Hechos alternativos

Opinión

La vocera del presidente Trump llama “hechos alternativos” a la construcción de lo que ahora es la narrativa oficial de la vida pública estadounidense. Lo que pretende ser un eufemismo de mentira, “hechos alternativos”, en realidad es un término muy peligroso. En la era de las fake news y la pomposamente llamada posverdad, los hechos alternativos pueden tener el mismo efecto que una causa respaldada por los hechos. Dice un proverbio antiguo que una mentira repetida mil veces sigue siendo una mentira. Si algo ha demostrado nuestra época es que dicho proverbio ha caducado. Y aunque la frase de William Shakespeare en Romeo y Julieta dice que “La rosa no dejaría de ser rosa, y de esparcir su aroma, aunque se llamase de otro modo”, la realidad es que, hoy en día, la simple negación de la verdad, la repetición estridente y masiva de hechos alternativos, termina por producir realidades alternativas.

Según los hechos alternativos de Trump y sus huestes, el cambio climático es un embuste, luego entonces hay que construir oleoductos a través de comunidades indígenas y reservas naturales y terminar de una vez por todas con esas estupideces blandengues del control de emisiones de carbono. Según los hechos alternativos de Trump, el voto popular fue producto de un fraude electoral, luego entonces no hay por qué hacer el menor caso a los clamores de las inmensas multitudes que aborrecen todo aquello que el Presidente norteamericano representa.

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El mundo entero se escandaliza —con razón— por la flagrante y totalitaria manipulación de la verdad y la información que el llamado “líder del mundo libre” ostenta cada día. No obstante, nuestro país, tan agraviado por el energúmeno aquel, lleva fabricando hechos alternativos desde hace décadas. En la época reciente, no sólo están los casos más obscenos como el montaje televisivo de García Luna, la “verdad oficial” de Ayotzinapa o la investigación de la Casa Blanca por parte de ese vergonzante contralor que fue Virgilio Andrade, en el ejercicio cotidiano de propaganda del gobierno, se presentan hechos alternativos que intentan construir una narrativa, cada vez más insostenible, cada vez más peligrosa, que soslaya el Estado fallido que nos atenaza. En la Ciudad de México, el jefe de Gobierno insiste en negar la presencia del crimen organizado y a nivel federal el atropello de la realidad es tan sistemático y constante que haría falta un almanaque para consignar todo aquello que lo representa.

Ante semejante entorno, la organización de la vida cotidiana alrededor de una “vida alternativa”, una que se superponga al oprobio, el desánimo, la rabia, la desesperanza y la frustración, se erige como la única alternativa de combate. Una vida, no fincada en la mentira, abocada a la práctica de una cotidianeidad distinta, que no participe de la dinámica de consumo voraz, de soslayo a los otros, de violencia y marginación, todos ellos elementos constitutivos del torbellino que nos aplasta. La encrucijada parece plantear una disyuntiva existencial: o nos atrevemos a construir una forma alternativa de aproximarnos a la vida pública, o seremos aplastados por aquella fabricada desde las cúpulas del poder.