Imagen de Sense8

TV gay sí, por favor

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Vivimos una gran época televisiva. Los contenidos a los que ahora tenemos acceso nos han abierto un horizonte de posibilidades temáticas, donde las relaciones amorosas ya no se limitan a galán-conoce-a-galana y son felices para siempre, no sin antes pasar por un culebrón cachirulesco (cuento inverosímil y grandilocuente, traducción para millennials), que no aportaba nada ni enriquecía la narrativa de la TV.

Todavía en los 80 mexicanos, pensar en contenido gay digno era un tabú. Si alguna trama incluía personajes homosexuales, estos siempre eran una caricatura, un estereotipo chocante; cuando no, eran utilizados a manera de moraleja, seres enfermos o desdichados que servían para aleccionar sobre lo que está bien o mal dentro de la sociedad.

Por eso, a 40 años de las primeras manifestaciones por los derechos de la comunidad LGTB+ tenemos que celebrar que esos tiempos quedaron atrás. Hoy, la televisión no solo presenta historias homosexuales que inspiran, sino que además normalizan la diversidad de las relaciones.

Una gran pionera fue The L Word, en la que un séquito de lesbianas, guapas, exitosas y profesionales mostraban que la vida entre mujeres era apenas un poco distinta a la de cualquier pareja hetero.

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De estas épocas podemos referirnos a Sense8 —hoy, por cierto, estrena su último capítulo por Netflix— donde parejas como Amanita y Noomi o Lito y Hernando muestran que, a pesar del prejuicio, el amor puede triunfar. Escenas de besos largos, profundos y de cama ya no son un escándalo; al contrario, aportan realismo y capacidad interpretativa a los actores. Las mismas creadoras de la serie, las hermanas Wachowski (quienes se sometieron a una reasignación de sexo), son un ejemplo vivo por su activismo a favor de la diversidad en la TV, que ante el inminente renovarse o morir, decidió progresar.

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