Festival Internacional de Cine de Morelia

Opinión

Me gustaría poder escribir esta columna con la distante e informada actitud del corresponsal de eventos culturales: glosar los puntos álgidos del Festival Internacional de Cine de Morelia, resumir y juzgar ligeramente las cintas en competencia, hacer algún chascarrillo sobre los invitados estelares de esta edición y mencionar, como de pasada, el ambiente de júbilo que reina en la capital michoacana con motivo de la cita. Por fortuna o por desgracia, no puedo hacer nada de eso, aunque pasé dos intensos días en Morelia, entregado a los placeres del vino y, en menor medida, del espectáculo.

Sólo vi dos películas en Morelia. Una fue el poderoso documental Somos lengua, de Kyzza Terrazas, que dibuja un emotivo retablo del rap en México. Incluso para los que no son aficionados a ese género musical (del cual, debo admitir, no sé casi nada), la película es interesante porque narra, entre líneas, una historia social de la violencia en varias ciudades del norte y el centro del país, además de abonar a la noción de que la poesía (el trabajo con el lenguaje que está en la base de las rimas raperas) ofrece un modo de vida alterno al que suele imponer el crimen organizado. La salvación está en la palabra.

De la otra película que vi puedo decir mucho menos o mucho más, según se vea. Zeus es el primer largometraje del artista Miguel Calderón y yo soy el actor protagónico de la cinta. No me voy a detener en el suplicio que supuso, para mí, verme durante una hora y media en la pantalla grande. Todos hemos sentido alguna vez la incomodidad de escuchar nuestra voz grabada y no reconocerla. Imagina, querido lector, esa sensación amplificada hasta el límite de lo tolerable y te darás una idea de por qué tuve que salir de la función y tomarme tres tequilas al hilo antes de pronunciar la primera, tartamudeante palabra.

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Las dos películas que más se me antojaban me las tuve que perder porque estaba nervioso o borracho durante su proyección. La región salvaje de Amat Escalante y Tenemos la carne de Emiliano Rocha Minter se me escaparon en el festival, pero las veré tarde o temprano en cartelera. De Escalante sé que me va a gustar siempre todo lo que dirija: soy un fan incondicional suyo desde Sangre. Con respecto a la muy sonada Tenemos la carne, sólo puedo decir que si la fiesta que organizaron en Morelia después del estreno refleja en algún sentido el espíritu de la cinta, nadie debe perdérsela: la inclemente cruda de este columnista devenido en accidental actor de cine puede dar fiel testimonio de ello.

En los próximos días se anunciarán los ganadores de la 14ª edición del Festival Internacional de Cine de Morelia. Desde mi cefalea aderezada con temblores les deseo a todos la mejor de las suertes. Gane quien gane, por mi parte yo tengo muy claro todo lo que he perdido con mi aventura fílmica: desde el sentido del ridículo hasta varios kilogramos de inocencia.

Hasta aquí mi reporte.