencio y no por sus sonidos”. 

Los primeros en México

En 1884 este instrumento llegó al país gracias a un trato comercial por parte de la Casa Wagner y Levien (con oficinas en el Centro Histórico, Puebla y Guadalajara), con la empresa fabricante que se encontraba en Berlín. Así fueron importados 50 organillos de los modelos Violinopan, Harmonipan, Clariton y Meloton. Igual que en Europa, fueron los empresarios de circos y ferias quienes introdujeron el organillo al público mexicano y así se volvieron un “elemento tradicional” de la Ciudad de México, Puebla y Guadalajara. Es curioso que hasta la fecha los organilleros actuales llevan un monito de peluche en su instrumento. Esto se debe a que los primeros cilindreros iban acompañados por pequeños monos capuchinos entrenados para recoger monedas, que servían como añadido visual y atracción extra para los clientes. De ahí que otro mote para el “achichincle” (persona que adula a un superior o cumple servilmente las órdenes o los caprichos de otra) sea el de “monito cilindrero”. 

Mexico City, Mexico. Circa, December 2018. Organillero in Madero Avenue.

El principio del fin

Primero por la pianola y después por la sinfonola (ahora rockolas), el cilindro se vio, poco a poco, desplazado de uno de sus espacios naturales: las cantinas, relegándolos a donde comenzaron en la época del porfiriato: las plazas públicas. La radio y la música grabada también los fueron desplazando del “gusto popular”. En Europa los organillos dejaron de construirse a

principios del siglo XX: en 1925 reinició su fabricación para desaparecer por completo un par de años después. Y por eso es tan difícil repararlos o hacer que “suenen bien”, pues desde hace casi un siglo dejaron de existir refacciones o personas que puedan restaurarlos para que “suenen como lo hacían en su esplendor”. 

En la década de 1950 el “regente de hierro” (Ernesto P. Uruchurtu), le exigió al sindicato de organilleros que sus afiliados usaran un uniforme (de ahí que hasta la fecha usen uno muy similar al de la División del Norte de Pancho Villa) y que obtuviesen un permiso para trabajar en el primer cuadro de la ciudad. En las décadas de 1960 y 1970 cilindreros y propietarios denunciaron, por medio de la prensa, la paulatina desaparición de estos instrumentos de música mecánica debido a su adquisición por parte de museos, coleccionistas y dueños de bazares, así como por la falta de técnicos especializados en su reparación y restauración. En los años 80 llegó a haber sólo 20 organillos “funcionales” en la ciudad y uno que otro esporádico en algún estado del país. 

Renacimiento 

Se dice que “hay una sola señora que sabe repararlos que vive entre la Lagunilla y Tepito”, pero lo cierto es que la misma gente que heredó este oficio ha conservado los organillos e incluso han aprendido a repararlos. De 500 cilindros que llegaron a existir en México se calcula que hay cerca de 120 en funcionamiento, la mayoría restaurados y rehabilitados por sus propietarios.
Aunque “se dice” que los organillos “pertenecen al gobierno de México” y son “una concesión”, lo cierto es que existen varias organizaciones que defienden y conservan esta tradición, al grado de que llevan años solicitando al Congreso local que se reconozca como Patrimonio Cultural de la CDMX. 

Dice un viejo refrán que: “Cualquiera lo toca, ¡pero no cualquiera lo carga!”, tal vez por ello ya varios organilleros actuales le han agregado un aditamento con ruedas a su instrumento, el cual suele pesar entre 45 y 50 kg, para moverlo con mayor facilidad, pero sobre todo para que, cada que acercan el sombrero: “No muera la tradición”.