Ya voté, manita

Opinión
Por: Aníbal Santiago

35º centígrados, camisola beige, pantalones de lona y negra corbata raída: emanando chorros salados bajo la tela grosera, el guardia sube al autobús con su camarita Sony y por segunda vez en mi viaje de cuatro horas desde Huatulco atestiguo el ritual. “Disculpe las molestias que les ocasiona el Grupo ADO. Por favor, pasajeros con gafas o gorra, retirárselos”, exclama el joven que surca el pasillo grabándonos el rostro.

Juchitán y el resto del Istmo de Tehuantepec, heroica tierra donde bajo el cancerígeno PRI de los ‘80 un partido de izquierda, la Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo de Tehuantepec (COCEI), ganó por primera vez en México unas elecciones municipales -y defendió al campesinado refundido en la miseria-, hoy, en una atroz involución, gastan su tiempo luchando como un ratón ante un búfalo: el crimen organizado. “Hernández”, dice el gafete del guardia que al bajar habla unos segundos para una crónica en nwnoticias.com sobre las elecciones en Oaxaca. “Es por seguridad de ustedes: hay robos, desapariciones. Ni Dios lo quiera”.

Dios no lo debe querer, pero a quién le importa. En estaciones de autobuses, oficinas de Policía municipales, entre las fotos de desaparecidos una se distingue: la joven turista china Jenny Chen, que tuvo la idea más desgraciada. Quiso recorrer como backpacker el sur del país. El 11 de abril fue el último día que Juchitán, donde estaba, tuvo noticias de ella.

Pero para los locales también hay dolor en mil y un formas. Siniestro es el sonido de fondo de la ciudad: en un megáfono que mañana y tarde recorre las calles, sobre una moto un empleado del diario El Sur vende gritando: “¡Vea la foto de los cuerpos entre charcos de sangre de dos mototaxistas y una joven mujer, Alma Delia Vargas Morgan. Todos ejecutados a balazos, de modo impresionante les arrebataron la vida!”. En los mercados, los habitantes dejan la albahaca para santiguar, la flor de china, las tlayudas, el pescado oreado, las tortillas de comezcal, para a cambio de ocho pesos arrancarle los ejemplares y devorar las letras de la muerte de sus hermanos. Por poco su propia muerte, que día a día se hincha en sumas incansables desde que hace dos meses un grupo de sicarios llegó al municipio para amenazar con mantas al empresario Juan Terán, al que califica de “delincuente” y al que le han ido matando, día a día casi sin excepción, a empleados y familiares.

Pese a todo, su hija Pamela, candidata independiente, aunque no gana roza el 20 % de la votación: uno de cada cinco juchitecos la quiere a ella.

En toque de queda virtual desde que cae el sol, al municipio lo gobierna el PRD, que hace días en alianza con el PAN volvió a vencer. Y así como amarillos y azules se hermanan, la antes poderosa izquierda de la COCEI, aquella que venció al PRI en 1981, sobrevive vuelta un engendro. En el céntrico café La Inter el escritor juchiteco Jorge Magariño dibuja en una hoja un complicadísimo esquema para que entienda cómo ese partido histórico, ahora hiperfraccionado, para estas elecciones negoció con el PAN e incluso el PRI, el partido que desde fines de los ’70 mató a varios de sus miembros: “Como dijo Joaquín Sabina, ‘se suicidó la ideología’. Es terrible ver cómo los políticos intentan pescar trabajo –lamenta-. Si les ofrecen zanahorias, ahí van: todo sea por una regiduría, una dirección, una nómina de aviadores. Esa es la presunta izquierda nacional”.

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Candidata independiente por Gutanaa Juchitán (“Ponte vivo, Juchitán” en zapoteco) María Elena Caballero dice que de los 2417 municipios del país, el suyo es “el número 19 en violencia”.

-¿Por qué?-, le pregunto.

-Los partidos hicieron trato con delincuentes, los convirtieron en funcionarios y después no pudieron controlarlos.

El domingo de elecciones las casillas son un descontrol: grandotes con radios intercambian información sobre los electores que llegan, los que se van, los que faltan por votar. Y frente a las urnas se repite una imagen: sentadas en bancas, mujeres reciben votantes uno a uno y apuntan sus nombres en listas. En el punto de sufragio de la colonia Héroes Juchitecos me acerco a quien eso hace, Ángeles Armando, simpatizante del PRI y “admiradora” (lo reconoce) del candidato ganador Alejandro Murat. “¿Y esos nombres?”, pregunto. “Los analfabetos que no saben el abecedario –dice-. Me preguntan dónde votar. No me gusta que los ancianos sufran: aquí estoy para ayudarlos”. Y en la Séptima Sección cuestiono a Margarita López, operadora del tricolor que escribe ante las urnas los nombres de quienes sufragan y van con ella: “Son libres para votar, no se obliga a nadie. Pero tenemos derecho a saber quién sí cumplió: se me acerca uno del PRI y me avisa: ‘Ya voté, manita’. ‘Qué bueno’, les digo”.

De pronto, en la Sección 312 de la calle Constitución descubro que personas se asoman a la casilla para observar cómo votan sus paisanos (acaso corroboran lo que parece un pacto). “¿Ya vio eso?”, cuestiono al presidente de casilla, Jorge Vicente Torres. “Son personas que ayudan a votar a los analfabetas”, justifica sereno.

Todo sea por el auxilio a los analfabetas, que tanto les preocupan.

En Oaxaca, el PRI está de vuelta.