Danzar sin limitaciones

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Esta compañía de danza trabaja para que sus integrantes conozcan sus capacidades, se empoderen y aprendan que su trabajo es valioso y que pueden ser parte de la comunidad

La muerte de uno de sus alumnos cimbró la vida de David Serna, un profesor de primaria que fundó el Ballet Mexicano de la Discapacidad, cuyos actuales integrantes son personas de entre 5 y 60 años.

La historia de este peculiar ballet comienza en 2002, cuando David Serna impartía clases de danza en una primaria en la que estudiaban dos niños con discapacidad, quienes no salían al recreo, tampoco tomaban las clases de educación física ni convivían con sus demás compañeros ante el temor de que resultaran lastimados.

“Me di cuenta de que eso no podía seguir y decidí hacer un montaje solamente con ellos dos para un 10 de mayo”, recuerda David. “Lo presentamos y hubo un gran cambio: la comunidad se dio cuenta de que ellos podían aportar algo, que también eran parte de los alumnos. Esa función cambió el panorama de la escuela sobre ellos y el de ellos mismos sobre sus capacidades”.

Al año siguiente, David se fue a estudiar danza al Instituto Nacional de Bellas Artes y, al regresar al plantel, se enteró de que uno de esos dos niños había fallecido. “Decidí que no podía quedarme con un solo intento”, explica. “Quería acercarme a más chicos y empecé a revisar materiales sobre discapacidad y su relación con el arte, además de técnicas médicas para saber hasta dónde y cómo podía trabajar”.

En 2009 se incorporó la primera alumna de esta compañía, una joven en silla de ruedas, y desde entonces, el Ballet Mexicano de la Discapacidad ha crecido, decenas de personas se han integrado al ver los shows que se montan en la calle, por curiosidad o luego de conocer la historia de este grupo.

Desde hace nueve años, el Ballet Mexicano de la Discapacidad ensaya en el bajopuente del Peñón Viejo, en los límites entre la CDMX y el Estado de México, y se han presentado en los grandes teatros del país como la única compañía nacional en la que todos sus bailarines viven con discapacidad.

Los ensayos son sencillos: cuatro bailarines toman una muleta, la colocan en diferentes posiciones mientras hacen giros y se mueven de un lado a otro de la calle. Practican las posturas, su espalda recta, los brazos estirados, el cuerpo firme. Todo aquel que los mire podría convencerse de que la discapacidad no es una limitante.

DISCAPACIDAD DIVERSA

El Ballet Mexicano de la Discapacidad se diferencia de cualquier otra compañía por dos características esenciales: porque reciben a todos los interesados sin importar la condición en la que vivan, pues uno de sus objetivos es mostrar la diversidad, y porque en los actos no participan “bailarines regulares”, sino que los propios integrantes de esta compañía son quienes mueven sus sillas de ruedas, se desplazan y hacen los movimientos de acuerdo a sus posibilidades.

“A la hora de bailar son autosuficientes”, explica David Serna. “Nosotros no competimos con nadie, no nos interesa la visión estética que se tiene de la danza, la de los cuerpos perfectos y movimientos precisos: reconocemos lo que tenemos y con eso trabajamos”.

El fundador agrega que el objetivo es que los jóvenes con discapacidad identifiquen sus emociones, conozcan su cuerpo, sus capacidades y que, a partir del baile, se empoderen, aprendan a respetarse, se den cuenta de que su trabajo es valioso.

BAILAR TRANSFORMA

Antes de que María Luisa bailara no tenía amigos. Ella y su mamá llegaron al Ballet hace ocho años y desde entonces, la joven de 21 años cambió su actitud.

“La integración es difícil, no los admiten en todas las escuelas ni les ponen atención”, cuenta la mamá de María Luisa. “Mi hija no escucha y fue muy complicado integrarla, pero aquí aprendió a convivir, no le gusta faltar a las clases, dejó de ser cohibida. Me da mucha emoción ver que se atreve, saber que tiene intereses y que le reconocen sus logros”.

El papel de los padres de familia ha sido primordial. En la mayoría de los casos son mujeres —mamás y abuelas— las que acompañan a los bailarines en las clases de cada viernes en el bajopuente del Peñón Viejo.

La convivencia las ha hecho cercanas, y como proyecto alterno al baile formaron un coro. Aprendieron la lengua de señas mexicana y al final de cada show participan en un popurrí de música mexicana: ellas cantan temas como “La Bikina” y “La Llorona” con las manos, mientras sus hijos danzan.

“Las mamás también se empoderan”, señala Serna. “Reconocen que sus hijos tienen discapacidad, los acompañan y colaboran en sus procesos. Hay un involucramiento mayor y el hecho de que ellas también se suban a los escenarios les permite entender la importancia de lo que sus hijos están logrando”.

Otro ejemplo del trabajo de David es Carlos García, quien a sus 16 años ya ha bailado en algunos de los mejores teatros del país y se presentó en Danzatlán 2018, uno de los festivales internacionales más reconocidos. Le gusta el danzón, sabe lengua de señas mexicana y está convencido de que quiere ser profesor de danza.

“Bailando le doy una inspiración a los niños”, dice, “les muestro que pueden hacer muchas cosas, no importa si tienen una discapacidad o están enfermos, el chiste es descubrir cómo se pueden desarrollar; algún día me gustaría ayudarlos”.