Alejandro Cerón , rector de la iglesia de San Hipólito donde veneran a San Judas. Foto: Lulú Urdapilleta

El embajador de san Judas

Especiales
Por: Tatiana Maillard

Alejandro Cerón, rector de la iglesa de San Hipólito, platica sobre la devoción a San Judas, que ya hasta tiene sus productos oficiales.

FOTO: LULÚ URDAPILLETA

El rector de la iglesia mira hacia todas las direcciones del templo y se siente sacudido por una sensación de aturdimiento y sorpresa. “Pero ¿qué es esto?”, se pregunta cuando los ojos le indican que ya no cabe un alfiler en el templo de San Hipólito, y sin embargo, los fieles siguen llegando.

Afuera se escucha el estallido de cohetones. Dentro del templo, el rector Alejandro Cerón, vestido con su indumentaria eclesiástica, lanza agua bendita hacia el compacto y macizo bloque de devotos que alzan sus imágenes de san Judas.

Es la  noche del 28 de octubre. Y aunque cada 28 de mes los seguidores de san Judas peregrinan hasta el Templo de San Hipólito para venerarlo, nada se compara a lo que ocurre ese mes.

“¿Qué es esto?”, se pregunta el sacerdote, quien ya había presenciado otros días 28, otros octubres, en otros años, cuando era consejero provincial y apoyaba con la impartición de misas en el templo.

Pero nada se compara con estar al mando de la iglesia y enfrentarse a esto.

“Es la fuerza de la fe”, dice el padre. Una fe que se contabiliza por millares de devotos, cierre de avenidas, caos vehicular, músicos de banda, mariachis, otro cohetón que explota, vendedores ambulantes y la imagen de san Judas, reproducida infinitamente en gorras, camisetas, estampas, figuritas de migajón. La fuerza de la fe.

Lleve Lleve

El padre Alejandro, 54 años, de físico compacto y barba oscura, camina hacia la esquina de Reforma y Puente de Alvarado, donde se conjuntan algunos puestos de mercancía alusiva a san Judas Tadeo.

Hace relativamente poco que asumió la rectoría de San Hipólito. Su nombramiento fue en agosto y no ha estado exento de algunos dolores de cabeza. Con el índice, señala un punto donde debería haber un pináculo. En vez de eso, hay un espacio vacío.

“El pináculo se cayó porque los ambulantes le amarraban las lonas de los puestos —dice Alejandro, con resignación—. El día que ocurrió —dice entre carcajadas—, los vendedores exigieron que la iglesia les pagara la mercancía que había destruido la  piedra”.

“Los vendedores no tienen más interés que su negocio”, dice Alejandro, quien esta mañana viste con una playera de mezclilla con el logo bordado del Agua de Manantial san Judas Tadeo, un producto que se vende en el atrio de la iglesia.

Alejandro frunce el ceño. Explica que no es lo mismo, porque una cosa es comercializar la imagen de san Judas para fines lucrativos y otra muy diferente es vender agua de manantial cuyas ganancias se utilizan para apoyar obras sociales. Además, agrega el padre, las ventas del agua embotellada ni siquiera son altas.

Dice que su relación con los ambulantes se basa en un acuerdo tácito: ninguno se mete con el otro. Es una forma de proceder que el padre mantiene desde la infancia: “Cuando tenía seis años no me gustaban las demostraciones de fuerza y violencia en los juegos. Evitaba meterme en problemas”.

Ahora, como adulto, el padre mantiene una actitud pacífica, pero que no lo salva de algunos enojos. Esta vez señala la reja eléctrica que circunda el templo. “Los ambulantes también la echaron a perder”.

El Estigma

No es difícil explicar por qué es tan popular san Judas Tadeo, el intercesor en los casos difíciles y desesperados.

“Su culto es tan grande, porque la dificultad y la desesperación no merman en nuestra sociedad”, dice el padre Alejandro.

Una sociedad que también estigmatiza al santo y sus seguidores. No pocas veces se les relaciona con el delito y la adicción. Tampoco se ignora que, entre los fieles que asisten en peregrinación, es común el consumo de solventes.

“Sí, a este templo asisten adictos, gente con antecedentes penales, pero también amas de casa, niños, judiciales. Judas Tadeo intercede por todos”, dice el cura.

Hace diez años, cuando aún era consejero, Alejandro supo de un hombre que ayudó a “alivianar” a la banda brava que asistía a celebrar al santo. Le decían el Tierno, un exadicto “gigantesco y tatuado” que colaboró en la iglesia de San Hipólito para concientizar a aquellos que asistían con actitud beligerante o en estados alterados. Asegura el padre que desde entonces el ambiente se ha relajado.

Además, cada día 28 la iglesia se auxilia con 12 guardias de seguridad, otros 15 voluntarios y 20 chicos en rehabilitación, quienes resguardan el templo.

“Si llevas mona, los de seguridad te la confiscan y te prometen que te la devuelven cuando salgas del templo —dice el padre Alejandro, quien después ríe—, pero eso nunca ocurre”.

“Existe una gran confusión en la relación de la fe y la magia”, se lamenta el padre, quien sabe que hay feligreses que se vuelven devotos al santo, no por motivos católicos, sino por una fusión de creencias.

“El problema de fondo, es la falta de conocimiento de la fe”.  Sin embargo, cada 28 la fe particular de cada devoto, que no necesariamente es la que predica la Iglesia, se desborda en calles y avenidas, de forma masiva, por millares.

En cifras:

  • 1,740 fue el año en que se edificó la iglesia de San Hipólito, donde se venera a San Judas Tadeo.
  • 1982 es el año en que se instaló la imagen de San Judas Tadeo en el altar mayor de San Hipólito.
  • 80 mil personas acudieron al templo entre el 26 y 29 de octubre de este año.