Nosotros, los aborígenes

Especiales Opinión
Por: Aníbal Santiago

Ojos vivaces, sonrisa de dientes blancos y v de la victoria en su mano izquierda, sobre una bici la senadora Sarahí Ríos posa para la cámara en el Día Mundial sin Auto, que nuestros políticos vuelven un popular show rebautizado Día Miren Mexicanos Cómo sí Podemos Ser Igualitos que Ustedes.

Uno les creería un poco más que son capaces de ser sencillos como nosotros si su chapuzón en la realidad fuera ganar los 73 pesos de sueldo mínimo al día, mudarse a los cerros de Huauchinango donde los deslaves de Earl dejaron pilas de muertos o hacer turismo nocturno en los barrios marginales de Mazatlán donde los cárteles del Mochomito y Sinaloa hoy se destazan.

Pero no, como eso sería un fastidio y hay que conservar la vida y conservarla rozagante, la senadora del PRI opta por ser como nosotros con algo más inocuo: esta vez no abordar la Suburban HD o el Audi R8 Coupé al que le podría dar acceso su sueldo, sino andar en bici. El problema es que frente a las cámaras se pone el casco al revés. Simple detalle, chistorete de la vida que pasaría inadvertido de no ser porque un casco chueco de una política que busca hacerla de ciudadana ordinaria —en el transporte más austero con tal de “proteger” al ambiente— contiene la impostura, la farsa que los gobernantes personifican a todo nivel: desde el hacemos como que andamos en bici –pero ni idea de cómo colocarme el casco— hasta el hacemos como que defendemos al pueblo —pero sólo cobro—. Lo de la senadora, sin embargo, no es nada.

Así como los políticos se van protegiendo unos a otros cuando una gran transa de un gobernador que un día nos indignó se nos va olvidando porque sale una nueva transa más grave de otro gobernador que absorbe nuestra indignación, y en ese movimiento de la mirada a nosotros y los medios nos vence la amnesia, la absurda imagen de doña Sarahí en el Día Mundial sin Auto lo cubrió otra escena que el periodista @jrisco masificó vía Twitter.

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Repasemos la foto del reportero Saúl López: en un pasillo de la Línea rosa del Metro, la diputada Gretel Culin decide detener un instante la caminata con sus cuates diputados para tomarse todos una selfie. Y entonces vemos a la política estirar su brazo, doblar su mano de largas uñas para atrapar el smartphone y sonreír muy suelta. De sonrisa ligera, elegante y estudiada, bajo una sedosa chalina negra la diputada Martha Jiménez también mira al lente. El trajeado diputado Ernesto Ibarra, a su lado, abre bien grande su sonrisa y agarra con delicadeza, suavidad, con tacto de galán, el brazo de la guapa Martha. En el otro extremo, el diputado Leonel Cordero, sonrisa con desenfado infantil y maletín en mano, alarga el cuello para no quedarse fuera. Abajo suyo, hurgando hacia lo alto como quien descubre a Superman en el cielo, la diputada Carmen Alfaro sonríe delante de la rubia diputada Minerva Hernández, ella de risa amplia, generosa como la Cascada de Atlihuetzía de su natal Tlaxcala. La escena la completan gente común que avanza en este rincón el Metro de lo más normal porque para ellos sí es un día cualquiera: un joven de playera roja, un señor de chamarra negra, una señora de gafas.

Pero ellos son sólo personajes secundarios.

Volvamos a los protagonistas, los diputados que han decidido sacarse una selfie en el Metro. Como Colón a América, están descubriendo su México desconocido. Sonríen, ríen y sonríen, y vuelven a reír. Jaja, la felicidad de su inmersión en el pueblo. ¡Wow, genial, así que esto es el Metro!, se sorprenden eufóricos, ebrios de la emoción como quien turistea en fascinante territorio salvaje, en Kenya, delante de los elefantes y las cebras, cerca (pero sin verlos) de todos esos seres de panzas infladas de inanición pero que viven en su fantástico entorno natural. Sólo que esta mañana es tan mexicana, tan extraña para ellos, personas civilizadas de Suburbans, residencias en Florida y bonos millonarios a los que nosotros, los aborígenes, importamos tanto. Al fin y al cabo, todos somos mexicanos, ¿o no? ¿El Metro? Uf, padrísimo.