Ciudad de necios | Mota para vivir

Ciudad

Somos tan necios que llevamos una venda en los ojos que nos ha impedido ver lo que en otros países es salud, paz y economía creciente

Tiene 21 años y fuma mariguana desde hace casi dos. No sabe mucho sobre los medicamentos que se extraen de la hierba. Perdió el interés cuando preguntó cuánto costaba importar uno que le ayudaría a controlar su epilepsia: 26 mil pesos. Se fue pa’trás, es un chingo de lana. “Ya incluye la mochada a los agentes aduanales”, le dijeron como consuelo, pero para él es imposible pagar esa cantidad. “¿Por un pinche frasquito que me voy a acabar en dos semanas?”, me dijo, “Nel”. Él gana nueve mil pesos mensuales en un call center y tendría que dejar de comer tres meses para completarlo.

Por eso la fuma y de la manera más tradicional: abrió su cajita donde guarda la mota, me enseñó cómo le quita semillas y tallos (la que compra no es de buena calidad), la molió en el grinder y con maestría forjó un churro perfecto. Uno así le dura varios días. Le da dos toques en la mañana antes de irse a trabajar. El efecto lo ataranta durante las dos horas que tarda en llegar desde Ecatepec hasta su chamba, en Insurgentes Sur.

Sus crisis epilépticas lo habían llevado a varios consultorios donde le recetaban medicamentos que le destrozaron el aparato digestivo, le comieron los músculos y le hicieron perder el pelo. La epilepsia no le dejaba hacer lo que más quería: manejar para ir a la universidad y luego al trabajo; hacer ciclismo, que es su deporte favorito; o trabajar para pagarse la escuela de Gastronomía donde aún estudia.

Los ataques llegaron a ser tres por día. Una vez le dio uno en sus días de mesero en un restaurante de la Zona Rosa. Dice que terminó desmayado junto al horno de las pizzas. La segunda ocasión cayó sobre el escote de una clienta que se asustó tanto que no pagó la cuenta y se largó inmediatamente del restaurante. Al epiléptico lo despidieron ese día, cuando cumplía mes y medio en la chamba.

Desde que fuma mota (22 meses) ha tenido solo cuatro ataques. Él no creía en eso de que “quemarle las patitas al diablo” lo podría ayudar. Eso sí, fumar por la mañana y antes de dormir dice que lo apendeja y le despierta un hambre muy cabrona, lo que le permitió recuperar peso después de que los medicamentos de antes lo dejaron en los huesos. Dice que debe tomar mucho café para estar alerta en la chamba.

La mota se la compra a un dealer que se la lleva al trabajo. Recién hizo contacto con él y no le vende hierba de calidad. Antes tenía un dealer que le conseguía una mota tan buena (él no distingue entre porcentaje de sativa o índica, o una mezcla de ambos para fines medicinales) que solo con el toque nocturno bastaba como para no tener un solo ataque epilético y dormir como oso, pero a ese dealer lo mataron en Iztapalapa, según le dijo el nuevo dealer que ahora le cobra más caro.

No le quedó de otra más que comprársela. Y lo sigue haciendo. Es la única manera más o menos segura de acceder a la mota. Una compañera de la chamba le contó de un surtidor que trabaja en Tepito y que cultiva en la ciudad, pero él ya está harto de andar probando y arriesgarse a que lo asalten a la hora de pagar, como le pasó tres veces cuando iniciaba a contactar dealers. “Más vale malo conocido, que ojete por conocer”, me dice.

Su salud, que podría estar mucho mejor si usara el producto canábico o la dosis apropiada para su enfermedad, depende de su relación con los narcomenudistas. Este paciente no tiene de otra más que comprarle al crimen lo que le mantiene estable la salud. Espero verlo pronto, porque a este chavo México le debe medicamentos que no ha podido darle. Espero verlo pronto, porque a este chavo México le debe seguridad. Espero verlo pronto, antes de que algún policía lo arreste por posesión de drogas, como lo hemos hecho con miles que hoy pueblan las cárceles.

Foto: Cuartoscuro