La documentalista María José Cuevas, directora de Bellas de noche, en el Cine Tonalá. Foto de Odette de Siena

Hallar belleza en la vejez

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Con su película Bellas de noche, María José Cuevas hace un homenaje a las vedetes que iluminaron las noches de cabaret en la CDMX.

FOTO: ODETTE DE SIENA

La vejez revela otro tipo de belleza, pero no era eso en lo que pensaba María José. Al menos, no en el principio de todo, cuando lo único que existía era una camarita mini DV “chafíiisima”, la estancia de una casa en Acapulco y una mujer que podría tener la edad de su madre, o quizá un poco más, ataviada en su traje de vedete.

“Este es mi regalo para ti”, le dijo. Y con el traje que había dejado de usar 40 años atrás, bailó para María José Cuevas y su camarita, un regalo de su hermana Ximena, que era videoartista y quien había visto a María José “tan perdida” después de que renunciara al diseño gráfico, que la había invitado a tomar su taller de video en el Laboratorio de Arte Alameda.

Cuando regresó a la Ciudad de México y volvió a ver la grabación, María José no pensó que la belleza fuera un atributo muy obvio en la juventud, pero más interesante en la vejez. Eso fue después. De momento, lo único evidente era que la princesa Yamal, ese personaje que la había obsesionado tantas noches por ser vedete y por haber pasado dos años en prisión acusada de complicidad, por el robo al Museo de Antropología en 1985, había bailado para ella.

Una década después, llega a los cines Bellas de noche, el documental que María José realizó tras 10 años de acompañar a la princesa Yamal, pero también a su amiga, Wanda Seux.

Y ya inmersa en esta búsqueda, también incluyó a Olga Breeskin, Rossy Mendoza y Lyn May, todas ellas iconos de un México nocturno sepultado en el siglo pasado. Vedetes. Artistas.

Ganadora del Festival Internacional de Cine de Morelia, Bellas de noche retrata la vida de estas mujeres una vez alejadas de los escenarios.

“El resultado es completamente distinto a lo que imaginé —dice Cuevas—. Al inicio solamente quería homenajear a mis recuerdos de infancia”. La infancia, una época en la que Olga Breeskin representaba a “mi ídolo, porque la veía en la televisión tocando el violín, rodeada de animales exóticos… ¡tenía panteras!”.

El tiempo en el que asistió al teatro Blanquita con nueve años para ver a Lyn May. Los años donde la cotidianidad era recibir en su hogar a las mujeres que las antecedieron: Tongolele o Ninón Sevilla, porque “me choca decirlo, pero soy hija de José Luis Cuevas, que era afín a la cultura nocturna y era común que ellas lo invitaran a sus shows, o llegaran a mi casa”.

Y sí, el resultado es completamente distinto a lo que María José Cuevas pudo imaginar. Para empezar, porque jamás se había planteado hacer un testimonio visual de la madurez de cinco íconos. Hace 10 años, en esa crisis profesional, se había concentrado en ayudar a su exnovio en la documentación del robo del Museo de Antropología, para la realización de una película. Así fue como conoció a la princesa Yamal. Y ni aún entonces había previsto lo que vendría cuando conociera a las demás vedetes y artistas de la vida nocturna.

“Ellas me preguntaban: ‘¿Qué que hacemos?, pues lo que quieran’. Una vez Rossy me recibió en una cama cubierta de pétalos de rosa y dijo que la entrevista debía ser ahí. Otro día, Lyn May me pedía grabar en un lugar que tuviera un telón rojo, para que ella bailara. Me invitaban a ese mundo de fantasía. Diario me sorprendía una u otra”, recuerda María José.

¿Tenía prejuicios? “Sí, claro. Al inicio”, porque una parte de la información documental sobre las vedetes está en la prensa amarillista. Y María José leyó de todo: desde crónicas de Monsiváis y entrevistas de Cristina Pacheco hasta publicaciones dedicadas al escándalo.

“Hay una dualidad con la que juegan todas ellas: por un lado, saben que son emblemas poderosos, de una sensualidad que rompe con la sociedad mojigata. Por el otro, se prestan al juego de mostrar la decadencia para vender una nota”.

Y sin embargo, el personaje de la diva vive en ellas. “Existe una diferencia entre el personaje y la mujer”. En el documental se aprecia en su vida cotidiana a Amanda Seux, la mujer de 62 años que vive con decenas de perros; pero también a Wanda, su alter ego, su nombre artístico, la misma mujer, pero que viste en vestido entallado y guantes de seda hasta los codos.

“Tienen sus caprichos de divas —considera María José Cuevas—. Cuando caminaba al lado de Olga Breeskin, ella me pasaba su bolsa de seis kilos para que yo la cargara, como si fuera su asistente. Para ellas es natural. Son Las divas”.

Con la cercanía se acabaron los prejuicios. “Al conocerlas ya no me parecía escandaloso que Wanda Seux viviera con 49 perros. O las cirugías de Lyn May. Me enoja muchísimo cuando la gente habla de eso, porque yo las veo hermosas, porque conozco y quiero mostrar esa parte de ellas que es muy poderosa”.

Quizá, piensa María José Cuevas, el prejuicio más importante que logró disolver fue el de la edad. “No le perdonamos a nuestras diosas que envejezcan. En la juventud es tan obvia la belleza, pero la vejez posee una belleza a la que no estamos acostumbrados y es más interesante”, y bien vale bailar en la sala de una casa en Acapulco, en honor a ella.

En cifras:

  • 5 vedetes del siglo pasado aparecen en el documental Bellas de noche, de María José Cuevas.
  • 40 años han pasado desde que estas cinco mujeres tuvieron su esplendor en los cabarets.
  • 10 años tomó la creación de este documental, que revive las glorias de las bailarinas nocturnas.