Ana María Cetto, doctora en física de la UNAM. Foto, Lulú Urdapilleta

Una mujer de mucha ciencia

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Ana María Cetto, una de las científicas mexicanas más sobresalientes, nos dice por qué a los jóvenes les cuesta trabajo entender la ciencia.

FOTO: LULÚ URDAPILLETA

No existe tal cosa que llaman “misterio”. Lo que hay es ausencia de conocimiento. Fenómenos que no se pueden explicar porque aún no han sido comprendidos. Pero misterio, eso que llaman misterio…

“Todo tiene una explicación”, dice la física Ana María Cetto, investigadora del Instituto de Ciencias de la UNAM, quien ha dedicado gran parte de su trayectoria a estudiar el funcionamiento de la mecánica cuántica. O en palabras simples: ¿por qué la materia se comporta tal como lo hace?

“Lo que ocurre es que no alcanzamos a explicar siempre las cosas”. Pero hay ocasiones en que sí se puede. Este fin de semana, por ejemplo, Ana María estará en el Instituto Tecnológico de Massachusetts como parte de un seminario en matemáticas físicas, y lo que le tocará dilucidar es el papel del punto zero del campo de radiación en el surgimiento de la cuantificación.

En lo que eso ocurre, Ana María ocupa la silla de su escritorio en el Instituto de Física de la UNAM. Esta mañana los medios informan que casi 50% de los estudiantes mexicanos reprueban ciencias, y poco más de 40% no comprende las lecturas.

“Para llorar, ¿no?”, dice Cetto, quien toma uno de los caramelos que tiene en un cuenco de cristal, a la mitad de la mesa.

Degusta el dulce con calma: “Este caramelo está muy dulce, como para noticias tan amargas”. Los chicos que estudian en la universidad llegan con carencias. “Lo sabemos quienes trabajamos aquí”.

¿Y qué se hace? Incentivar lecturas. Motivarlos a que estudien el doble, dice Cetto. Pero la realidad es complicada: “Hay chicos que no son de la ciudad, que viven lejos, que deben trabajar y estudiar. Si yo les digo: lee, ellos responden: ¿A qué hora, si no hay tiempo? El gravísimo problema es que el Estado no sólo falla en la educación de los jóvenes, sino que tampoco les brinda las condiciones de vida y de estudio adecuado”.

Entonces, se acuerda de una entrevista  al arquitecto Renzo Piano que leyó.

“Él decía que la generación que estudió en la década de los sesenta, lo hizo para cambiar al mundo. En ese espíritu nos formamos. ¿Hemos perdido la esperanza de que es posible?”, dice la científica.

En los sesenta Ana María estudió la licenciatura en física en la UNAM. Luego estudió la maestría en Biofísica en Harvard. Y, posteriormente, obtuvo la maestría y doctorado en física por parte de la UNAM.

Hija del arquitecto alemán Max Cetto, cuando era niña Ana María le preguntó de qué estaban hechos los objetos sólidos. “De materia en movimiento”, le respondió.

“Mi padre explicaba que las cosas estaban prácticamente huecas. Y que aunque fueran sólidas, sus partículas se movían. Eso me inquietaba”, recuerda.

Ahí la razón por la cual decidió, por sobre todas las cosas, estudiar física.

“En mi casa no había nada de extraordinario con que las mujeres quisieran estudiar. Jamás me planteé que para mí pudiera ser difícil porque en mi casa era natural que las mujeres escogiéramos qué hacer”, dice.

Por eso, durante algún tiempo se dedicó a estudiar música, con Anastasio Flores, clarinetista de la Orquesta Sinfónica del Conservatorio, con un clarinete que había adquirido de segunda mano.

“Gocé mucho esa época, pero al momento de decidir a qué dedicarme, no dudé que era a la física. Fui dejando el instrumento y él también me abandonó: con el tiempo la digitación comenzó a fallarme”, dice.

La vida en la academia

Ana María Cetto ha publicado más de un centenar de artículos de investigación sobre los fundamentos de la mecánica cuántica, ha impartido cursos a nivel internacional, ha publicado diversos libros de educación y fue la coordinadora para el proyecto del Museo Universitario de la Luz.

La física le ha abierto camino en otros rumbos: a mediados de los noventa, Cetto fue presidenta del Consejo de las Conferencias de Pugwash, que tiene como finalidad la discusión de temas científicos que se relacionan con el entorno social, la amenaza de guerra y el desarme nuclear. Por su labor, esta organización internacional fue condecorada con el Nobel de la Paz.

“De esa experiencia he aprendido a escuchar atentamente al otro para mantener un diálogo”, dice Cetto, quien enfatiza que las actividades de las Conferencias de Pugwash eran discretas y no se publicaban en los medios, porque eran muy delicadas.

“En una misma mesa reuníamos a representantes de naciones en conflicto. Los poníamos a dialogar hasta que se entendían y llegaban a acuerdos”, explica.

Su capacidad de mediación se desarrolló porque, dice, cuando ocupó el cargo de directora general adjunta del Organismo Internacional de Energía Atómica, la enviaban a resolver conflictos entre los miembros.

“Es importante comunicarse con un lenguaje que el otro entienda, pero cuidando decir exactamente lo que quieres. El mundo es más grande de lo que creemos y nuestars ideas no son las únicas. Cuando participas en organizaciones internacionales, debes escuchar todas las voces. Entender al otro es para mí el más grande logro”, dice.

Al igual que los fenómenos físicos, alcanzar la comprensión de los demás, es cuestión de entender cómo funcionan.

En cifras:

  • 300 conferencias  ha impartido a nivel internacional por su experiencia como académica.
  • 110 artículos de investigación llevan su nombre en publicaciones científicas.
  • 6 cargos en organismos internacionales ha ocupado en su carrera.