Paloma Escobar, Anaïs Dumond, ha logrado construir puentes entre la ciencia y el arte a través de este género
Por Carlos Acuña
La primera orquesta del legendario Cabaret Barba Azul, en la colonia Obrera, recoge ya sus instrumentos este viernes. Los bailarines apenas han vuelto a sus mesas cuando una mujer con poca ropa se deja bañar por la luz del reflector que se enciende de pronto: sólo un par de abanicos de plumas cubren su contoneo sobre la pista.
María Paloma Escobar (Anaïs Dumond) tiene 47 años y esta noche, como tantas, celebra la vida. Hace unas cuantas semanas tuvo que reconocer el cuerpo de su hermano en las planchas del Servicio Médico Forense: llevaba meses desaparecido. Horas después tuvo que obligarse a venir aquí. Fue la presentación más difícil que ha tenido nunca.
Mientras captura las miradas de la multitud se recuerda que el escenario es así: “un lugar en donde la vida y la muerte se confunden”. Esa es la diferencia entre la pornografía y la sensualidad, entre lo sexy y lo erótico, concluye al tiempo que sincroniza el abrir y cerrar de sus pestañas con el lento abanicar de las lunas emplumadas que carga en cada mano.
Su historia es una colección de contradicciones similares. Alumna de Cristóbal Jodorowsky (de quien aprendió psicomagia, entre otras artes esotéricas), tiene también una formación como bióloga y neurocientífica en la UNAM y en la Universidad de California (UCLA). Hubo un tiempo en que la ingeniería genética ocupaba la mayoría de sus días hasta que un accidente la alejó del laboratorio: la exposición prolongada a una luz ultravioleta, sin protección, le quemó las córneas.

Fue cuando tuvo que doblar la apuesta y, con el mismo rigor que se entregó a la academia, se entregó a la vida nocturna: tal fue su metamorfosis. El cabaret y el burlesque son, para Paloma, una reivindicación del erotismo como acto de resistencia.
Tal vez por eso ni su compañía de burlesque, Magia du Burlesque (que cuenta actualmente con seis integrantes formales), ni su escuela Du Monde Academy (con al menos 30 alumnos en activo), han querido coquetear con los discursos feministas ni con el activismo drag. En el cabaret todo eso está implícito: al ser el cuerpo lo que está en juego, la única bandera posible aquí es tu propia piel y la intensidad que en ella habita, sin importar el género con el cual te identifiques ni la ideología a la cual te adhieras.
Paloma sólo distingue siluetas difusas entre las sombras a su alrededor. Desde el accidente, su visibilidad se redujo en un 70%. Tiene quince años esperando un trasplante. A veces piensa que la ciencia y la mística son dos caras de una misma moneda: se trata de la búsqueda, de la eterna búsqueda de sentido.
En la última nota de la canción, Paloma deja que la luz bañe de nuevo su baile y abre los ojos al máximo: la diamantina atrapada entre sus párpados estalla.
Género de seducción y de inclusión
Estamos ahora en la planta alta del Cabaret Barba Azul, en unos camerinos improvisados a un costado de los baños de mujeres. Entre semana, este espacio le sirve a Paloma también como salón. Aquí imparte clases de cabaret, burlesque y fan dancing, esa disciplina que ella aprendió de unas bailarinas australianas y que consiste en bailar con pesados artilugios de plumas, considerada también un ejercicio militar en Inglaterra.
Paloma aprendió burlesque en la escuela de Bettie Bombshell en San Francisco. Más que por vocación, llegó allí por curiosidad espiritual: había visto a las artistas que se presentaban en algunos bares de Fullerton, cerca de Orange County, el lugar donde vivía cuando trabajaba en la UCLA.
“Después del laboratorio me iba a esos bares a pistear”, dice mientras una de sus alumnas le ayuda a distribuir la base de maquillaje blanco sobre su cara. “A mí siempre me ha gustado pistear solita. No voy a mentir: cuando yo vi a estas burlesqueras lo primero que pensé fue: ‘¿Cómo se atreven estas mujeres a desnudarse? Están gordas, están flacas, están viejitas, están así o asá…’ Pero seguí yendo, hasta que un día me dije: ‘Yo no sé si yo me atrevería a hacer algo así’”.
Así entendió que la tradición del burlesque europeo o norteamericano era muy diferente a lo que se entendía por cabaret en México. Si aquí el cine de ficheras había normalizado la figura de las vedettes (mujeres voluptuosas cuyos atributos y juventud constituyen su principal atractivo), en Estados Unidos los cabarets eran un refugio para artistas disidentes que habían sido rechazados de las academias formales de arte o de la hegemonía del gran espectáculo: mujeres gordas o personas trans, bailarinas mayores de sesenta años, jóvenes tatuadas o con alguna discapacidad, personas racializadas, los y las excluidas del mundo haciendo equipo para festejar su sensualidad y compartirla.
Frente al espejo, el resto de integrantes de Magia du Burlesque se prepara para salir al escenario. Paloma los presenta por su nombre artístico: el payaso y artista del boylesque, Florian Avargarde; la bailarina gótica y pelirroja, Súcubo Le Vamp; la bailarina de 21 años, Ain, que en el escenario juega con identidades no binarias, como la mujer barbuda.
“Mi sueño es ser parte de la historia de un nuevo cabaret en México”, dice Paloma, Anaïs Dumond. “Que a partir de estos esfuerzos podamos quitar el estigma del arte del burlesque en México, consolidar una tradición de espectáculo y disciplina en donde el cabaret pueda significar otra cosa además del mero encuere”.
En su época dorada el Cabaret Barba Azul fue símbolo de la vida nocturna en la CDMX; hoy sigue siendo un destino obligado para quienes buscan una noche de baile y diversión
- 75 años tiene el Cabaret Barba Azul, siendo uno de los más antiguos de la capital
- 10 años cumplió Magia du Burlesque en julio pasado
- Magia du Burlesque también ofrece funciones en el Centro Cultural Real Under, en el hotel Mala Vecindad y en otros espacios de la ciudad