Foto: Bryan Rivera

Septiembre pinta flojo para los vendedores de adornos patrios

Por: Redacción

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Las ventas han disminuido este año y los comerciantes resienten la competencia china. Curiosamente, son los gringos quienes más les compran

Por Bryan Rivera

Arturo da un sorbo a su botella de agua y se limpia el sudor con el antebrazo. Apresura ese movimiento cuando una mujer se acerca a ver las banderas, las pequeñas trompetas y “chinitas poblanas” que, sabrá de qué forma, quedan sostenidas en ese pesado carrito que lleva horas detenido en la intersección entre la calle Victoria (que metros adelante se convierte en República de Uruguay) y Eje Central, en el Centro Histórico.

Él no eligió llamarse Arturo para este reportaje. Es un pseudónimo que debo usar debido a su resistencia a darme su nombre, como si sus palabras, sus comentarios, pudieran causarle problemas. Es una constante desconfianza en vendedores formales o informales.

Sin querer hablar mucho, asegura que las ventas han disminuido este año. Apela a factores como la economía, y con ello, que muchas madres y padres no están dispuestos a comprar adornos o disfraces patrios por los gastos de este regreso a clases que, a diferencia del 2024, inició el 1 de septiembre.

Poco a poco comienza a soltarse. Sin dejar de mirar a todos lados, vigilando si algún posible cliente se detiene en su negocio, Arturo destaca que las y los gringos son quienes más compran. Forma parte de las personas que no ven tan mal la gentrificación, al menos en cuanto a ciudadanos norteamericanos.

Otro tema son las personas de origen chino, principalmente comerciantes, quienes lentamente han comenzado a apropiarse de bodegas y negocios en esta zona de la ciudad, ofreciendo productos especializados o los más convencionales: celulares, controles remotos, mochilas y bocinas.

Para este vendedor es muy difícil competir contra el volumen de producción y precios del titán asiático. Es una silenciosa batalla que él y docenas de vendedores de carritos libran a diario y en temporadas como ésta donde su principal fuente de ingresos lleva colores verde, blanco y rojo.

“Yo como le digo a la gente: los carritos que ves en las calles, en toda la República, somos del mismo pueblo, pero carritos así (señala el suyo). Ya más a los estados, hay muchos chinos (productos)”, dice al agarrar un poco más de confianza, sin dejar de cuidar el puesto.

Todo lo que vende es fabricado en comunidad. Santa Ana Jilotzingo es un poblado del Estado de México con escasos 998 habitantes, según la última actualización del INEGI, y es una especie de meca en la creación de estos productos patrios. Una familia elabora banderas, otra se dedica a crear moños tricolores, otra peluches.

Todo el pueblo resiente la competencia china, pues bajaron algunas ventas por mayoreo. Sin embargo, no es lo suficientemente fuerte para tumbarlos. Hay demasiados revendedores que les siguen comprando como una especie de solidaridad compatriota. Que el dinero quede entre mexicanos.

En su familia, Arturo pertenece a la tercera generación que se dedica a vender estos productos, cuya elaboración inicia cada mes de mayo. Para ellas y ellos, el orgullo patrio es meramente un negocio, asegura. Ni siquiera celebran el 15 de septiembre, pues se la pasan en el Zócalo o en explanadas municipales, vendiendo. Están más preocupados en que otras personas festejen lo que sea que se deba festejar.

Ni los gobiernos gastan en adornos patrios


No son pocos los negocios del Centro que saturan sus vitrinas y estantes de cuanto producto tenga relación con el patriotismo mexicano. En la Distribuidora Agemy hay una modesta fila de señores que principalmente piden bigotes o telas alusivas a la bandera mexicana.

El encargado del negocio es un hombre que lleva botas café, camisa a cuadros y un fino bigote cuidadosamente cortado (vaya ironía con la temporada). Acepta recibirme luego de mi insistencia. Como si quisiera terminar la conversación lo más pronto posible, asegura firmemente que las ventas disminuyen cada año. Es por la cuestión económica, no por un desinterés en la tradición, considera. Llegan sus clientes, los mismos que revenderán la mercancía, y preguntan por los precios. “Lo quieren, pero no tienen dinero”. Muchos terminan con los productos chinos.

A escasos 900 metros se ubica Adornos México, una fábrica cuyo nombre no hace justicia al imponente edificio de dos plantas, esquinado, en cuyo ángulo desciende una bandera que corona la entrada al negocio.

Leonardo Ruiz es uno de los más de cinco empleados que, a simple vista, atienden en mostrador y confeccionan adornos en la parte trasera. Explica que su principal forma de competir contra los chinos es ofrecer productos más originales: elaborar adornos con diseños distintos que marquen una diferencia, pese a la inherente dificultad de innovar en productos que, más bien, dependen de moldes tradicionales.

También se dedican a elaborar adornos monumentales, que los gobiernos suelen comprar para colocar en las plazas públicas. Sin embargo, esta venta también ha disminuido. “Cada vez invierte menos el gobierno y la misma gente también, no se emociona tanto”. En su tono, es inevitable notar cierto pesimismo.

Pese a ese panorama incierto, la gente sigue desfilando por la tienda. Muchos terminan frente a la caja, ya sea con banderas, cortinas de papel crepé que colgarán de puertas y ventanas o cuanta cosa alusiva a una mexicanidad. Sea mucho o poco, el dinero sigue cayendo.