Tejones, changarros, delincuencia

Opinión
Por: Aníbal Santiago

Faltaba un año para la llegada de Trump.

Colgados como calzones color grana en un tendedero, a varios pedazos de músculo muerto se les escapaban sus gotas finales de sangre, evaporadas por el sol que caía a flechazos. En su jacal, Lorena Méndez criaba el invierno pasado a las tres hijas que tenía hasta ese momento, con sus 21 años. Y frente a ella, esos animales del tamaño de un gato que había puesto a disecar al aire libre en el ejido La Lucha. “Tejones”, explicó. Prudente, seria, escueta ante lo que dos reporteros preguntábamos, no jugaba, no bromeaba, no ironizaba.

En Calakmul, su municipio, el más pobre de Campeche, comer carne era una fiesta muy rara. Entonces, para llenar los intestinos de proteínas, su esposo Jerson y otros hombres se escabullían en la selva para cazar a esos mamíferos que para los habitantes de una ciudad como ésta serían tiernos e incomibles ejemplares de zoológico. No hablamos del homo erectus del Paleolítico hace un millón de años. Hablamos de hace menos de un año en México, donde el hambre está pariendo familias cazadoras.

“Cosas del campo”, podríamos decir con menosprecio, como si el campo no fuera nuestro, como si lo que pasa fuera de esta ciudad, Guadalajara o Monterrey resultara un fenómeno de un paraje tan remoto como la tierra de los hobbits.

Y frente a la tragedia de las “cosas del campo”, la otra realidad: las colonias de clase media, como a la que llegué en 2010. En búsqueda de un nuevo asentamiento, el periodista que pretendía algo más cosmopolita que Tlalpan —donde pasó dos décadas— pisó la Del Valle.

Un día de ensueño encontré vivienda frente a un parque. La belle vie: yo, el parque y, sobre todo, calles amplias, libres de changarros, esos engendros de la pobreza pero propios de Tacuba, Observatorio, Pantitlán. Digamos que a varias galaxias de distancia de mi aromática colonia de jacarandas y eucaliptos.

Pero pasaron seis años. Y seis años, en este país que se desploma como Alicia en el país de las Maravillas pero sin maravillas, todo cambia. Con mi grabadora registré ayer las novedades que desde entonces han surgido exclusivamente en mi calle y la de atrás.

1.- “Pizza de Barrio”: camioneta con porciones de pepperoni y más. 2.- El 520, cubo de latón rotulado como “restaurante, cafetería y panadería”. 3.- Puesto de metal que junto a carita feliz anuncia: “arrachera, chorizo argentino, cecina, refrescos”. 4.- Señor con comal donde en aceite brincan bisteces y machitos 5.- Cafetería rodante con brownies, te blanco-durazno, chai y otros. 6.- Changarro de “Súper jugos curativos” como el “Antidiabetes de nopal, sávila y xoconostle”. 7.- Puesto de dulces con área farmacéutica (estante con aspirinas, curitas y sal de uvas) 8.- Puesto de reparación de “suelas, correas, tacones” 9.- Cilindrero 10.- Puesto de polvorientas y viejas revistas Navidad, Cocina Vital y Proceso (tiene la de “Pacto Perverso”, con Elba Esther y Marthita Sahagún en portada). 11.- Kowloon, camión de comida china decorado con panda chino, tipografía china y anuncio de “qué hacer en caso de sismo”. 12.- Puesto de fritangas bajo lona blanca 13.- Unichamps: changarro con “2 por 1 tacos y tortas” 14.- Mesa con tacos de canasta 15.- Mesa de pambazos 16.- Mesa de conchas y café.

Cierro con la oferta dentro del parque: 17.- Puesto de dulces 18.- Puesto de artículos religiosos (tienen la estampa del obispo Rafael Guízar y Valencia, por si ésa te falta) 19.- Puesto de mascadas 20.- Changarro de tacos con rótulo cultural: “El mexicano no come, se echa un taco”.

En seis años pasamos de las calles fantásticamente libres a todo ese mundo de recién llegados. ¿Cómo interpretarlo? El hambre de la gran ciudad, que orilla a familias a inventar lo que sea porque aquí no se pueden cazar tejones.

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Y llegó al día en que sobre nosotros estaba Trump, que acaba de aclarar que podría deportar a tres millones de mexicanos. Triunfante el monstruo, queda atrás el shock inicial y se comienza a disipar la duda de si será tan psicópata el presidente como el candidato.

Sólo por eso, nuestro gobierno debería estar quemándose el cerebro para saber qué hará si esos tres millones (o uno, o medio), echados a patadas de Estados Unidos, están pronto entre nosotros. ¿Cómo combatirá el hambre aún más feroz que se avecina? La respuesta nos la compartió el diario Reforma de hace tres días en su portada: “Recortan el gasto; ellos se aumentan”, arriba de una foto donde los diputados se aplauden sonrientes a sí mismos.

El monstruo rubio ya mueve sus tentáculos para arrojar hacia el sur del Bravo a esa multitud que desprecia, y ante la amenaza nuestro gobierno generoso le ofrece al campo y la ciudad tejones o changarros. O delincuencia, claro, la hija predilecta del hambre.