Santiago Roncagliolo habla sobre la escritura y el miedo

Ciudad

El escritor peruano, galardonado con el Premio Alfaguara en 2006 por Abril rojo y seleccionado, en 2010, por la revista Granta como uno de los 22 mejores narradores en español de menos de 35 años, habla sobre los orígenes de su oficio y sus obsesiones.

¿Cómo fue tu inicio en la literatura?

La primera obra que escribí fue un libro para niños. Me habían contratado en una institución pública donde me pasaba todo el día sin hacer nada. Como en esa época tenía la costumbre de contarle cuentos a mi ahijado, decidí ocupar mi tiempo en escribir una historia infantil. Creo que, sin importar la edad que tengamos, todos buscamos un universo, nuevo y habitable, en el que podamos encontrar a alguien por quien podamos sentir algo. Ese primer libro del que te hablo se llama Rugor, el dragón enamorado; lo escribí a los 21 años y está publicado bajo el sello de Alfaguara Perú. Podría decir que era una especie de Shrek antes de Shrek: trataba sobre un dragón que secuestra a una princesa porque está enamorado de ella; los monstruos eran buenos y los humanos eran malos. Después de ver Shrek pensé que esa idea pudo generar más dinero.

Mis primeros cuentos los hice en esa oficina. En ese momento, lo que yo conocía a fondo era la infancia y la adolescencia. Creo que ésa es la razón de que en muchos casos el primer libro de un escritor trate sobre dichos temas: sus autores aún no han visto más.

También creo que la historia de Rugor… está relacionada con el resto de mi trabajo: en el fondo, escribo sobre humanos y monstruos, e intento encontrar la delgada línea que los separa.

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¿Qué le aconsejas a alguien que quiere escribir?

Lo más importante es ser paciente, es muy difícil publicar un primer libro. Incluso cuando ya has escrito muchos, se trata de un mercado complejo. Es un oficio que sólo vale la pena si realmente te apasiona la escritura y no puedes hacer otra cosa. De ser así, la pregunta esencial es qué quieres escribir. Allá afuera habrá alguien que quiera leer esas historias y que también le aterren o le duelan las mismas cosas que a ti.

¿Qué piensas de la literatura latinoamericana actual?

Tan sólo en México hay 10 o 15 autores que me gustan mucho; en Colombia, España y Argentina hay otros tantos. Veo que en la última década los escritores están más preocupados por el mundo que los rodea. México, en especial, atraviesa un momento muy difícil: primero fue la guerra contra el narcotráfico y ahora tiene encima a Donald Trump. Siempre, en los momentos difíciles, surgen autores muy interesantes que hacen y piensan las cosas de forma diferente.

¿Cuáles son tus escritores preferidos?

Desde la época victoriana hasta la actualidad, siempre me han interesado los autores que abordan el miedo. En esa lista pueden entrar Oscar Wilde, Stephen King y quienes le dan un giro político al tema, como Roberto Bolaño. Me gustan y me alimento de ellos, porque en mi escritura yo también trato de rascar los lados oscuros en aquello que nos asusta.

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¿A qué le tienes miedo?

Yo crecí con miedo. Pasé mi adolescencia en un Perú donde las bombas, los asesinatos y los apagones eran frecuentes: viví el auge del Sendero Luminoso. A veces he pensado que soy especialista en que todo salga mal a mi alrededor: viví el exilio latinoamericano y, una década después, me tocó la crisis financiera de México. Cuando llegamos a Perú, conocimos un país en guerra. Luego me tocó una dictadura. Para cuando me mudé a España, estalló la crisis. Ahora vivo en Cataluña, donde la sociedad tiene un importante sentimiento separatista.

En este momento de mi vida, ser padre de familia abre un nuevo catálogo de miedos. No sólo me corresponde ocuparme de mi persona, sino de lo que pueda pasarle a otras personitas muy frágiles. Creo que el miedo define lo que somos.

¿Cuáles son tus rutinas de trabajo?

Hasta hace no mucho, fui un autor muy disciplinado. Me levantaba todas las mañanas e iba a escribir a un despacho. Ahora escribo de una manera mucho más libre: desde un café, la playa o mi casa. Tampoco escribo necesariamente todos los días, sólo dejo que la novela se vaya formando en mi cabeza. Digamos que dejo que la novela me lleve. Ya no tengo rituales para trabajar, y es difícil explicar porque hay métodos que en un momento pueden funcionar y otros que no.

Fotos: Cortesía/ Especiales