El poder oculto de las cartulinas fluorescentes

Ciudad

En la Ciudad de México, los problemas de comunicación no necesariamente requieren a un profesional de la publicidad y la mercadotecnia para resolverse, tampoco a un diseñador ni mucho menos a un redactor. ¿Pagar una lana para pautar contenidos en medios? Ay, para qué, si el mensaje puede ser enviado a través de una cartulina de 10 pesos pegada en la pared. Pero no una cualquiera: tiene que ser fluorescente para que todo mundo voltee a verla.

En cuanto uno empieza a fijarse, estos brillantes pliegos intervenidos con marcador permanente aparecen por todos lados: puestos de comida, supermercados, escuelas, oficinas de gobierno, casas particulares. Pueden contener desde los avisos más simples y cotidianos (“Tacos de guisado $10”, “Se cambian pilas”), hasta las más intrincadas indicaciones burocráticas (“Se les recuerda que por disposición oficial…”), pasando por señalamientos para llegar a una pachanga (“Fiesta Ale —>”), ofertas de empleo (“Se solicita chalán con ganas de trabajar”) o instrucciones de seguridad (“No se recargue, vidrio frágil”). Incluso aparecen en las marchas y eventos de protesta social más solemnes, con mensajes rudísimos que contrastan con la superficie color chíngame-la-retina.

Las letras a veces vienen acompañadas de dibujitos, recortes de revista, diamantina o estampitas. Todo se vale. Y cuando los 66 x 47.5 no son suficientes, la solución es juntar varias cartulinas… a veces de diferentes colores, ¡qué locura! ¡Wuuuuuu!

Las cartulinas fluorescentes son una muestra omnipresente del ingenio chilango, mezclado con el “aisevá”; del sentido del humor, voluntario e involuntario, que corre por nuestras venas; de nuestra alergia al minimalismo, al recato y a la sobriedad. Queremos una cartulina fluorescente que diga “¡Vivan las cartulinas fluorescentes!”.

Finalmente, estos pliegos brillantes y alucinatorios de papel violan las leyes de la biología y le otorgan el superpoder de la visión nocturna a los mortales comunes y corrientes; es como si tuvieras una bengala portátil que puedes enrollar.

Fotos: Tamara de Anda

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