Los ahuehuetes de Azcapotzalco

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Guadalupe Robles sabe dónde está cada uno de los ahuehuetes en esta delegación. Desde hace años lucha para que estos habitantes centenarios sean preservados y respetados.

Por Diana Delgado

Rescatar los ahuehuetes

Quizá en su otra vida fue ahuehuete. De otra forma no se explica su cercanía ni la ternura con la que acaricia el follaje. No sentiría una especie de agradecimiento cuando los visita, los abraza y les lleva un poco de agua.

Guadalupe Robles quizá fue un ahuehuete, o eso dice, antes de contar que desde 2006 se ha dedicado a exigir su preservación, a caminar por la delegación Azcapotzalco y otros rincones de la Ciudad de México para mapear, libreta en mano, dónde está cada uno y en qué condiciones se encuentran.

De cabello largo, ligeramente trenzado con hilos de colores y una blusa con bordados en tonos verde, la mujer de 67 años y grandes ojos reconoce que aunque existen muchos tipos de árboles en la ciudad, los ahuehuetes tienen un papel preponderante por su antigüedad, por ser testigos de la vida cotidiana durante cientos de años.

“Imagínate todo lo que han visto, lo que han conocido, lo que han pasado. Trascienden a cualquiera de nosotros. No sé por qué la autoridad no le entra a nada de eso, les pido un ratito de conciencia. Los ahuehuetes deberían ser incorporados al patrimonio cultural urbano de la Ciudad de México: que la ley los proteja y haya dinero para ellos”, dice.

Su propuesta no es irreal: desde 1921 es considerado árbol nacional, pues aparece desde la época prehispánica y en la mitología mexica figuran como una ofrenda a los emperadores, como un árbol sagrado, místico.

Toda esa magia interesó a Guadalupe Robles desde que trabajaba en el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales de la Secretaría de Agricultura; una vez jubilada, sumó su amor por la naturaleza a la defensa del patrimonio arqueológico en Azcapotzalco que algunos vecinos habían empezado. En esa lucha entraban los ahuehuetes.

Les dicen los “viejos del agua” por su longevidad y porque crecen en zonas lacustres. Por eso en la CDMX abundan: son un recuerdo vivo del pasado prehispánico, cuando todo este territorio era un lago y el agua corría de un lado al otro. Desde entonces existen.

Uno de los más antiguos cuenta ya con más de 700 años, y cada tercer día, los vecinos del Pueblo de Santa Catarina, en Azcapotzalco, le regalan una cubeta de agua.

La mujer de sonrisa constante ha registrado 200 ahuehuetes en Azcapotzalco, y en el resto de la ciudad los ha anotado esporádicamente. Todo lo hace con una libreta, hojas blancas, una pluma y una que otra foto con el celular; por eso se le ha dificultado mostrarle a todo el mundo lo que mira cada que se encuentra con alguno.

En Azcapotzalco ha registrado los pasos de las historias de los cronistas: “Decían que se sembraron en honor a Moctezuma, incluso hasta la época de Maximiliano se le conoció como Paseo de los Ahuehuetes al camino entre lo que hoy es el centro de Azcapotzalco y Tlalnepantla”.

También tiene ubicados a los 37 del Parque Revolución, una veintena en avenida San Pablo; los ocho en la Glorieta de los Ahuehuetes, en el pueblo de San Juan Tlihuaca; tres en el atrio de San Miguel Amantla y los del Parque Tezozómoc, incluido el más joven sembrado en 2010.

“La gente tiene que conocerlos: son históricos —dice emocionada—. Son los abuelos de los abuelos de nuestros abuelos quienes los vieron y conocieron, son un lazo que nos puede unir. Se merecen un sitio especial en la historia, se merecen que haya más gente que los defienda”.

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Repuestas Indignantes

Guadalupe ha visto desfilar a un sinfín de autoridades: nadie le ha aceptado un recorrido para conocer la situación de los ahuehuetes.

Por el contrario —cuenta—, ha recibido respuestas que cataloga como indignantes. Como el delegado de Azcapotzalco que en campaña prometió apoyar y hasta sembró un ahuehuete, pero al llegar al cargo nunca le dio una audiencia. O el extitular de la Miguel Hidalgo —hoy de nuevo candidato— que durante su gestión no brindó apoyo y en su búsqueda actual de votos solo le dijo: “Muy digna su lucha, señora”.

O una excandidata presidencial que, cuando fue primera dama, respondió a la solicitud con un “qué quiere que haga”. O peor aún: un funcionario del área de Bosques Urbanos que decidió nombrar a Guadalupe como “la madrina de los ahuehuetes” y después se quedó callado cuando ella le pidió ponerse a trabajar en lugar de hacer bromas.

Entre los logros de Lupita está haber participado en el grupo que trajo dos “nietos” del árbol de la Noche Triste desde Dolores Hidalgo, Guanajuato —donde se encuentra su principal “hijo”— para la celebración del Bicentenario de la Independencia, según detallan los certificados de autenticidad con los que cuenta.

Uno de ellos fue sembrado en el Parque Tezozómoc y el segundo en la zona conocida como los Baños de Moctezuma en el Bosque de Chapultepec. “Los visito con frecuencia, siento que son parte de mí”, cuenta orgullosa Guadalupe.

Lupita se recuesta en los pies del árbol y observa el tintinear de los rayos del sol que se cuelan entre el follaje. Cierra los ojos y escucha a los pájaros que hacen nido entre sus ramas. Es un diálogo en silencio, porque guarda las palabras para exigir a las autoridades, para hacerse escuchar. Quizá en otra vida fue un ahuehuete. Doña Lupita lo repite, lo siente.

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